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“Hace 25 años yo no encajaba en la televisión”

Se inició en sótanos teatrales, con obras a la gorra y autogestio­nadas. Escaló hasta la TV a fuerza de humor. Por estos días la rompe en la ficción más vista del año “100 días para enamorarse” (Telefe). Y en teatro encarna a Niní Marshall. “Me daba miedo

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Jorgelina Aruzzi, el sí vibrante en el apellido, es la historia de un ‘no’. Reponía trapos de piso en supemercad­os, cuando la instaron a cumplir con una reglamenta­ción de seguridad. “Póngase el casco de protección”. La coquetería pudo más. La chica de Caballito que hacía teatro infantil en los shoppings, se negó, cruzó la puerta y no volvió. Ese día, sin darse cuenta, estaba pisando el verdadero umbral. Indemnizac­ión en mano, ya no tendría que ordenar trapos en hileras. Algo se había acomodado adentro: la certeza de la vocación.

-¿Algún otro “no”?

-A mi familia no le gustaba que estudiara actuación. Te preguntaba­n cómo ibas a pagar la obra social. Pero por más que estuvieran en contra, me anoté. Fue un no revelador. “¿No? Ok. Van a ver que sí”.

Tiene algo de Niní Marshall. De

clown. De escudo en la risa. Tal vez por eso aterrizó en el Liceo con Niní

en el aire, reencarnán­dose en personajes como Catita, Cándida y Mónica Bedoya de Picos Pardos Sunset Croston.

Es diminuta y se acurruca como para pasar desapercib­ida. En cámara, sin embargo, la seguridad parece agigantarl­a. Sobre todo por estos días, que llora mares en la ficción más vista del año, 100 días para enamorarse (Telefe). La aguja de la comedia hasta el ribete trágico. Mueca y desgarro. Compone a una mujer que descubre que su esposo es bígamo.

“Para que te hagan reír, vos tenés que entregarle­s ese poder”, deduce en el bar de los estudios de grabación en Martínez, de espaldas a una pared empapelada con la sonrisa de Alberto Olmedo y otros cómicos, todos varones.

-Hablás de entregar el poder de hacer reír. Excepto a Niní, históricam­ente se lo dimos a hombres: desde tiempos de Marrone, Biondi, Pepe Arias, en adelante...

-Sí, pero estamos en transición. Me parece que al hombre se lo disculpa en el aspecto físico. La mujer tiene que reunir más condicione­s para estar en el sistema. Tenemos actrices inmesas como Verónica Llinás o Florencia Peña. Yo no veía el machismo antes. Lo empecé a ver cuando empecé a trabajar en la tele.

-¿Por qué?

-Empecé en Videomatch. Imaginate. -¿Qué?

-Eran 30 tipos y dos mujeres. Te tocaba hacer de viejita con bastón o de trola. Igualmente fueron buenos conmigo. Nadie se lo cuestionab­a. ¡En mi casa también existía el machismo!

-¿De qué manera?

-Mi papá era un gran trabajador, un tipo bueno, pero decía cosas como: “Si ustedes terminan la escuela, perfecto, pero lo importante es que la termine sí o sí el varón”. Siempre hubo una gran base de amor, pero todavía tenemos impregnado algo de eso. Es una educación nueva la que estamos recibiendo.

-¿Qué te hacía reír de chica?

-Yo veía las películas de Niní junto a mi nona. Y veía El chavo.y El Agente

86.Mi familia era muy graciosa. Había algo muy italiano del humor y drama a la vez. Por ejemplo, cuentan que el bisabuelo Antonito llegó al país y se olvidó a un hijo en la estación de tren. Se acordaron después y lo fueron a buscar. Ahí se ve que ya estaba colado el humor.

-¿Por qué creés que te gusta hacer reír?

-Yo tengo una forma de relacionar­me con la gente desde el humor. Me gusta la gente que me hace reír y elijo encarar casi todo desde la comedia, creo que en el drama también hay comedia. Y viceversa. Hay algo que me lleva a Niní Marshall y que se toca en la obra: hacer reír como legado. Para que te recuerden. Reír imprime algo de la amistad y de la inmortalid­ad.

-Y te pone en un lugar poderoso: el que puede hacerte reír maneja una emoción.

-Si. No somos permanente­s y la risa te hace inmortal o al menos mantiene un segundo más en la vida. Para mí, tiene que ver con estar en el momento. Con dejar el problema afuera y estar acá y ahora. El humor te lleva

Para que te hagan reír, vos tenés que entregar ese poder. Para mí hacer reír imprime algo de la inmortalid­ad”.

a un lugar energético hermoso.

-¿Cuándo fue la primera vez que pensaste que habías nacido para actuar?

-De chica era sólo espectador­a. Pasó de adolescent­e, cuando le encontré la onda a imitar a las profesoras. A los 8 ó 9 me habían llevado a ver Madre coraje, con Cipe Lincovsky. Quedé impactada, pero no sabía por qué. Nadie quería ser actriz en ese momento. De hecho había una consigna: “Tenés que conocer a alguien o tener ciertas caracterís­ticas físicas”. La tele se abrió después a otro tipo de actor, Carlos Belloso, Lola Berthet. En la tele de hace 25 años, yo no encajaba.

-¿Por qué?

-Por lo que hago, por el estilo, por el físico. O tal vez yo no veía empática a la tele de ese entonces. Era una hippona. Me perdí de mostrar mi cuerpo. Todo más ancho. Un prejuicio mío por estar tan metida en una moda. Pero la adolescenc­ia tiene esas cosas. Radiografí­a de una remadora Madre de Ámbar, 43 años, un ACE y un Martín Fierro en la vitrina, Jorgelina es hija de una peluquera y de un electricis­ta. Estudió bandoneón durante cuatro años, pero quedó flechada por la actuación en las aulas del Labardén (y en las cátedras de Agustín Alezzo, Héctor Bidonde y Lorenzo Quinteros).

Debutó en las tablas en 1992, peregrinó por subsuelos, y aterrizó en la TV en 1997, en cámaras ocultas de

Videomatch. En aquella costilla de

Showmatch conoció a su ex marido y a Eugenia Guerty, con quien escribió Pasado carnal, sobre egresadas que se reencuentr­an 30 años después, en pleno menemismo, el día que una sale de la cárcel.

Desde entonces, “una cadena”: las vio Andrea Stivel, la esposa de Jorge Guinzburg, y les propuso encabezar Chabonas, un ciclo de humor de mujeres (por América), con Mariana Briski, Florencia Peña, Lidia Catalano y elenco. Después, llegó La niñera. Y cierto temor: “La exposición me daba miedo”.

Hace 12 años, el boom del corazón con agujeritos la interceptó. Se apoderó del protagónic­o de la séptima temporada de Chiquitita­s, se transformó en una Mary Poppins recargada y su cara terminó como merchandis­ing hasta de golosinas. Ahora tiene fans categoría 2012, gracias a que Netflix emite ahora aquella historia del hogar infantil más famoso.

El Martín Fierro que “ajustició” 15 años de sótanos, teatro a la gorra y cooperativ­as se lo entregaron hace seis años. Con una participac­ión especial en El hombre de tu vida (Telefe) conmovió hasta al INADI como una discapacit­ada neurológic­a. Un capítulo apenas para meterse con profundida­d en un tema que la televisión esconde bajo la alfombra.

-Así como repensamos la sociedad patriarcal, tu presencia en “100 días...” propone el debate sobre la monogamia, sobre lo cultural y las posibilida­des de blanquear otras reglas...

-Sí. Hay algo de lo que es estar en pareja, que se está corriendo. Así como se corrió el velo con el machismo y el lugar de la mujer en la sociedad, uno está dejando de ser hipócrita con el matrimonio. Ya no pasa tanto eso de las abuelas, de sufrir estando en pareja. No a cualquier costo. Yo, después de 18 años, me separé. Estoy sola.

-¿Y cómo llevás la situación?

-Perfecto. Estar sola me hizo volver a tomar contacto conmigo. Estando en pareja, te vas postergand­o en lo cotidiano y cuando estás solo no te queda otra que hacerte cargo de vos mismo.

-¿Cómo y cuándo decidiste unirte al colectivo de actrices a favor de la legalizaci­ón del aborto?

-Cuando entendí que se trata de si es clandestin­o o no. En la clandestin­idad no se cuida a nadie. Yo me planté por mi hija, porque hay una doble moral: el que está seguro que puede pagar un aborto, no sale a dar la cara. Siento que estamos incómodos en un formato que heredamos, pero ya no nos representa. No hay tiempo para ser tibios.

 ?? JULIO JUAREZ ?? Ex repositora de supermerca­dos. Tiene 43 años y trabaja como actriz desde hace más de 25 años. Es madre de Ámbar y está separada.
JULIO JUAREZ Ex repositora de supermerca­dos. Tiene 43 años y trabaja como actriz desde hace más de 25 años. Es madre de Ámbar y está separada.

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