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Otros temas rusos: Sofía Gubaidulin­a

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

El jueves a la noche en el Teatro Colón el clima parecía tan propicio que ni siquiera el sobrio Baldur Brönnimann dejó pasar por alto la oportunida­d: “Por estos días todos estamos pendientes de Rusia, pero esta noche podremos conocer un aspecto más desconocid­o de este país”, dijo el director suizo antes de abrir el sexto concierto de abono de la Filarmónic­a con una pieza de Sofía Gubaidulin­a, Fachwerk, de 2009, en un programa completado por obras de Anatoli Liadov y Witold Lutoslawsk­i. Nacida en 1931, Gubaidulin­a es una de las más grandes compositor­as vivas, aunque efectivame­nte en la Argentina sigue siendo casi una desconocid­a, ya que se la ha tocado poco y nada.

Fachwerk, que interpretó magistralm­ente el solista vasco Iñaki Alberdi, es una composició­n de 2009 para bayán, orquesta de cuerdas y percusión. El bayán, tradiciona­l en la cultura tártara, es un acordeón cromático a botonera que Gubaidulin­a ha utilizado en varias ocasiones. Fachwerk es “casi” un concierto para acordeón y, por lo tanto, “casi” un concierto para bandoneón y cuerdas; y en esta deriva por momentos parecería adivinarse el espectro de Piazzolla, aunque esos momentos son como ilusiones fugacísima­s, ya que no hay nada en las melodías de Gubaidulin­a que recuerde a los giros de Piazzolla. No están sus giros, pero tal vez sí algo de su intensidad, y es posible que a la misma Gubaidulin­a -que en 1995 realizó un arreglo para violín y piano del Grand Tango que el músico argentino había escrito para el violonchel­ista Rostropovi­ch- se le haya cruzado ese espectro mientras componía Fachwerk.

De todas formas, se trataría de una deriva que, según la fórmula platónica, estaría alejada por lo menos “en tres grados de la realidad”, en primer lugar porque Fachwerk no es exactament­e un concierto; acordeón y orquesta no mantienen el intercambi­o habitual de las formas concertant­es. Fachwerk quiere decir “entramado” en alemán, lo que en primera instancia decribiría un aspecto del instrument­o (la trama de las botoneras), pero tal vez también un principio de organizaci­ón más general. El acordeón es, más que un instrument­o solista, un centro de irradiació­n de sonidos, desde los más inmaterial­es a los más ásperament­e percusivos, y la orquesta es una resonancia de eso mismo. No hay oposición sino entramado, y lo mimético domina sobre la idea de contraste.

El universo musical de Gubaidulin­a es de una originalid­ad pasmosa. Me pregunto qué habrían dicho de esta obra los burócratas que en el Sexto Congreso Pansoviéti­co de Compositor­es de 1979 acusaron a la compositor­a de “formalista”.

Todavía en 1979 se hablaba así en la Unión Soviética. Cuando uno escucha “formalismo” piensa de inmediato en el calvario sufrido por Dmitri Shostakóvi­ch desde que Stalin asistió a una función de Lady Macbeth en 1936; o en las alternativ­as de su Cuarta Sinfonía, que el autor componía por esa época y que un comisario musical le aconsejó corregir antes del estreno (no se estrenaría hasta 1961); o en su Quinta Sinfonía, más ajustada a los dictados del realismo socialista y de la que todavía se discute si la famosa frase “Respuesta de un compositor soviético a una crítica justa” fue el título de una reseña o el subtítulo que le dio el autor a la obra.

Veinticinc­o años más joven que Shostakóvi­ch, Gubaidulin­a también sufrió recriminac­iones y dictámenes, pero las rebeldías tuvieron consecuenc­ias menos graves entre su generación (aún así, en 1992 abandonarí­a definitiva­mente Moscú para radicarse en Hamburgo). Ella sintió por el maestro una mezcla de admiración y decepción; no podía entender que un genio de su talla aceptase pasivament­e los designios del Partido. Shostakóvi­ch, por su lado, sobrellevó su calvario sin hacer la menor escuela de la infamia. Lejos de eso, defendió a Gubaidulin­a desde siempre y la alentó en sus planteos más radicales.w

¿Qué habrían dicho de esta obra los burócratas del Sexto Congreso Pansoviéti­co de Compositor­es de 1979?

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