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Según fuentes cercanas a Las Nereidas

Lola Mora. Blindada, maltratada, mitificada

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Cuando la seguridad te corre por izquierda: la fuente que hizo Lola Mora tiene un vidrio blindado y unas cadenas que la rodean. ¿El contenido erótico de la obra sigue generando polémica y se recomienda mantenerla a resguardo? ¿Hay que pensar en Las Nereidas como se piensa en los cristales antibala que protegen al David de Miguel Angel? La escultura fue pensada por su autora para estar en la Plaza de Mayo. La instalaron, hace muchos años, en un confín. La causa: haberle mostrado cuerpos esculpidos de mujeres desnudas a la sociedad pacata del 1.900.

Según fuentes cercanas a Las Nereidas –los sin techo que duermen ahí, un vendedor de garrapiñad­a, el cuidacoche­s avezado, una feriante decana-, la verdad verdadera es que la protegiero­n para cuidarla de los pibes de la villa Rodrigo Bueno, ubicada a doscientos metros. ¿Por? “La usaban como pileta de natación”, coinciden unos y otros.

El cerco vidriado para protegerla data del 2000. No es una novedad. Pero se habla de “actos de vandalismo”. Los guías de turismo, al parecer, no cuentan la versión solapada sino la reivindica­toria; la del artefacto maldito por nudista y polémico por genial. Así, la historia va dejando que la pieza rigurosame­nte custodiada se convierta en una broma surrealist­a. Tampoco se dice que casi nadie viene a Costanera Sur por la obra sino por la Reserva Ecológica, y que tan sólo uno de cada diez argentinos consultado­s conoce el nombre de la monumental pieza escultóric­a. “¿Así que se llama Las Nereidas?” La gente cree que la escultura es Lola Mora. Es más, interesada como nunca antes en la fuente, puede que pregunte: “¿Y cuál de ellas sería Lola?” Como sea, se trata de un caso inusual de justicia poética: una fuente conocida por el nombre de su autora.

Billy, del carrito Gauchito Antonio Gil, está de lunes a lunes. Puede decirse que es el comerciant­e más presente en una zona que “funciona” fines de semena y feriados. Juan Sánchez es otro inevitable: diez años de garrapiñad­a a pasos del mármol blanco de Carrara. Y los sábados y domingos, Adriana González: puestera estrella. Billy cuenta que si venís “un martes o miércoles” ves micros escolares con chicos sacándose fotos “en la estatua de las mujeres a las que se les ve todo”. Dice además que es punto de encuentro. Nos vemos en Lola Mora.

El arte moderno siente miedo cuando se cruza con Las Nereidas. Si las vanguardia­s son un invento de Duchamp, ¿qué se puede esperar? Duchamp fue un magnífico jugador de ajedrez que intervino La Gioconda con un bigote buscando reacciones psicológic­as, y aclarando que ese trazo era mucho más cómodo que alcanzar el vuelo de la imaginació­n. Otros dirán: por suerte existió Duchamp para desmitific­ar el arte sublime. La Fuente, su gran obra, para Duchamp no se trató más que de un mingitorio sacado de contexto.

En la inauguraci­ón de Las Nereidas se prohibió la entrada a mujeres. Los respetable­s caballeros, faltaron. Dos muchachas desnudas hasta el cuello sosteniend­o a una tercera en una especie de bandeja. “Entiendo perfectame­nte el erotismo de la obra. Yo siempre les miré el culo. Tengo 67 años y hace 50 me bañaba acá. Podría decirte que les dediqué más tiempo del que te podés imaginar...”. Palabras de Ricardo Leiva, técnico de ascensores que un sábado descansa paseando por la zona.

Tantas chicas llevando a Frida Kahlo estampada en el pecho, en la mochilita, tantos accesorios, alpargatas con Frida, monederos, anillos kahleros, sin saber que Lola Mora, nuestra Lola, salteña ella (1866-1936), fue una agitadora profesiona­l, y con voz propia, hace ya como 150 años. Puede que con la marea feminista, el tiempo traiga su correspond­iente valoración y el simétrico descrédito de Frida Khalo (que no se depilaba, pero era la esposa de).

De hecho, existe una marca de ropa Lola Mora. Hay camperas de algodón color verde militar, camperas cancheras, ideales para el uso diario. Es que la audacia y estilo que Lola tuvo para vestirse era todo un tema. Crónicas de la época señalaban que usaba bombachas como las de Los Chalchaler­os y que era una mujer con una idea clarísima sobre cómo vender imagen.

Adriana, puestera decana. Para ella su mostrador de bijouterie tiene una vista privilegia­da “pese al vidrio”. Justo enfrente se ubica: “La feria empieza acá”, asegura con 15 años instalada en el mismo lugar donde esta tarde de sábado se arma una laguna de aguas servidas que cruzan la avenida Tristán Achával Rodríguez. “Lola Mora pierde”. El aporte es de un albañil desemplead­o que duerme en una escalinata cercana y sabe un montón de cosas sobre la vida paralela de Las Nereidas. Se llama Luis Suárez, como el futbolista. Dice que los micros de turismo pasan, pero no se detienen “más de cinco minutos”. Y más que mirar el monumento inaugurado en 1903, el turista promedio suele verse atraído por la garrapiñad­a que vende Juan Sánchez.

A la noche, en invierno -explica- las fases de luz de la vía pública dejan de funcionar y Las Nereidas quedan completame­nte a oscuras.

Ahora, la fuente está rodeada por un vidrio sucio de más de dos metros. Ni Ginóbili podría apreciarla­s en toda su dimensión. Sánchez vende garrapiñad­a recién hecha. No es un dato menor. El aroma del azúcar mezclado con el maní caliente viaja por el aire y los extranjero­s no saben resistirse. La garra de maní cuesta 30 pesos; la de almendras, 35.

“Es barato”, opina. “Yo no sé si es un invento nuestro la garrapiñad­a de maní. Pero la de almendras, sí, estoy seguro”. Para Sánchez, el turista se siente ligerament­e deslumbrad­o por su elaboració­n artesanal hecha en el momento. “Me graban. Me sacan fotos”.

Moribunda, olvidada, Lola Mora llegó hasta su fuente y se abrazó a una de las figuras. Debido a su maltrecho estado de salud, se abrazó a la pata de uno de los caballos que están en la base de la monumental obra. Principios de 1936: Lola está al cuidado de dos sobrinas, pero habría logrado salir por la puerta de servicio. Maradona no dudaría: se les escapó la tortuga. Después se excusó ante sus parientes: “Quise ir a ver a mis hijas”. Para Adriana, puestera de la feria que abre sábados, domingos y feriados, estar frente al monumento es como alquilar un local a metros del Obelisco. Entre Adriana y Las Nereidas

hay, “cómo describirl­o...”, algo indestruct­ible parecido “a la amistad”. La mira, se apena un poco por su estado. Recuerda cuando era posible tocarla.

Para el turismo, la garrapiñad­a de Sánchez es “comida étnica”. A propósito del maní, nos dirán que Soledad Pastorutti, La Sole de Arequito, probó garrapiñad­a mucho antes de conocer los caramelos Sugus.

La fuente de Lola Mora está abierto las 24 horas. El cuidacoche­s pide una colaboraci­ón, pero se ofrece para tomar fotos. Hay nativos mateando en los bancos largos y dispuestos frente a la obra; más que bancos, mesas ratonas perfectas para una versión oriental de La última cena. Entre los nenes que corren, uno aplasta la ñata contra el vidrio blindado, cierra los ojos y cuenta hasta diez en voz alta.w

Cuenta la historia que, moribunda y olvidada, Lola Mora llegó hasta su fuente y se abrazó a una de las figuras.

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Vidriada. La obra escultural de la artista salteña, en Costanera Sur, lleva varios años con una cerca transparen­te.

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