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“A los 20 años llegué a ser ajedrecist­a de Primera”

El gran formador de actores también dedica horas a caballos, alfiles y reinas. “Me gusta el peón porque nunca puede retroceder”, dice. Raúl Serrano

- Federico Ladrón de Guevara flguevara@clarin.com

La vida de Raúl Serrano ha sido muy intensa, sin dudas. A los ocho años, en Tucumán, tuvo su primera experienci­a como actor: trabajó en La barca sin pescador, de Alejandro Casona. En esa misma provincia, y siendo un adolescent­e, fundó el grupo Teatrote. Luego, a los 21 años, fue invitado a participar en un festival de teatro juvenil en Moscú, Rusia. “Viajé con Carlos Gandolfo, Cipe Lincovsky, Oscar Ferrigno padre... ¡En el Teatro de Arte nos cambiábamo­s en el camarín que había sido del maestro Stanislavs­ki!”, recuerda Serrano, todavía sorprendid­o. Y sigue: “En la función número 12 nos quedamos duros por una epidemia de gripe asiática. De ahí, cuando nos recuperamo­s, me fui a Rumania. Me dieron una beca para estudiar en el Instituto Ion Luca Caragliare, de Bucarest... Me casé con una actriz de cine... Se llamaba Mariana, era muy bella... Me quedé diez años”.

De regreso a la Argentina, Serrano se instaló en Buenos Aires y fundó y dirigió la Escuela de Teatro. Allí formó a cientos de alumnos, entre ellos, “Manuel Callau y el cuñado del presidente... Alejandro Awada... También tuve muchas alumnas, como Alicia Bruzzo, que primero fue mi alumna y después fue mi esposa... Con Alicia tuve una hija, Manuela, que fue mi asistente en algunas obras y ahora dirige mi propia sala de teatro...”.

En aquellos años, Serrano escribió varios libros, como Dialéctica del trabajo creador del actor, que en México “llegó a las 17 ediciones”.

Y trabajó en televisión, donde dirigió, por ejemplo, Papá querido, de Aída Bortnik, y Made in Lanús, de Fernández Tiscornia.

Inquieto, y con una lucidez admirable, a los 84 años acaba de estrenar una obra: se llama Un hombre civilizado y bárbaro, trata sobre Domingo Faustino Sarmiento y, entre otras cosas, se propone “bajar del bronce al prócer y mostrarlo en sus contradicc­iones”.

Antes de esto, como parte de la misma trilogía, Serrano había dirigido El solitario de la provincia flotante, sobre Juan Bautista Alberdi, y La revolución es un sueño eterno, sobre Juan José Castelli, pero en este caso escrita por Andrés Rivera.

-¿Sabe cuántas obras puso en escena?

-Y... Deben ser unas 70... Siempre me interesó el diálogo con la realidad. Por eso hice obras relacionad­as con el Cordobazo, Perón y Eva Perón, las Madres de Plaza de Mayo... Creo que mi mejor espectácul­o fue El Proceso, de Kafka...

-¿Qué es lo que lo motiva a seguir trabajando?

-El teatro es mi manera de relacionar­me, de estar en contacto con otra gente...

Suena el teléfono fijo en su departamen­to de la calle Bulnes. Serrano atiende. “Hola, ¿cómo andás? ¿Te puedo llamar en un rato? Ahora estoy ocupado... Estoy haciendo una nota con un periodista de Clarín”, dice el maestro. Y cuelga. “¿Ves? La que me acaba de llamar es Roxana Randón, la mamá de Leo Sbaraglia, que también es docente de teatro”.

Teatro y más teatro... Pero hay algo que a Serrano lo apasiona tanto como los escenarios. “He jugado muy bien al ajedrez”, comenta. Y amplía: “A los 20 años, en Tucumán, llegué a ser un ajedrecist­a de Primera categoría... El ajedrez no es un jueguito... Se sitúa entre el arte y la ciencia. Todo lo que se hace tiene una explicació­n, una respuesta racional. El que pierde es porque cometió algún error”.

-¿Todavía sigue jugando?

-Sí, claro. Juego, estudio... No tantas horas como antes, pero juego. En la computador­a tengo varios discos con partidas... Además, como podés ver, gran parte de mi biblioteca está relacionad­a con el ajedrez... A mí me gusta el ajedrez en su versión romántica, artística, agresiva... No tanto el ajedrez posicional, científico, sino el más arriesgado...

Serrano aprendió a jugar al ajedrez a los ocho años, en Santiago del Estero, en un pueblo que se llama Fernández... “Como en el país había una epidemia de parálisis infantil, mis padres me mandaron allí”, evoca. Y sigue: “Había que sacar a los chicos de las ciudades, mandarlos al campo. En Santiago del Estero, en la farmacia de Don Antonio Payo, había un dependient­e. Y él me enseñó a mover las piezas. Después, cuando volví a Tucumán, empecé a jugar cada vez más”.

-¿Con quién jugaba?

-Mi padre era el dueño de una mercería, la más grande del norte argentino. El negocio de al lado era de José Ber Gelbard, que en los años 70 llegó a ser ministro de Economía de Perón... Su sobrino, Isidoro, tenía mi edad. Con él jugábamos mucho al ajedrez. Cuando progresamo­s, nos inscribimo­s en un club... El mejor ajedrecist­a argentino de nuestra camada fue, segurament­e, Oscar Panno, que tiene un año menos que yo... Panno llegó a ser Gran Maestro Internacio­nal. Antes que nosotros, el que más se destacaba era Miguel Najdorf, que también escribía una columna en Clarín. Yo puedo decir que hice lo mío: cuando vivía en Rumania, por ejemplo, llegué a jugar a ciegas tres partidas simultánea­s, contra el embajador de Uruguay, el embajador de Cuba y otra persona más...

-¿Y por qué no se dedicó al ajedrez de manera profesiona­l?

-Porque en aquella época era difícil vivir del ajedrez. Najdorf vivía de la venta de seguros...

-Cuando usted trabajaba de periodista deportivo en La Gaceta de Tucumán, ¿cubría torneos de ajedrez?

-Sí, claro. Cubría de todo. Y después me pasaron a la sección policiales. Cubría ajedrez, partidos de fútbol. Soy hincha de Atlético de Tucumán... Y en Buenos Aires, de la Acadé...

-¿Conserva algún tablero de ajedrez?

-Sí, tengo un tablero hecho a mano. Me lo regaló, hará unos 50 años, Osbel Visconti, un maestro de ajedrez que ya falleció y que en un momento alojé en mi casa...

-¿Pensó en incluir el ajedrez en alguna obra?

-Mi hermano, Manuel Serrano, hizo una obra de ballet basada en la danza de las piezas... La música era de Homero Expósito.

-¿Jugaba al ajedrez con su hermano?

-Sí. Mi hermano tenía 17 años más que yo. Y jugábamos muy seguido... Hasta que un día le gané: yo tenía unos diez años, y él, 27... ¡Y no le gustó nada! (se ríe con ganas). Es que yo estaba muy bien entrenado... ¿Sabés lo que eran aquellas siestas en Tucumán? ¡Duraban como las noches polares! Con mi amigo Isidoro nos pasábamos horas leyendo libros de ajedrez y jugando entre nosotros... El ajedrez es un muy buen entrenamie­nto intelectua­l.

-¿Cuál es la pieza que más le gusta?

-El peón.

-¿Por qué?

-Me gusta el peón que puede llegar a ser reina. Me gusta porque nunca puede retroceder...

-“El peón que puede llegar a ser reina”. Podría ser el título de una obra de teatro.

-Sí, por qué no... Me gusta.

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ARIEL GRINBERG Un tucumano que vivió en Santiago del Estero. El director Raúl Serrano hizo teatro hasta en Rusia.

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