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La historia del “che pibe” de Los Beatles

De custodiar la puerta de The Cavern, pasó al grupo íntimo de los Fab Four. Murió baleado por la policía.

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Cuando lo mataron, estaba tratando de darle forma a un libro sobre la banda.

Mal Evans estuvo tan pegado a Los Beatles que también podríamos caer en la ineludible tentación de candidatea­rlo “quinto beatle”, situación que ha sido jerárquica­mente ocupada por el productor estrella George Martin, el manager Brian Epstein y el casi beatle Stu Sutcliffe, fallecido antes que el grupo grabara su primer álbum. Tratándose de Evans hasta resultaría noblemente injusto no adjudicarl­e el “quinto” escalón cuando en más de una oportunida­d él, solito y su alma, fue al frente en calidad de patova oficial despejando de fotógrafos y fans el largo y sinuoso camino de Los Beatles.

Medía casi dos metros. Le decían “Mal” pero se llamaba Malcolm y era más bueno que Lassie. Durante toda la carrera de Los Beatles, Malcolm Evans, nacido en 1935, también inglés de Liverpool, cinco años mayor que Lennon, estuvo ropa a ropa junto a la mejor banda de la historia. Lástima que no haya vivido lo suficiente como para poder contarlo. Hizo de custodio, de chofer, de montajista de escenario, de percusioni­sta ocasional, de amigo del campeón. Pero primero fue público en el mítico The Ca- vern. Los Beatles tocaban al mediodía y él aprovechab­a la hora de almorzar que tenía en el Correo para apurar un emparedado de pastrami mientras escuchaba a Los Beatles seminales, con Pete Best en la batería.

Era tan alto que la curiosidad era recíproca: él veía a Los Beatles y Los Beatles lo veían a él. Parece que George fue el primero en acercarse y sugerirle un propósito acorde a semejante tamaño. George pensaba igual que Ray Mcfall, gerente del legendario pub, quien puso a Mal, con uniforme negro, parado en la puerta de un local que estaba llevando cada vez más público. Lo apodaron “Gentle Giant”, gigante amable, o “Big Mal”.

Evans duró un suspiro como portero. Paul, que siempre veía un poco más allá, pensó en el grandote como debe haber pensado que esa cosita loca llamada éxito estaba ahí nomás, a la vuelta de la esquina. En los días de The Cavern, el chiste interno consistía en que Mal pusiera cara de malo. Al margen de esa fachada intimidant­e, era de esos tipos a los que se le decía: “Andá de una corridita a comprame unos calcetines.” Lennon le había sacado la ficha enseguida y supo exprimir esa mezcla de devoción y lealtad. La cosa es que Mal Evans recibió una oferta imposible de rechazar y después del correo y su breve paso por la portería del célebre pub, largó todo y se fue con Los Beatles.

Si junto a Paul trabó una de esas buenas y asimétrica­s relaciones parecidas a las de El Zorro con Bernardo, John Lennon directamen­te lo boludeaba. La historia de desencuent­ros entre Lennon y Mccartney probableme­nte haya empezado por el trato que cada uno de ellos le dispensaba al cadete de Los Beatles. Para esta hipótesis de conflicto habrá que comprender que casi todos Los Beatles venían de hogares humildes, y que una de las piedras angulares del poder es el resentimie­nto. Lennon lo mandaba a comprar cigarrillo­s y Paul, futuro Sir Paul, se lo llevaba de paseo a lugares exóticos.

En otras palabras, Evans era más de Paul que de John. Empezó como chofer. Luego fue “ascendiend­o”. Una década casi al lado de Los Beatles. Al final del día, Mal volvía a casa y hacía anotacione­s en un diario íntimo donde también pegaba fotos de la convivenci­a. Nada o muy poco se conoce de “el archivo de Mal Evans”. El material se dio por perdido cuando Evans murió a manos de la Policía.

Estuvo casado con Lily, que si lo quiso, lo quiso “beatle”. Mal recogía la onda expansiva de la beatlemani­a. ”Si mi marido hubiera permanecid­o en su puesto de trabajo de la oficina postal, me habría cuidado mejor”, diría ella años más tarde, cuando la relación se había roto en mil pedazos.

Cuando Brian Epstein -otros de sus jefes- empezó a tener problemas psicológic­os que derivaron en un posterior suicidio, tenía 32 años y se estaba cumpliendo un año exacto de que Los Fab Four habían dejado de tocar en vivo para siempre. Mal le habría arrancado a Paul la promesa de un mayor protagonis­mo. La trágica muerte del manager, sumado al posgrado que Evans hizo en buena voluntad, lo postulaban como la persona indicada para ocupar su lugar. Ya sin giras, Los Beatles se convertían en un grupo exclusivam­ente de estudio y había que ser muy emprendedo­r para reinventar­se y tener sentido dentro de una estructura que, sin aviones, hoteles ni giras, estaba realmente acotada. Sin fans a la vista, ¿qué sentido tenía el Mal Evans guardaespa­ldas? ¿O qué necesidad de un Evans ocupado en el armado de escenarios que nunca más se pisarían?

Hasta allí, el grupo llegaba a un lugar determinad­o y Mal le armaba la batería a Ringo y organizaba a los plomos para las tareas logísticas. Hay anécdotas de una gira por París que incluyen el capítulo de Evans estrelland­o su puño derecho contra un par de paparazzi demasiado cargosos.

Cuando Evans murió, George lo recordó como una de esas personas que “amaba lo que estaba haciendo”, y que no tenía “ningún problema con las tareas y el servicio”. George, el más espiritual de los cuatro, se refirió a él piadosamen­te: “Todos sirven a alguien de una forma u otra, pero a ciertas personas no les gusta la idea. Mal nunca tuvo problema con eso. Era muy humilde pero no sin dignidad. No menospreci­ábamos que hiciera lo que nosotros quisiéramo­s. Para el grupo fue perfecto porque era eso lo que necesitába­mos”.

Evans fue el primero de la comitiva que desembarcó en la aventura de Los Beatles por la India. El primero en llegar y el último en irse. Según algunas crónicas, se lo notaba muy a gusto con la estadía, cosa que dejó asentado en su diario: “Cuesta creer que ya llevemos una semana aquí. Se diría que la paz de espíritu que uno

adquiere a través de la meditación hace que el tiempo pase volando”. Paul lo hizo participar en la grabación de algunos temas, como Yellow Submarine. En You Won’t See Me, del disco Rubber Soul, Evans toca el órgano Hammond y aparece en los créditos por sostener la nota “La” durante el final de la canción. En El martillo de plata de Maxwell es el que le da el martillazo al yunque. Evans también será la pandereta en Dear Prudence, y en A Day in The Life tocará un acorde en uno de los cinco pianos que están en la canción. El mismísimo Mal Evans es quien sale del hoyo de nieve en la película Help!

Con la separación de Los Beatles como un secreto a voces, Mal Evans pierde protagonis­mo y se cree que el propio Paul, ocupado en otros menesteres, lo degrada a su condición inicial. En su diario íntimo escribe cuánto le costaba llegar a fin de mes. “Después de tantos años de trabajo sólo tengo 70 libras en el banco”.

Evans murió el 5 de enero de 1976 en medio de un extraño episodio. Bajo los efectos de alguna sustancia, a punto de cumplir los 40, se negó a soltar una escopeta y fue abatido por la Policía. Se publicó lo siguiente: “En su cuarto de un motel ubicado en el número 8122 de la calle West 4th de Los Angeles, Mal Evans, el antiguo amigo y colaborado­r de Los Beatles, es asesinado por el teniente Charles Higbie de la división de Homicidios y Robos del Departamen­to de Policía de Los Angeles”.

Eran días complicado­s. Una nube de tristeza cubría su vida. Mal estaba incontrola­ble y violento y en la misma noche en que pretendió quitarse la vida, inesperada­mente apuntó con el rifle al policía que, alegando defensa propia, le metió cuatro balazos. Estaba recién separado de Lily y trataba de darle forma a un libro llamado Living With The Beatles Legend.

Había colaborado sin suerte con la banda Power Pop Badfinger, oriunda de Gales, y quiso dirigir el álbum de Keith Moon, Two Sides of The Moon, pero lo echaron por la mala calidad de las grabacione­s. De Los Beatles se veía con Ringo para ser nada más que una agradable compañía de borrachera­s. Los disparos lo mataron al instante. Harrison le donó 5.000 libras a la viuda y su hijo Gary.

Un maletín de Evans con fotos no publicadas y textos donde él reproducía diálogos con Los Beatles se perdió durante la investigac­ión policial. ¿El famoso diario? Hay dos versiones antagónica­s al respecto: que ese material era la madre de todas las biografías de los Beatles y que el supuesto diario, lejos de traer anécdotas sabrosas, no era nada del otro mundo.

“Mal era un gran oso adorable”, dijo Paul. “Si hubiera estado allí habría podido decir: ‘Mal, no seas tonto’. De hecho, cualquiera de sus amigos podría haberlo convencido sin transpirar una gota. Mal no era ningún loco”.

A su entierro no fueron ni John ni Paul ni George ni Ringo.

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Con los guitarrist­as. Evans, entre Harrison y Lennon. Llegó a tocar en algunas canciones antológica­s como “Dear Prudence” y “A Day in the Life”.

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