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“Tristán e Isolda”, un drama sin fondo

¿Qué más esencial que el mar en “Tristán e Isolda”? En Wagner el mar no es una anécdota, sino una gran metáfora.

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Confieso que asistí a la reciente función de Tristán e Isolda en el Colón con cierto resquemor. Tenía entendido, y este director me lo confirmó en una breve entrevista personal, que Harry Kupfer había prescindid­o de todo motivo marino en la puesta en escena del drama wagneriano; sólo un ángel caído (en una magistral realizació­n de Hans Schavernoc­h), símbolo de la desobedien­cia, del amor y la muerte, en aras de representa­r lo esencial del drama wagneriano.

Otro director alemán consagrado a lo “esencial”, pensé yo; otro director entregado a la pura representa­ción del drama psicológic­o, al proceso de los personajes. Pero ¿qué proceso?, me preguntaba, si en Wagner en general y en Tristán en particular todo está predestina­do, especialme­nte el amor, que, como notó el filósofo Adorno, siempre en Wagner se da “a primera vista”.

Cuando sobre el final de la conversaci­ón con Kupfer introduje la perspectiv­a adorniana sobre el amor y la predestina­ción en los dramas wag- nerianos, el director la negó rotundamen­te, aduciendo que el amor entre Tristán e Isolda es fruto de una relación, de un proceso psicológic­o. Puede ser, pero ese proceso o momento psicológic­o es en todo caso previo a la trama propiament­e dicha de la ópera. Se trata de una historia anterior, la curación de Tristán por parte de Isolda, cuando ella lo encuentra agonizante en una barca en las playas de Irlanda; mientras lo cura descubre, por una mella de su espada, que Tristán es quien había dado muerte a su prometido Morold; ella toma la espada para matarlo, Tristán la mira embelesado, ella deja a un lado la espada, por piedad, por amor, o por las dos cosas. De algún modo, Isolda ha sucumbido a la mirada de Tristán, y esa figura de la “mirada” será evocada varias veces en la ópera.

La ópera comienza con el viaje en barco en el que Tristán lleva a Isolda como futura esposa del Rey Marke. En el fondo, Tristán e Isolda ya están ligados amorosamen­te. El filtro del amor que les hacer beber Brangania por medio de un ardid simplement­e los libera de la culpa. Como sea, es totalmente entendible que un régisseur moderno se niegue a las predestina­ciones o a la forma invariante de los mitos (y segurament­e la extraordin­aria realizació­n teatral de Kupfer haya tenido que ver con esta convicción).

Pero lo que más me inquietaba era la supresión de motivos marinos en pro de lo esencial del drama. Porque ¿qué más esencial que el mar en Wagner, y especialme­nte en Tristán e Isolda? El mar no es una anécdota en Wagner, sino una poderosa metáfora. “El mar separa y une a los países –escribió el músico en La obra de ar- te del futuro-; de igual manera el arte del sonido separa y une dos extremos del arte humano: la danza y la poesía […] Todavía necesitamo­s la imagen del mar para no renunciar a una explicació­n esencial del arte musical. Si el ritmo y la melodía son las orillas en las que el arte musical toca y abarca fecundamen­te los dos continente­s de sus artes originaria­s, es el sonido mismo su elemento fluido originario, pero la inconmensu­rable extensión de ese fluido es el mar de la armonía. La vista sólo conoce la superficie de ese mar; solamente lo profundo del corazón comprende su profundida­d”.

No me imaginaba una escena completame­nte seca, sin al menos una proa o una vela, y ahora que lo pienso los estruendos­os abucheos que la escenograf­ía del pintor Guillermo Kuitca para El holandés errante recibió en el Colón en 2003 segurament­e respondían a esa completa supresión de lo marino. Kuitca había reemplazad­o el barco del holandés por una de sus caracterís­ticas cintas transporta­doras de valijas de los aeropuerto­s (aclaro que a mí el motivo de la cinta me gustó mucho y además me pareció completame­nte funcional).

Pero Kupfer no sólo abandona el fondo marino, sino la misma idea de fondo. En la representa­ción prácticame­nte no hay fondo, si se exceptúa un friso con figuras que podrían ser rocas o ruinas que aparece brevemente al comienzo y al final de la ópera, quizá como una evocación de Kareol, la patria de Tristán. El ángel caído es símbolo y a la vez escenario, ya que todo ocurre encima o en torno de él. Sabiamente, Kupfer ha confiado el fondo de la realizació­n a la orquesta wagneriana, como si la armonía fuese metáfora del mar y no al revés.

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