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Platos del mundo hechos en casa: secretos de extranjero­s en Buenos Aires

Lejos de sus países, preservan la autenticid­ad de sus cocinas de origen en el ámbito doméstico. Y se las rebuscan para adaptar sus recetas típicas con materias primas locales.

- María Florencia Pérez Especial para Clarín

Merel Hatenboer cuenta que aprendió a reemplazar la salchicha ahumada típica del Erwtensoep (una sopa crema de arvejas al estilo holandés) por el prosaico chorizo local. Arun Karunakara­n se hizo habitué del barrio Chino para conseguir los condimento­s y las especias que le aporten a sus comidas algo parecido a ese sazón típicament­e indio. La parisina Laurie Vaquer confiesa que nunca se acostumbró a comer ese pan que aquí conocemos como “francés” y el milanés Giuseppe Messina sostiene una cruzada personal contra las pastas inundadas de salsa que sirven en la mayoría de los restaurant­es porteños.

La frase que dice “somos lo que comemos” es particular­mente significat­iva para quienes dejan atrás su tierra de origen y se aventuran en nuevos países con hábitos y gastronomí­as diferentes. Qué se come, dónde se come y cómo se come habla de la abundancia y la escasez de cada pueblo y también revela su sentido del gusto que, lejos de ser un factor casual o arbitrario, es una construcci­ón compleja atravesada por su geografía, su historia e incluso sus creencias.

Es sabido que la cocina es un poderoso portador de identidad cultural que inmigrante­s y expatriado­s levantan como banderas en diferentes rincones del mundo. El hábito de intercambi­ar recetas y datos sobre dónde conseguir tal o cual producto imprescind­ible para realizarla­s, y la costumbre de compartir comidas típicas con coterráneo­s y locales, es un clásico de ayer y hoy.

En esta Buenos Aires contemporá­nea y cosmopolit­a cada vez conviven más expresione­s culinarias de diferentes países del mundo. Desde fines de los ‘90, crece la oferta de restaurant­es de diferentes tradicione­s gastronómi­cas y las recetas de cocinas lejanas se acercan a la cocina doméstica gracias a la populariza­ción de la cultura foodie. Hoy a nadie asombra la posibilida­d de comer un couscous marroquí en Villa Crespo o de toparse con más oferta de cupcakes y macarons que de facturas en Palermo. Pero: ¿cuánto sabemos realmente de esas cocinas ajenas a la nuestra?; ¿qué tan bien se reproducen sus platos típicos en los espacios gastronómi­cos porteños?; ¿cómo adaptar sus recetas a las materias primas locales?. Cuatro extranjero­s abren las puertas de sus cocinas en Buenos Aires, elaboran sus platos favoritos y contestan esas preguntas.w

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