Un esqueleto en el medio del living
Una cosa es el Museo Xul Solar, un espacio público abierto a todo el mundo; y otra es la casa del artista, situada sobre el museo, en el primer piso: esta sección no es abierta al público y es conservada con celo por sus guardianes, especialmente por Martha Caprotti, íntima amiga del artista pero amiga, especialmente, de Lita (Micaela Cadenas) la mujer de Xul.
Se accede a la casa por una especie de puerta semisecreta. Se sube una empinada y angosta escalera de mármol usado y blanco, “por la que tantas veces subió y bajó Borges, cuando venía a visitar a su amigo Xul para conversar sobre lenguas, religiones y libros”, detalla Teresa Tedín, parte del staff del museo Xul Solar.
Se entra a un hallcito e inmediatamente una abertura comunica hacia la nutrida biblioteca del artista, espacio donde también se ubica el rincón en el que él y Borges se sentaban a charlar. Allí está el ajado terciopelo rosadito del sillón. A su costado, la mesita sobre la que se recostaba Xul (era muy alto), construida por él mismo. Y cerca, la presencia más intrigante: el Títere de la muerte inventado por el artista, un esqueleto de 2,17 metros de altura, creado con fragmentos de palos de escobas, piolines, alambres y resortes, testigo mudo y único de los encuentros entre estos dos talentosos amigos.
“Recuerdo, de cuando vivía acá, que Borges llamaba por teléfono a Xul sin horarios”, comentaba Martha a esta cronista, hace dos años, en una larga entrevista que quedó en el grabador. “Si Xul estaba solo, entonces venía, se reunían y tomaban el té. Pero lo hacían sin testigos.” -¿Por qué se reunían a solas? -Era una forma que tenían de comunicarse. Vi muchas veces a Borges buscar en la biblioteca de Xul y saber, a pesar de su ceguera, la ubicación de cada libro. Porque recordá que Borges ya frecuentaba la casa desde antes de quedar completamente ciego.
La habitación contigua a la biblioteca era donde se hacían desde las clases de astrología hasta las reuniones de iniciados, de discípulos, los estudios grupales y las discusiones sobre filosofía y religión, a las que acudían desde reconocidos sacerdotes hasta prestigiosos profesionales e intelectuales, contaba Martha Caprotti.
Todavía pueden leerse en el pizarrón los últimos textos y grafismos que dibujó Xul: explicaciones grabadas en tiza.