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Una obra encantador­a

Basada en la celebérrim­a opereta, el coreógrafo inglés Ronald Hynd elaboró una obra fascinante.

- Laura Falcoff lfalcoff@clarin.com

La viuda alegre Ballet del Colón. Dirección: Paloma Hererra. Coreografí­a: Ronald Hynd. Música: Franz Lehár. Hasta el 8 de agosto con distintos repartos. Teatro Colón, Libertad 621.

El Ballet del Teatro Colón, que dirige Paloma Herrera, acaba de estrenar La viuda alegre, un espectácul­o de ballet basado en la celebérrim­a opereta del mismo nombre y que entra de este modo al repertorio del Colón. Fue estrenado originalme­nte en Melbourne por el Australian Ballet en 1974, como un encargo hecho por la dirección de esa compañía al coreógrafo inglés Ronald Hynd. Vale la pena agregar que el propio Hynd viajó a Buenos Aires para el montaje y ensayos de la obra y la noche del jueves, día del estreno, saludó al lado de los bailarines con sus gallardos ochenta y siete años de edad.

No valdría demasiado la pena detenerse en las muchas alternativ­as del libreto de La viuda alegre, un poco complicada­s de resumir. Aquello que, gracias a los textos, en la opereta resulta inteligibl­e, en la danza no lo es: por ejemplo, que el personaje de la joven y acaudalada viuda Hanna acepte formar parte de una intriga para proteger la reputación de la coqueta Valencienn­e -y ésta es sólo una línea secundaria de la trama principal- no es fácil de comprender si no se leen antes las notas del programa. Que el embajador de Pontevedro en París quiera casar a Hanna con el conde Danilo para salvar de la bancarrota al ducado ficticio al que representa, tampoco puede deducirse fácilmente a partir de lo que ocurre en escena.

Sin embargo, con ese complicado material narrativo, el coreógrafo Hynd elaboró una obra de danza encantador­a. Ubicada en el París de la Belle Époque, la historia se desliza por la embajada de Pontevedro, el fastuoso jardín de la mansión de Hanna y el sofisticad­o restaurant Maxim’s. Y se desliza en un sentido casi literal porque en La viuda alegre ocupa un gran lugar el vals, el baile de salón más deslizado de entre todos sus congéneres y símbolo hasta hoy de esa Viena tan amada por el compositor Lehár.

Como ese champán que los personajes beben a lo largo de la obra en cantidades prodigiosa­s, el ballet tiene un tono burbujeant­e que lo hace muy disfrutabl­e. La escenograf­ía y el vestuario son deslumbran­tes y los personajes muy simpáticos aunque no planos: el coreógrafo Hynd, al in- troducir ciertos toques de ironía, da más relieve a una historia con un previsible final feliz.

Fueron estupendas las interpreta­ciones de Macarena Giménez y Juan Pablo Ledo como Hanna y Danilo, Camila Bocca en el rol de Valencienn­e y Maximilian­o Iglesias como Camille.

En papeles de carácter, hermosos trabajos de Igor Gopkalo (el embajador de Pontevedro) y Julián Galván (secretario del embajador). Muy bueno el desempeño del cuerpo de baile, del que es inevitable destacar a Jiva Velázquez como solista, un joven bailarín extraordin­ariamente prometedor.

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FOTO: TEATRO COLON Joyita. El ballet tiene un tono burbujeant­e, que lo hace sumamente disfrutabl­e.

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