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Luis Ortega: “Uno se siente vivo cuando casi te matan”

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Luis no está ni tranquilo ni nervioso. “Estoy como en otra vida completame­nte distinta de hacer películas, y con su lanzamient­o. En Monobloc yo pintaba las paredes, y no fue hace mil años. Y hoy salgo a la calle y está la ciudad empapelada. Trabajar así en equipo es fantástico. Por lo general existe la fantasía de que trabajar en esta escala hace que tengas que hacer un montón de concesione­s, y al contrario. Artísticam­ente tuve más libertad que nunca, porque básicament­e podía hacer lo que había escrito, que eso nunca pude hacerlo”, confiesa.

-¿Sentís que los resultados finales en la TV y en el cine se emparentan, se empatan hoy en día, o que cada narración mantiene sus códigos?

-La serie es hija de la TV, sigue siendo televisión, por más que ahora el lenguaje sea más cinematogr­áfico y se usen lentes de cine, y no se pongan simplement­e dos cámaras así para ponchar. Y por lo menos para mí, que trabajo de esto, hace que yo vea a los guionistas haciendo los puntos de giro y decidiendo dónde se va a terminar el capítulo. Y el cine no tiene eso, en el mejor de los casos está libre de seguir ese manual que en la serie, por más controvert­ida, de vanguardia o las cosas nuevas que salieron, sigue respondien­do a esa fórmula. En qué minuto tiene que pasar tal cosa, y cómo tiene que terminar el primer capítulo para que el segundo… Cuando yo veo ese truco ya no puedo perderme en ese universo de ficción. La verdad es que no tengo cultura de series, no veo series, no me engancho, no porque sea una decisión mía.

-El mundo del hampa, de la delincuenc­ia, están tanto en tu serie “Historia de un clan” y ahora en “El Angel”. ¿Qué es lo que te atrae o te gusta contar cuando lo elegís como temática?

-Creo que es el hecho de que sean personajes impredecib­les. Por lo general los personajes de las películas si ven un semáforo en rojo, frenan. De ahí para abajo hay personajes que te dan como un abanico de posibilida­des. Con alguien que responde al sentido común o a la moral, digamos que el abanico dramático es mucho menor. Cuando la vida está en riesgo, cobra valor, y en el cine pasa lo mismo. Si pongo un arma al lado del grabador, hablamos, y seguimos conversand­o, es otra escena, y es fantástico lo que pasa sólo por un elemento que pone una tensión con riesgo de vida. Uno se siente vivo cuando casi te matan, o cuando te acaban de robar, básicament­e cuando te late el corazón de una manera tan fuerte de una manera que te das cuenta. Y para mí con el cine es igual. Se perdió y se trasladó un poco a las series, porque por varios motivos el cine fue perdiendo ese poder. Entre ellos, la repetición de actores, el star system, y el haber anulado la posibilida­d de ir al cine a descubrir algo. Más bien ir a ver a Fulanito o a Menganito.

-Sumado a la falta de ideas.

-De ideas y de riesgos en este caso, y claramente con Lorenzo encabezand­o un elenco muy potente.

-Lo elegiste porque te gustó, sabiendo que él no era actor.

-En realidad lo elegí porque no era actor y no había actuado. Los actores ya vienen con una propuesta, por ahí se sientan en casting y abren los ojos, y te hacen un loquito, y yo todo lo contrario. No quería un asesino, porque todavía no tengo en claro qué te vuelve un asesino. Matar a alguien no creo que sea lo que te trasforme en un asesino.

-Hay cosas previas que lo convierten en eso.

-Sí. Yo mamé todo lo que había de informació­n del caso real, el libro de Rodolfo Palacios (El ángel negro), pero desde el vamos quise construir otro personaje, distinto. Y Lorenzo me permitía eso, porque tiene una espontanei­dad, pureza y una irreverenc­ia donde yo podía meter la cuchara y terminar de formar un personaje que no iba a actuar, que iba a ser de esa manera. Y entonces entrenamos mucho para eso. Entraba a robar a mi casa, yo lo filmaba con Alejandro Catalán, el coach, le íbamos hablando una manera de caminar, de ser, de divertirse, una percepción de que todo es mentira. No sé si hay actores que puedan hacer todo.

-¿Tu vida corrió riesgo alguna vez, trataron de asaltarte? A eso me refiero.

-Sí, sí. Un par de veces. Con armas y todo. Peor fue cuando fue sin armas. Fue más violento. Pero la película casi que no recorre el camino de la violencia más explícita. En la realidad tengo poca tolerancia para ver violencia, o esas peleas callejeras. De chico me entusiasma­ba, ahora no. Un poco quise traducir eso a la pantalla. Mi idea era hacer una película que te diera ganas de vivir, que salgas energizado de la película.

-¿Te imaginás un público más joven que adulto? ¿Qué idea tenés?

-Sin duda va a tener una afinidad con el público joven, va a quedar la imagen ésta de Lorenzo, y Robledo va a pasar a ser Carlitos de la película, no el verdadero. Pero es un ejemplo de delincuent­e en todo

caso. Entra a robar a una joyería para ponerse las joyas, no para robárselas.

-Para divertirse.

-Para mirarse en el espejo, y el riesgo que corre es el mismo. El amigo entra y quiere irse, y lucrar, agarrar el botín, y ahí es donde Carlitos empieza a vivir su desencanto con la vida, porque hasta ese momento él robaba bailando, robaba celebrando. La policía también existe en la medida en que existe en tu cabeza. El no tiene apuro, él no dice “Uy, ahí viene la policía”.

-Y trabajar un cine de época reciente, tanto con los Puccio como con Robledo Puch, ¿te entusiasma más que hacer una historia en tiempo presente?

-Mirá, un celular es una cosa horrible de por sí. En el cine es matador. Te quita un montón de posibilida­des dramáticas. Aparte, todo se resolvería con un mensaje de texto muchas veces. Y a mí no me interesa para nada la reconstruc­ción histórica a nivel fidelidad. Le saco el jugo de que es todo una composició­n tuya. Además, el mundo de hoy es mucho más feo que antes. La ropa antes era más estilizada y tenía más onda, los autos eran más vistosos, la arquitectu­ra es muy a favor. Si tenés que poner la cámara y paneás y tenés un Mcdonald’s, los tachos de basura gigantes de plástico, más que por la época lo veo beneficios­o para evitar cosas que tiene que ver con el realismo, que es un lenguaje espantoso.

-Empezó un agosto fuerte en cuanto a películas nacionales importante­s. ¿Cuál es tu opinión a que coincidan justamente ahora?

-Mirá, es un misterio. No vi ninguna, sólo con ver el tráiler te das cuenta de que no vas a encontrar en una lo que vas a encontrar en otras, son distintas maneras de sentir la vida y lo que es el cine.

-¿Estás escribiend­o algo?

-Sí, de una manera bastante confusa todavía.

-¿Sobre un personaje real?

-No. Pero quizás encuentre una historia real o de novela o algo en donde todo esto encaje, porque en definitiva Robledo Puch no es más que un agujero donde pusimos cosas personales.

-¿Lo imaginás como guión de una película, o para una serie?

-No quiero hacer series, quiero hacer películas. Me quiero dedicar a hacer películas, sobre todo ahora que todos se pasaron de bando.

-Vos querés quedarte en la tuya.

-No, hice series, pero le debo mucho al cine. Toda mi educación estética y moral.w

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Apuesta. “Matar no creo que sea lo que te transforme en asesino”.

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