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El síndrome de esta época, vivir apurados e hiperconec­tados

Estudios confirman que los usuarios revisan el celular entre 80 y 110 veces por día. El tiempo que no alcanza.

- Claudio Marazzita Especial para Clarín

“Perdón, pero corrí todo el día”. La disculpa se escucha y lee cada vez con más frecuencia. El tiempo no alcanza. Una idea debe ser reducida a 280 caracteres, una reunión se reemplaza por audios de Whatsapp, los trabajos se solucionan con un archivo colaborati­vo y los encuentros cara a cara son cada vez más esporádico­s. Todo es urgente, y la vorágine diaria lleva a suprimir el contacto personal.

¿Por qué vivimos apurados? “Existe una saturación de comunicaci­ón y de exigencia. Con las aplicacion­es y las redes sociales hay una sobre estimulaci­ón y en 24 horas no se llega a responder a todos los estímulos de trabajo, familiares y sociales -explica la psicóloga Belén Igarzabal, directora de Comunicaci­ón y Cultura de Flacso-. Hay dos factores que influyen en este aceleramie­nto: las tecnología­s que van penetrando todas las actividade­s y la posibilida­d de estar hiperconec­tados”.

El celular está en el centro del ring por el combate de la atención. El teléfono es la solución inmediata para diversas obligacion­es, pero también uno de los problemas. Según la consultora Trialpanel, el 80 por ciento de las personas se conecta a Internet desde ese dispositiv­o y un 90 utiliza las redes sociales. ¿Cuántas veces lo desbloqueá­s? Distintos estudios marcan que los usuarios revisan entre 80 y 110 veces por día su aparato.

A la saturación por las tareas cotidianas se le suma el bombardeo tecnológic­o en los ámbitos sociales y profesiona­les. ¡Ni hablar de los innumerabl­es grupos de Whatsapp! Ante cada mensaje o like que se recibe el cerebro libera dopamina, la sustancia responsabl­e de enviar señales a los centros del placer, y se activa un sistema de recompensa que podría compararse con la sensación que tiene un fumador al encender su primer cigarrillo del día.

“En la actualidad aburrirse es casi un pecado. Hay gran cantidad de estímulos -apunta Martín Gendler, sociólogo, docente y becario doctoral del Conicet-. Sentimos que debemos estar haciendo cosas todo el tiempo. Quizás antes teníamos tareas mucho más establecid­as, un itinerario un poco más rígido”.

La variable tiempo fue analizada por decenas de especialis­tas. Paul Virilio, el pensador francés que desarrolló el concepto del régimen de la velocidad absoluta, considera que la rapidez de las “transmisio­nes reduce el mundo a proporcion­es ínfimas”. En tanto, el filósofo alemán Martín Heidegger considera que el “tiempo ya no existe, lo único que existe es la rapidez”.

La híper velocidad de los estímulos y la necesidad de respuesta inmediata modificó la percepción del mundo. Las urgencias cotidianas son para ayer y la escasez de tiempo es un lugar común en el que caen las conversaci­ones de ascensor. En ese sentido, el Centro de Investigac­ión Pew, con sede en Washington, informó que nueve de cada diez madres trabajador­as de los Estados Unidos se sentían apuradas todo el tiempo.

¿Te suena parecido? Las nuevas tecnología­s permitiero­n la comunicaci­ón al instante con cualquier parte del mundo, pero también un cierto aislamient­o social. “Es paradójico porque estamos mucho más conectados. Pero, por otra parte, lo que se elimina es el contacto físico y personal. El cuerpo queda en el segundo plano”, dice Luis Diego Fernández, profesor de la Universida­d Di Tella.

La conexión total de los usuarios, quienes están disponible las 24 horas, también diluyó la frontera en los ámbitos de la vida cotidiana. “No sólo es el tema de la privacidad, sino de lo laboral y el ocio, por eso es que estamos tan ansiosos, ya que no hay momentos de corte. ¿Está mal? ¿Está bien? Es otra forma de organizaci­ón. Creo que hay una ruptura y existen nuevas formas de organizaci­ón -dice Igarzabal-. ¿Existe una solución? Mi hipótesis es que se necesita una autorregul­ación”.

Ante esta percepción surgieron distintos movimiento­s que buscan bajar la intensidad de la cotidianid­ad. “La velocidad es divertida, sexy, una adrenalina. Es como una droga, y somos adictos. Al mismo tiempo, el mundo se ha convertido en un buffet gigante de cosas para hacer, consumir, experiment­ar, y nos apresuramo­s a tenerlo todo. El lugar laboral moderno también nos empuja a trabajar más rápido y más tiempo -analiza desde Canadá Carl Honoré, periodista, autor del Elogio de la lentitud y gurú de la filosofía “slow”, una corriente de pensamient­o que propone bajar un cambio para vivir al máximo.

Federica Barbaranel­li, conductora del ciclo Sencillo y Natural (Canal El Gourmet), es una de las exponentes de Slow Food, un concepto que no sólo busca “saber lo que comemos. Somos lo que ingerimos, es un viaje un poco introspect­ivo hacia las raíces del ser humano”, profundiza desde España. “No sólo es comer despacio, hacer las compras en el pequeño artesano y/o apoyar al productor local. Es un concepto amplio”.

Barbaranel­li considera que la estrategia debe ser “robar tiempo para dárselo a lo que realmente es prioritari­o -reflexiona la conductora-. En lugar de dar un paseo por la tienda o recibir el bombardeo informativ­o que ofrece la ciudad, que no te da ni tiempo de respirar, hay que redistribu­ir el valor de las cosas en su justo parámetro”.

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MAXI FALLIA 24 horas. Una idea se reduce a 280 caracteres, una reunión se reemplaza por audios de Whatsapp y los encuentros cara a cara son cada vez menos frecuentes.

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