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Cómo educar al abuelo

Osvaldo Laport se luce como Gino Salinas, un hombre que debe aprender sobre identidad de género.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Si los personajes de ficción vienen a abrirnos los ojos sobre algún territorio humano específico, Gino Salinas (Osvaldo Laport en 100 días para enamorarse) tal vez sea la personific­ación de la aceptación. Lo apodan “Bambi”, quizá porque está atravesand­o un proceso de dolor semejante al ciervito de Disney. O porque, como el “Bambi” animado, entiende que el peor enemigo puede ser el hombre.

Viudo, abuelo de Juani (Maite Lana- ta) y padre de Antonia (Nancy Dupláa), a quien crió solo, Gino pasó a ser centro de debate de ese núcleo familiar desorienta­do. ¿Cómo decirle al abuelo que “la nena” no se siente en paz en el cuerpo de una mujer? ¿Cómo explicarle al fierrero del “rioba” que, así como las piezas de un auto deben coincidir, Juana tiene un interior desordenad­o?

Con este abuelazgo de la ficción, el ex Indio Catriel de Más allá del horizonte -que pasó por una paleta tan amplia de matices televisivo­s- está cumpliendo un rol de visibiliza­ción y compresión desde la ignorancia. Se trata de un mundo del que poco nos enseñaron: la identidad de género.

Gino no puede concebir que su “princesa” se sienta varón. Putea, golpea mesas, llora “a lo macho”. Nos reeduca, nos muestra esa transición entre el silencio, el “de esto no se habla”, el prejuicio y el posterior entendimie­nto.

“Pensamos en un padre curtido, al que le cuesta entender desde la bonhomía, desde un lugar cultural. Teníamos ganar de contar que el único camino es de la aceptación. Hay padres que echan a sus hijos de casa, nosotros pensamos en los que quieren estar cerca pero a los que no les resulta fácil digerirlo. Gino es un mecánico de Warnes, hincha de Atlanta, muy varonil, de hacer el asado y decirle ‘Muñequita’ a su nieta”, explica el guionista Ernesto Korovsky (que forma parte del equipo junto a Silvina Frejdkes y Alejandro Quesada).

“Es que yo soy de otro siglo”, le explica “Bambi” a su hija. Arrastra con una construcci­ón social, con una “carrocería” de mandatos. “Siempre dije que el día que tuviera un nieto varón, sería para él el cortapluma­s del abuelo”, llora en una de las mejores escenas de la tira, cuando decide destinar el preciado objeto heredado a quien en breve será Juan en su DNI. “Machista”, le reprocha su hija, por pensar que un cortapluma­s es “sólo para hombres”. Y es que mientras la sociedad relee paradigmas y entra en otro estadio, la ficción acompaña.

“Bienvenido el privilegio de poder hablarle a tantos hombres de mi generación, en roles de tíos o abuelos: como sociedad en desarrollo, hay una generación que, con una ley de diversidad sexual existente, no puede acostumbra­rse a la idea de un día para el otro. Todavía nos asusta”, explica Laport, orgulloso de su “traje nuevo”. “Podría encararlo como más tosco, más cuadrado, pero no. Él padece un dolor que tiene que ver con el que dirán del barrio, del chusmerío. Es un señor que se hizo solo, que pregunta cómo es el tema del ‘pitulín’, que se informa y que termina comprendie­ndo”.

“Gino es el del tipo de hombre que se pasó la vida piropeando a mujeres en la vereda y ahora hay otro mandato cultural. Ese floreo hoy está mal, cayó en decadencia, no está bien. Me resulta absolutame­nte entrañable el trabajo de Laport. Del actor con taparrabos al de hoy hubo un camino, se fue depurando en carisma”, suma Korovsky.

Es probable que -como aquel Guevarita de Campeones-, este “campeón” sufrido quede en la memoria popular de la televisión. Es más: tal vez sea su versión evoluciona­da. Conserva la ternura y las llagas, pero con ellas va camino a repensar que un verdadero varón no esconde su sensibilid­ad, sino que la usa como espada.

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De Catriel a “Bambi”. Laport se mete en un personaje entrañable.

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