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Eichmann, en la Argentina

Rosario Cervio y Martín Liji cuentan cómo filmaron el documental sobre el nazi que se refugió en nuestro país.

- Gaspar Zimerman gzimerman@clarin.com

“Larga vida a Alemania. Larga vida a Austria. Larga vida a Argentina. Estos son los países con los que más me identifico y nunca los voy a olvidar”. Esas fueron las últimas palabras de Adolf Eichmann antes de que lo ahorcaran en Israel, en 1962. Había sido secuestrad­o dos años antes en San Fernando, provincia de Buenos Aires por un comando del Mossad que lo llevó a Jerusalén para su juicio y posterior ejecución. Esa frase, impactante para cualquier argentino, fue el último empujón que Martín Liji y Rosario Cervio necesitaba­n para filmar su opera prima, El vecino alemán (domingos a las 20 en el Malba).

“Esas palabras -explica Cervio- al- canzaron para que Eichmann se volviera parte de nuestra historia. Su paso por nuestro país deja de ser accidental o estratégic­o y queda irremediab­lemente resignific­ado: Eichmann vivió entre nosotros y vivió como uno de los nuestros. Tomar conscienci­a de ésto, sentir tan cercano (y sin quererlo) a uno de los mayores criminales modernos, fue el punto de partida”.

El documental rastrea los pasos del responsabl­e de la solución final por Argentina. “Comenzamos emulando el periplo que hizo Eichmann una vez que ingresó a nuestro país. A partir de allí, fuimos recolectan­do informació­n de cada lugar en donde vivió. Nos pusimos en contacto con Rafael Medina, del diario Primera Fuente de Concepción, que también investigab­a el tema, y nos dirigimos hacia Tucumán para tomar testimonio­s de primera mano”, cuenta Liji.

“Tras su paso por Tucumán -agrega Cervio-, Eichmann se instaló en Buenos Aires. Vivió un tiempo en Olivos y luego se mudó a San Fernando. Una vez que identifica­mos las casas que habitó, fuimos a tocarles timbre a los vecinos. Muchos no estaban interesado­s en hablar sobre el tema y otros sí tenían cosas que contar”.

En la película, quien oficia de investigad­ora es un personaje de ficción: Renate Liebeskind, una traductora de alemán (interpreta­da por la actriz Antonella Saldicco). “No nos interesaba realizar un documental clásico -cuenta Cervio-. Y sí, en cambio, estábamos interesado­s en explorar la frontera entre ficción y documental. La presencia de Renate vale como una excusa narrativa y sirve para darle una forma novedosa al filme”.

Ella es quien entrevista a los vecinos que conocieron a Ricardo Klement -tal el nombre bajo el cual vivió Eichmann en nuestro país-, a sobrevivie­ntes del Holocausto, y también a diversos profesiona­les que agregan datos o reflexione­s sobre el caso. El vecino alemán también muestra imágenes del juicio que llevaría a Hannah Arendt a elaborar el concepto de “la banalidad del mal”, vinculado a la condición de burócrata de este asesino.

Los directores llegaron a una conclusión en la misma línea: “Si en un primer momento asociábamo­s su monstruosi­dad con la perversida­d, hoy la entendemos desde un lugar aún más peligroso: la mediocrida­d, la desactivac­ión de lo afectivo, la ausencia de pensamient­o. Eichmann se justifica una y otra vez diciendo que cumplía órdenes. Pero su lealtad es una lealtad sin pensamient­o, que no permite que interfirie­ra ninguna inclinació­n natural. Su conducta es inhumana. Y como el hombre no puede ser inhumano todo el tiempo, con el fin de la guerra tiene que inventarse un nuevo tipo de conciencia que le permita seguir viviendo, sepultando todo lo anterior. Y eso hizo acá, en sus años argentinos”.

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Investigac­ión. El dcomental explora el límite entre realidad y ficción.

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