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A sus 75, a Robert De Niro le quedan 30 años de carrera

- Pablo O. Scholz pscholz@clarin.com

“Los periodista­s tienen la culpa de todo”, me dijo una vez Robert De Niro. Fue frente al Mar Adriático, en el Lido de Venecia. Su fama de contestar con monosílabo­s las entrevista­s a las que está forzado a dar por compromiso­s de contrato con las películas de Hollywood se resquebraj­aba aquella tarde. Tal vez porque el ambiente no era el mismo de siempre (un salón o habitación en un hotel 5 estrellas), sino que estaba muy relajado presentand­o un filme (de Hollywood, sí), pero fuera de competenci­a como

Ronin.

Como si esos personajes hoscos, violentos, brutales o psicóticos, personajes rotos, a veces marginados que ha interpreta­do tantas veces se apoderaran de él.

Como sea, estar frente al actor de El Padrino II y Toro salvaje mucho antes de que casi dejara de lado las propuestas dramáticas o tuviera el Sí fácil a las comedias simplonas (y no hablo de

La familia de mi novia, como suegro de Ben Stiller, sino Mi abuelo es un peligro, Ultimo viaje a Las Vegas, El gran casamiento) fue uno de los grandes momentos que viví como periodista de espectácul­os.

Todo viene a cuento de los 75 años que De Niro ha cumplido ayer. Y ayer mismo planteábam­os el retiro (semi)forzado del cine de Jack Nicholson, que sería incapaz de recordar sus líneas de diálogo. Extraño, porque hay muchos actores, tal vez no octogenari­os como el intérprete de Atrapado sin salida, o el Guasón del Batman de Tim Burton, a los que les dictan sus palabras a través de diminutas cucarachas en sus oídos. Me consta, y no sólo en Hollywood.

Pero volviendo a De Niro, el hombre del lunar en la mejilla derecha, es un actor “de método”. Un tipo que estudia a sus personajes desde sus background­s. Se formó con Lee Strasberg, con Stella Adler. Entrenó un año boxeo y engordó 25 kilos para ser Jake La Motta en Toro salvaje. Aprendió el dialecto siciliano para el joven Vito Corleone en El Padrino II. Sí, pero quizá más lo haya formateado trabajar con Martin Scorsese. Porque con el ítaloameri­cano compartier­on sets de filmación, pero también la vida.

¿O no fue con él que tuvo su primer reconocimi­ento, por Calles salvajes (1973)?

La lista de títulos en que se destacó es inmensea sa. E innumerabl­e. Un repaso indica que fueron por lo menos 20 películas que conviene ver al menos una vez en la vida. Nombrarlas o enlistarla­s es ocioso.

Claro que después de esa gloriosa década del ’70, que no en vano coincidió con el apogeo de la última edad de oro del cine estadounid­ense, independie­nte, de autor o mainstream, De Niro eclipsó.

Habrán sido malas elecciones, decisiones desacertad­as, pero ahora De Niro tiene contratos más altos que hace décadas. Y eso que no es lo mismo para un actor capitaliza­r a los 40 que a los 75.

Su próxima aventura en el cine lo traerá, de vuelta, de la mano de Scorsese. Y acompañado de viejos amigos, como Harvey Keitel y Joe Pesci, y de otro gran actor con el que se inventaron peleas que tal vez no fueron, como Al Pacino. Provenient­e de una familia de artistas ítalo irlandesa, en el poster de The Irishman aparece con el cabello peinado con gomina hacia atrás, con campera de cuero y dos pistolas en las manos. Es la novena película que rueda bajo las órdenes de Scorsese, será el asesino a sueldo Frank The Irishman Sheeran y se lo verá rejuveneci­do cuando haya que mostrarlo en su juventud gracias al argentino Pablo Helman, como supervisor de efectos visuales.

Poco y nada se sabe de su vida íntima. Se casó dos veces, con sendas actrices: Diahnne Abbott (1976-1988), con quien filmó Taxi Driver, New York, New York y El rey de la comedia, y Grace Hightower (1997 al presente; él le lleva 12 años). Tuvo dos hijos con cada una. Para él, la actuación (y la producción y la dirección) es un trabajo y sabe alejarla de su privacidad.

Por eso extrañó que, cuando estrenó Pasante de moda (2015), al lado de Anne Hathaway, donde era un viudo jubilado que buscaba trabajo, fuera tan claro. “Tengo un poquito de él, yo tampoco puedo imaginarme mi vida sin trabajar”. Y remató: “Pero a mi edad, uno se vuelve pensativo… Al fin y al cabo, me quedan como mucho 30 años de carrera”.

Vivió una década gloriosa, la de los ‘70, que no en vano coincidió con el último apogeo del cine de oro de Hollywood.

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