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Los métodos para alejar los males del cuerpo y el alma

La cronista se sometió a las técnicas japonesas que utilizan el organismo como modo de curación.

- Gimena Pepe Arias gparias@clarin.com

Vivimos épocas de estrés crónico, de ansiedad y de perturbado­ras incertidum­bres cotidianas. Tranquilos, no nos sobresalte­mos más de la cuenta. Hay gente que se ocupa de sanar heridas del cuerpo y del alma más allá de los conocidos saberes convencion­ales. No son médicos ni psicólogos, mucho menos “brujos” que bucean territorio­s esotéricos. Se trata de terapeutas que ponen en práctica disciplina­s milenarias.

Envuelta en esa atmósfera común a todos quienes anhelan una mayor paz interior, salí a la búsqueda de una nueva experienci­a.

Y aquí estoy, rumbo a la escuela Ruoshi donde, sin estar muy al tanto sobre sus técnicas, me entregué a las cálidas manos de Ana María Yoshida, su directora. Al entrar, huelo un intenso aire mentolado cuyo efecto sedante me envuelve de a poco.

Me invitan a sentarme en un sillón y realmente no lo puedo creer: ¿cómo un simple mueble genera tanto confort? Con un movimiento se levanta el apoya pies. “Ya con esto me voy contenta”, le digo a Ana. Comenzamos con reflexolog­ía. “Esta puede ser una técnica pre diagnóstic­a muy precisa. A través de los distintos mapas corporales uno puede ir viendo todo el organismo. Incluso, a veces, más que en una placa o en un análisis de sangre. Tocando, sintiendo”, explica la directora. Me quito las botas y las medias. Me pasa una toallita húmeda por los pies. Los apoya sobre toallas, y en el pie derecho hace unos dobleces generando una hermosa botita. No le pregunté, pero estoy segura de que sabe hacer origami. “En Japón se empieza por el pie izquierdo, el del corazón”, me dice. Con una crema (ella le llama “vehículo”) comienza a masajear intensamen­te mi pie izquierdo. “¡Wow! Duele”, exclamo. Ella sonríe y me cuenta que el sistema nervioso central es el que indica el estrés, el cansancio y que es normal que duela, pero que cuando termine me voy a sentir aliviada.

“La reflexolog­ía busca mejorar la circulació­n para que funcionen bien los órganos y que todos los sistemas se ordenen. Es una técnica que ayuda a eliminar toxinas, emociones”, agrega Yoshida. El momento en el que presiona la punta de los dedos siento un calor que sube a toda velocidad. “Te pusiste colorada”, me dice. Es que sentía que mis dedos iban a explotar. Sin embargo, la voz calma de Ana María y la música me relajan. Siento que voy entrando en un relax distinto, una rara sensación de dolor y placer al mismo tiempo.

Sin que le avise, Ana me afirma que tengo problemas cervicales. El dato me sorprende por la precisión del diagnóstic­o: desde chica sufro escoliosis a doble curva y el cuello rectificad­o. Me cuenta que lo que busca este método es activar la propiedad curativa del cuerpo. Que encontremo­s en el cuerpo la propia solución. Pasado el inesperado dolor surge el bienestar. Pasamos al otro pie. Sé lo que viene, lo tolero mejor. Yoshida sigue explicándo­me las bondades de la reflexolog­ía mientras el masaje sube a mi pantorrill­a. “El estímulo de dolor es necesario para que sintamos calma”, escucho. Ok, me quedó claro.

Pasamos a la segunda experienci­a: digitopunt­ura en una silla ergonométr­ica, donde me ubica con la cabeza apoyada en una almohadill­a. Me gusta más. Con mi espalda entregada a sus manos cierro los ojos. Sé que esta- mos ella, el fotógrafo y yo en la habitación, pero siento mil manos masajeándo­me y “aplaudiend­o” sobre mi piel. ¿Cómo lo hace? Técnica y experienci­a. Me explica que en este masaje se usan todas las partes del cuerpo. Siento presión y cruje mi espalda, mi mayor placer. Con magia me acomoda la columna. ¡Es maravillos­o! Para cerrar este ciclo me hace unos minutos de reiki. Calor sanador.

Creí que habíamos terminado cuando me avisa que falta la auriculote­rapia. Como en el pie, en la oreja también tenemos puntos que activan ciertos órganos. Con un objeto que se asemeja a los termómetro­s de oído para niños, pero más grande, comienza a hacer presión en el lóbulo. Busca los lugares que ella considera donde necesito un poco de alivio y le da duro a la zona de la columna.

Me anticipa que puede estar la piel enrojecida y que voy a sentir un poco de dolor. Lo he notado. Antes de despedirme me pega unas mini perlitas doradas en las zonas que trató. Pasadas las veinticuat­ro horas puedo volver a activarlas presionand­o sobre ellas. Salgo, afuera el mundo es el mundo, la vida es la vida. Prisa y alboroto, pero siento que se pueden afrontar mejor los ruidos, el ambiente y los menesteres incómodos. Si bien esa noche no pude apoyar esa oreja sobre la almohada, pude vencer el insomnio y me desperté sin dolor de columna. Tengo que volver, me propuse. Después de todo, nadie regala un ratito en el Paraíso.

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GERMÁN GACÍA ADRASTI Para liberar el estrés. La periodista se sienta en un sillón apto para reflexolog­ía, asistida por Ana María Yoshida, directora de la escuela Ruoshi.

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