Retoques en las lápidas del Memorial
La metodología de la desaparición de personas alienta todos los enredos y desmentidas. De hecho, esa es su finalidad. La consecuencia suele ser a largo plazo: el tiempo –una pérdida de tiempo de lentitud geológica- que lleve estabilizar lo acontecido. Quien hace la observación es Graciela Fernández Meijide, durante la dictadura, la encargada de las listas de denuncias originales. Más tarde, seguiría con esa tarea en el núcleo de la Conadep.
Al conocerse los casos del científico Antonio Gentile, a quien se consideraba desaparecido en la última dictadura cuando en realidad hizo su vida en el exilio, y el doble error de un político paraguayo y su hijo, detenidos en 1977 en Buenos Aires y que figuraban en las estelas del Parque de la Memoria pese a haber sido liberados, se desató una controversia sorda y mal disimulada acerca de los nombres inscriptos en las lápidas del Parque de la Memoria. En el programa Palabra de Leuco, en abril, el narrador Federico Andahazi revelaba el azaroso circuito de Epifanio Méndez Fleita y su hijo, cuyos apellidos figuraban en la lista de 1984 de la Conadep y que, por lo tanto, fueron a nutrir el memorial de Núñez. La paranoia cundió en el Parque, en un reflejo –llamémoslo alertargado- que en verdad debió haber sido un mecanismo habitual desde la reapertura de los juicios. Alguien debería haber quedado a cargo de revisar la nómina de nombres y detalles, en unos años que produjeron sentencias por docenas. Con tanta sangre y palabras que han corrido, el Memorial frente al río debería seguir siendo un espacio a salvo de las mezquindades de la grieta.
“A mí no me asusta que aparezca viva gente a quien creíamos muerta –afirma Meijide- porque esto comprende varias dinámicas: se trata de personas detenidas y luego liberadas, cuyos familiares denunciaron la falta pero después no avisaron. ¿Quién iba a avisar en esas circunstancias?”.
Nora Hochbaum, directora del Parque de la Memoria desde hace 10 años, admite que más de cien placas han si- do redefinidas en los últimos años, pero que eso es lo correcto: “Hubo nombres que se quitaron, otros se agregaron o rectificaron en sus detalles”. En el Parque no se había hecho una actualización antes –explica-, salvo leves correcciones. Por ejemplo, previo a la visita de Angela Merkel, en julio de 2017, vinieron funcionarios alemanes para corregir un par de apellidos mal escritos y fechas. También se acercan familiares al final de los juicios, para aportar exactitud”.
En estos años cruciales, la información surgida de los juicios ha sido centralizada por el Registro Unico de Víctimas del Terrorismo de Estado (RUVTE), administrado por el Ministerio de Justicia y la Secretaría de DD.HH. y que hoy desemboca en el Parque. Ellos son los encargados de reunir la información que cada día emana de los procesos. Hochbaum destaca que las novedades son cuantiosas y ayudan a “ir completando los espacios en blanco”. Desde el comienzo el Memorial fue concebido como un proyecto en construcción –observa.
Este directorio luctuoso que mantiene los casi 8.850 muertos con nombre y edad de la muerte y el número simbólico de 22 mil lápidas más, sin nombre, coincide en un 90 por ciento con los datos oficiales pero fue más amplio. Los criterios que guiaron las nóminas no son idénticos. “La lista de la Secretaría de DD.HH. no incluye a extranjeros, el Parque sí, dado que se contempló el Plan Cóndor. Por la misma razón, también incluye a los argentinos asesinados en Uruguay y Chile. Tenemos 32 nacionalidades, desde japoneses a franceses”.
Uno podría pensar que una confesión fuerza la otra, y que la verdad de la historia debería surgir como un manantial. Es una señal esperanzadora que tanto Meijide como Hochbaum tengan la intuición –aunque sin fundamentosde que existe y nos espera algo así como un reservorio de papel y grabaciones, bajo candados y tapiado, en alguna parte: la instancia indudable donde todo logró quedar grabado para la posteridad.