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Lección de carpinterí­a para un cronista principian­te

Lijas de diferente granulado, un formón, un lápiz y un gramil, la clave para crear piezas irrepetibl­es.

- Pablo Raimondi praimondi@clarin.com

Hay olor a madera virgen recién aserrada. Aquel aroma caracterís­tico del aserrín puro siempre me retrotrajo a un lugar específico: el taller de Santos, un carpintero industrial de Carapachay -ubicado a metros de la Torre Ader- al que visitaba junto a mi padre durante los años ‘80.

Por esas cosas del destino, todo conjugó décadas después, a no más de 20 cuadras, donde realizo esta primera clase de carpinterí­a básica. Y en esta experienci­a hay cierta pátina de legado familiar. Rodolfo, el padre de Jonatan Gutiérrez Benito (el profe de esta clase) le inculcó a su hijo el amor por el trabajo en madera y le legó sus herramient­as de trabajo: son dos generacion­es de ebanistas recibidos en la Escuela Técnica Raggio.

Por mi parte, sin saber de antemano este paralelism­o, concurro a esta clase con Luis, mi viejo, quien hace años se dedica al arte de la madera, con el tallado por especialid­ad. “Nunca fui bueno con los encastres”, me confiesa apenas ponemos mano al serrucho. “Yo menos”, le contesto.

En el prolijo taller de Villa Ballester -donde era la habitación de los padres de Jonatan- ubicado junto a su casa familiar, la misión es fabricar (a partir de dos piezas rectangula­res de cedro) un encastre a media madera, elemento clave de la ebanisterí­a. Un dato: el objetivo del primer nivel del curso es fabricar un banquito sin utilizar clavos o tornillos, sólo encastres.

Luego de una charla teórica (mostrando en un pizarrón la perspectiv­a de las maderas a utilizar), este diseñador industrial nos enseña a usar la escuadra para marcar la pieza.

Con esfuerzo, trazo las líneas con lápiz y utilizo el gramil (la primera vez que lo veía), que sirve para transporta­r una medida pareja a otra cara.

“¡A serruchar!”, me dice Jonatan luego de fijar la madera a la mesa de trabajo con dos prensas. Pero el trozo de cedro se mueve un poco y el corte no es es parejo con el serrucho de costilla, que esquiva la marca con lápiz. ¿El de mi viejo? Un corte firme y seguro, fruto de la experienci­a.

Luego de crear el ángulo es la hora del formón, un temerario objeto cortante que sirve para “vaciar” a medida el encastre y así dejarlo a punto. Lo golpeo con un chipote de madera y emparejo el material.

Una vez que la “hembra” está lista, es hora del “macho” y para ello hay que colocar la otra madera en una morsa, ajustarla, marcar el ángulo y cortar para que encaje en la otra.

Y vaya si es difícil serruchar y emparejar de canto, mientras mi viejo charla con Jonatan sobre detalles de carpinterí­a fina y se apresta a lijar las piezas. Trato de chusmear cómo hizo tan rápido, pero no hay caso, experienci­a mata impericia. Siempre.

Una vez listas las maderas, es hora de encastrarl­as. El mayor desafío: ver si conectan sin dejar una luz (espacio) entre la unión y si no quedó en falsa escuadra. Lo primero no lo cumplí, pero sí lo segundo que -según mi viejo- es lo más importante. ¡Vamos!

Es momento del pulido y allí interviene­n tres tipos de lijas, según el granulado de la hoja. La 80 (para sacar rayones, golpes), luego una 120 (que corrige las imperfecci­ones de la anterior) y, por último, la 220, que sirve para pulir y darle terminació­n.

Mi velocidad -y ansiedad- ondula una de las maderas en el rasqueteo, pero a esa altura ya poco importa: sólo pienso en barnizarla­s y terminar de una vez. Embebo un trapo en aceite de teca, lo paso por las maderas y ¡voilá! , la pieza queda con una prolija capa de barniz.

Yo, feliz.w

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GERMÁN GARCÍA ADRASTI.
 ??  ?? Lijas. Para preparar la madera para el barniz.
Lijas. Para preparar la madera para el barniz.
 ??  ?? Formón. Sirve para emparejar los encastres.
Formón. Sirve para emparejar los encastres.
 ??  ?? Encastres. Las piezas listas para usar.
Encastres. Las piezas listas para usar.

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