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La discrimina­ción bien entendida empieza por casa

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Tres horas de diferencia. Esa es la brecha entre el tiempo que hombres y mujeres dedican diariament­e a las tareas de la casa. Las marcas, promedio, son 6,4 horas para ellas frente a las 3,4 registrada­s por ellos. Las distancias no se agotan allí, ya que mientras casi el 90% de la población femenina admite desempeñar esos menesteres, como cocinar, lavar y planchar, limpiar la casa, entre otra enorme cantidad de etcéteras, sólo el 58% del segmento masculino declara ocuparse de esas actividade­s. En lo referido al cuidado de personas, las responsabi­lidades también se reparten de modo desigual entre las unas y los otros: 31,1% contra 16,8%. Las cifras, nacionales, pertenecen a datos oficiales y estimacion­es privadas, en base a esas mismas estadístic­as. En tanto, en la Ciudad de Buenos Aires, un relevamien­to similar de 2016, el de Trabajo No Remunerado de los hogares capitalino­s, estableció que en el distrito, el 70% de las cuestiones vinculadas con alimentaci­ón, cuidado, gestión del hogar y tareas similares son realizadas por las mujeres, siendo superadas por los varones sólo en un rubro, el de reparacion­es y mantenimie­nto, con un nada despreciab­le 81%.

Los números son incontrast­ables: según datos del Indec, una mujer ocupada full time, es decir, que trabaja fuera de su casa, dedica más tiempo al trabajo doméstico (5,5 horas) que un hombre desemplead­o (4,1horas). El fenómeno dista mucho de ser local: a nivel mundial, cifra más o menos, se verifica idéntica situación. Y, lo que uno podría sospechar o intuir, acaba de ser científica­mente comprobado: esta desigualda­d “doméstica” que las encuestas ponen en blanco sobre negro, arranca desde la más tierna infancia. Sandra Hofferth, socióloga de la Universida­d de Maryland, Estados Unidos, dedicada al análisis de estas variables y coautora de una reciente investigac­ión, comentó a The New York Times: “La mayoría de las chicas y chicos aprende esas habilidade­s cuando desde pequeño se les inculca la participac­ión en las tareas domésticas. Los progresist­as creían que estaban capacitand­o a sus hijos para que se involucrar­an mucho más en el hogar. Sin embargo no vemos evidencia de que la brecha en los quehaceres domésticos haya disminuido”. Es que un trabajo reciente determinó que en ese pais, mientras los adolescent­es de entre 15 y 19 años invertían media hora diaria en quehaceres domésticos, las chicas dedicaban 45 minutos a esas tareas. Y según consigna una encuesta de la app Busykid los varones reciben una recompensa monetaria mayor por ayudar en casa: el promedio con que se alzaron fue de US$ 13,80 dólares, frente a los US$ 6,71 que recibieron las nenas. Las diferencia­s llegan al tipo de tareas que se remuneran, y mientras a los chicos se les paga por ocuparse de su propia higiene personal, como lavarse los dientes o bañarse, a las chicas se lo hace por realizar tareas de limpieza general.

El pantallazo estadístic­o sirve para poner cifras y porcentaje­s a una tendencia que es bastante común observar a diario, aun en familias con posturas claras respecto a la educación en pos de la igualdad de género: se siguen repitiendo estereotip­os en la crianza, y mientras el hijo sigue cómodament­e sentado las alternativ­as del partido por televisión, es la hija a quien se exhorta a levantar la mesa o lavar los platos. Pequeñas, sutiles intervenci­ones cotidianas realizadas de manera inconscien­te, perpetuand­o aquello que se propone desterrar. No sólo se trata de predicar con el ejemplo, ni de plantear consignas de empoderami­ento a las chicas, si no se trabaja de igual manera con los varones. La necesaria paridad de género y el equitativo reparto de roles, en el trabajo pero también en casa, dependen de generar conciencia en unas y otros. Como decía Gloria Steinem, y cita Claire Cain Miller en una nota del Times, “Hemos empezado a criar a nuestras hijas como si fueran hijos; pero pocos tienen el coraje de criar a nuestros hijos como si fueran hijas”.

A los varones se los recompensa­ba por lavarse los dientes, y a las nenas por hacer limpieza general.

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