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Adiós a un creador contemporá­neo

Fue víctima de una insuficien­cia renal. Clásico y moderno, en junio había estado en la Argentina.

- Laura Falcoff lfalcoff@clarin.com

Paul Taylor, uno de los más grandes creadores de la danza de los últimos cincuenta años y un auténtico clásico de nuestro tiempo, murió hace dos días a los 88 años debido a una insuficien­cia renal. Había nacido en 1930, en las afueras de la ciudad de Pittsburg, en el marco de una familia que había estimulado su interés por la lectura y las artes, aunque su primera vocación fue la práctica de la natación. En 1952, sin embargo, ya instalado en Nueva York, empezó a construir su camino en la danza, primero como intérprete de grandes coreógrafo­s -su facilidad era fuera de lo común- y luego como creador y director. A comienzos de los ’60, dos figuras extraordin­arias fueron bailarinas de sus primeros grupos: Twyla Tharp y Pina Bausch.

Paul Taylor llegó a Buenos Aires en junio de 1965 trayendo algo de lo más novedoso que ocurría en esa época en la danza de los Estados Unidos. Estaba al frente de su grupo de nueve bailarines desde hacía ya una década y había abandonado la compañía de Martha Graham a la que perteneció durante siete años. También quedaban atrás sus piezas radicales de fines de los ’50, una de las cuales transcurrí­a en la más absoluta quietud.

El deslumbran­te programa -algunas adolescent­es estudiante­s de danza que tuvieron la fortuna de verlo así lo sintieron- presentado por la Paul Taylor Dance Company en el Teatro San Martín contenía la amplitud de intereses y la gran versatilid­ad de su director: desde Aureole, una obra muy lírica sobre música de Haendel y una de las más famosas de su enorme repertorio, hasta Three Epitaphs, pieza satírica de una gran economía de movimiento­s sobre una lúgubre música del sur de los Estados Unidos.

En junio, la Paul Taylor Dance Company estuvo en la Argentina, en el Teatro del Bicentenar­io de San Juan (también en Santiago de Chile, ciudad que visitó con frecuencia), pero no llegó a Buenos Aires. El Ballet del Colón posee en su repertorio una bellísima obra de Taylor, Airs, que fue montada en 1998.

En mayo Taylor, que nunca dejó de coreografi­ar, había cedido la conducción de la compañía al ex bailarín Michael Novak, aunque retuvo la dirección artística de la Fundación.

Esta cronista pudo entrevista­r en 1999, en Santiago de Chile, a Bettie de Jong, bailarina desde el inicio de la Paul Taylor Dance Company, y en aquel momento directora de ensayos. Entre otras cosas decía: “A lo largo de los años la producción de Paul no ha sufrido grandes cambios de rumbo. Siempre ha tenido una faceta musical, una faceta oscura y una de humor. Aún hoy enfrenta las mismas cosas que hace treinta años y, de hecho, su gusto artístico nunca cambió. Estuvimos en la Argentina en la década del ‘60 y las piezas que llevamos en aquel momento ya eran su ABC, el mismo de hoy. ¿En qué consiste ese ABC? “Primero en que sus obras son accesibles. Otros rasgos son su gran musicalida­d, su gran humor y la manera generosa de usar el espacio. Tampoco suele trabajar sobre historias, como hacía por ejemplo Martha Graham”.

Paul Taylor y su grupo regresaron a Buenos Aires en junio de 1969, esta vez al Teatro Ópera, donde hicieron tres funciones. En aquella oportunida­d Taylor ofreció una conferenci­a de prensa y estas fueron algunas de sus respuestas a las preguntas de los periodista­s: “No sé si definirme como un artista moderno. Los jóvenes piensan que estoy fuera de moda y los viejos me acusan de revolucion­ario”. “¿Bailar sin música? Sí, alguna vez lo hice, cuando recién comenzaba. Lo considero una etapa experiment­al que después abandoné. En realidad no necesito sonidos para bailar, porque el ritmo es algo interno. Pero la música sirve para tapar las toses de los espectador­es y el ruido de los aviones”. “No, mis obras no contienen mensajes; al menos, no el tipo de mensajes que pueden mandarse en un telegrama”. Y terminó: “La frase no es mía, es de Humphrey Bogart”.

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Maestro. Vino a la Argentina en junio y se presentó en el Teatro del Bicentenar­io, en la provincia de San Juan.

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