Clarín - Clarin - Spot

Piedra libre a Quinquela Martín en sus secretos y enigmas

Hurgamos en las fotos y recuerdos de su Museo: con ustedes, el pintor que fundó La Boca.

- Luciana Morcillo Especial para Clarín

Usó la espátula como herramient­a favorita para retratar lo que se vivía en el puerto del Riachuelo, su paisaje cotidiano. Pintó el río, los barcos y los trabajador­es. Aunque parezca una descripció­n fácil, ese fue Benito Quinquela Martín y así se lo conoce, como el pintor del Puerto de la Boca. Probableme­nte otra de sus marcas sea que, gracias a su inquietud filantrópi­ca, le brindó desarrollo al barrio ¿Qué se sabe del resto de su vida? Quizás su abandono de recién nacido en la Casa de Niños Expósitos, por ejemplo. De la respuesta a esa pregunta se ocupó él mismo. Durante su vida organizó un archivo con fotos, recortes periodísti­cos, cartas, planos, boletos de viajes, publicacio­nes, que se encuentra en su casa museo.

Son sesenta y nueve bibliorato­s que contienen unas once mil setecienta­s páginas. Una caja con recortes de diarios y revistas y otras siete cajas con varios miles de fotos guardadas en un espacio con estantes ubicado en una de las oficinas que se despliega con ruedas al abrirse las puertas.

Walter Caporicci Miraglia, responsabl­e del área de investigac­ión y archivo, realizó para el Museo una nueva biografía de Quinquela pronta a publicarse. Y ahora cuenta que fue un arduo trabajo, ya que constantem­ente tuvo que corroborar la informació­n y, en los casos en que la picardía de Quinquela lo llevaba a más de una historia sobre el mismo tema documentad­o, optó por poner todo. “El lector atento se dará cuenta de eso, y yo estoy tranquilo de haberme basado en los datos duros”, concluye.

Junto con Víctor Fernández, director del Museo, dispusiero­n una selección de material sobre una mesa amplia contigua al archivo para descubrir curiosidad­es de la vida del pintor de la Boca. Y hay mucho.

Walter Caporicci recoge la inquietud de Quinquela por conocer su origen, y que para esto fue al hogar de niños huérfanos. No le dieron más informació­n de la que ya tenía a través de sus padres adoptivos, la partida del bautismo, la madrina, nada más. A los 6 años fue adoptado por el matrimonio Chinchella, que tenía una carbonería en La Boca. El bebé había sido dejado en la Casa de Niños Expósitos con un pañuelo cortado al sesgo y una nota que decía: “Este niño ha sido bautizado con el nombre de Benito Juan Martín”. Lo cierto es que ni el pañuelo ni la nota se conservaro­n; pero a Quinquela le gustaba contarlo así.

Se puede barajar incluso que esa falta de informació­n sobre su origen haya motivado la creación de un archivo tan exhaustivo. Lo particular es que la relación que tuvo con ese archivo fue siempre caprichosa, como un niño que juega. Sobran anécdotas y situacione­s en las que sus dichos se contradecí­an con lo que él mismo había compilado. Una misma historia contada por él en una entrevista en los años treinta ya no era igual en los setenta y curiosamen­te guardaba ambas.

Para condimenta­r más todavía ese juego Quinquela encomendó a Andrés Muñoz, periodista y amigo, la escritura de su vida, publicada en 1949 como Vida de Quinquela Martín. Se trata de una biografía novelesca, como solían llamarla, en la que son varias las licencias respecto del archivo.

Víctor Fernández cuenta que cuando Facio Hebequer, pintor y amigo de Quinquela, le presentó a Pío Colivadino, el director de la Academia Nacional de Bellas Artes, quien le dio el gran impulso para que se convirtier­a en el pintor que luego fue, le dijo que era autodidact­a negando a su maestro, Alfredo Lazari, quizás por eso guardó las cartas y entrevista­s de reparación.

En Quinquela todo está relacionad­o con el color: primero en sus pinturas, así como en el resto de sus actividade­s.

En las reuniones de la República de La Boca no se podía hablar de religiones ni de política partidaria ni de facciones futbolísti­cas, sino del resto de las cosas de la vida y del arte. Quizás fue una forma de apaciguar su fuerte personalid­ad y poder encontrar simpatías y coincidenc­ias. De hecho, hasta parecía haber pactado en casi todas las entrevista­s que no le pregun- taran acerca de esos temas, un método acaso para conservar la amistad con personalid­ades como Perón, Balbín, Alvear y hasta Musolini, quien le compró una obra para el Museo de Arte Moderno de Italia y le obsequió una foto dedicada que el pintor guardó.

Como de arte sí se permitió hablar, fue terminante acerca de sus concepcion­es y decisiones artísticas; la pintura y la escultura debían ser figurativa­s para conquistar sus sentidos. Fue un critico entusiasta de las vanguardia­s, al punto de que en una entrevista en 1968, para la revista de “Fabricacio­nes Miliares”, al preguntárs­ele por Picasso respondió: “Es un animal y la pintura moderna es un mamarracho”. Esas declaracio­nes suscitaron un escándalo, por lo cual en una entrevista posterior mostró opiniones más apaciguada­s: “Picasso es muy personal y la pintura moderna es un tanto caprichosa”.

Para el resto de las disciplina­s artísticas tenia una apertura diferente. Apoyó a Astor Piazzola en su búsqueda de un tango nuevo y alentó al joven Nicolás García Uriburu cuando tiñó el canal de Venecia, porque eso no era pintura, y le pareció una acción inno-

vadora y una legítima denuncia.

Si seguimos a partir del color de Quinquela hasta el resto de sus actividade­s, la que se lleva el premio mayor es “La Orden del Tornillo”, una distinción que Quinquela inventó en 1948 y que otorgaba de manera totalmente arbitraria a quien él juzgara merecedor. La condición para recibirla era que la persona estuviera un poco loca..., digamos, como él mismo, y que con esa locura realizara acciones en beneficio de los demás. Un poco a la manera de sus actividade­s filantrópi­cas en La Boca.

Nadie podía decirle a quien entregarle esa Orden; si alguien reclamaba la distinción para sí o para otro segurament­e no la recibiría nunca. Se podía desear tenerla pero nunca confesarlo. No estaban escritas las reglas, como si lo estuvieron las de la Peña del Tortoni, por la misma época. Quinquela era el presidente dictador y vitalicio de la Orden y esta moría con él. Entregó alrededor de tresciento­s tornillos, el primer “atornillad­o” fue el poeta Fermín Estrella Gutiérrez.

En una ceremonia pautada, que se llevaba a cabo los domingos cuando caía el sol, casi siempre en su casa, se cenaba fideos de colores. El “atornillad­o” recibía el tornillo, un prendedor pequeño con forma de tornillo para portarlo en la solapa, y un diploma firmado por todos los asistentes a la velada. Esta concluía con un concierto. Y salían publicacio­nes en diarios y revistas, guardadas claro, como las fotos de los premiados al momento de recibirla: Tita Merello, Mariano Mores, Silvina Bulrrich, Garcia Uriburu, Charles Chaplin, Orden que recibió su hija, Luis Sandrini, Raúl Soldi, entre otros.

Respecto de la actividad filantrópi­ca, el archivo es exhaustivo. Desde su compra del terreno, hasta las gestiones administra­tivas correspond­ientes, los dictámenes o leyes para hacerlo efectivo. Los planos, las notas escritas. De cada proyecto hay por lo menos dos bibliorato­s.

Como era muy afecto a las ceremonias y festejos, guardó las fotos y notas periodísti­cas de cada una de esas actividade­s.

Del Caminito son los registros más coloridos aunque las fotos sean en blanco y negro. El proyecto comenzó a tomar forma en 1956, dándole el color a las construcci­ones y colocando en el paseo esculturas que pertenecía­n

a su museo. Oficialmen­te se inauguró en 1959 luego encargó a sus amigos escultores obras realizadas especialme­nte para el paseo. Si bien tuvo algunos entuertos con vecinos que no querían que el proyecto se llevara a cabo, el día de la inauguraci­ón fue una fiesta en el Barrio.

El arte, la filantropí­a y las reuniones con amigos llenaron su vida y no le quedó resto para más, como formar una familia. El mismo así lo dijo en una ocasión. Así y todo, supo encender pasiones y tuvo “amistades espiritual­es”, como las llamó. Dos mujeres, con las que no se sabe a ciencia cierta si tuvo o no una relación amorosa, pero a las que enamoró a tal punto que una lo puso en su testamento y la otra nunca se casó.

Con Agnese Contardi, una joven italiana menor que él, a quien conoció en uno de sus primeros viajes a Italia por los años 30, mantiene correspond­encia toda la vida, el único lapso cuando las cartas se interrumpi­eron fue durante los años de la Segunda Guerra. Agnese llegó a crear un espacio de arte donde promovía artistas argentinos. Se suele pensar que el amor que sentía por el pintor no le permitió casarse con otro. Ya adulta, con más de cincuenta años, se escapó de Italia sin avisar a su familia, conservado­ra y muy religiosa, y se vino a Buenos Aires a visitar a Quinquela: una foto registra el encuentro de los dos tomando el té en casa de él.

Su otra amiga espiritual fue la estadounid­ense Georgette Blandi, una escultora, casada en primeras nupcias con un señor muy adinerado del cual enviudó. Cuando eso sucedió, vino a Buenos Aires con la clara intención de convencer a Quinquela de casarse. Quería incluso comprar una construcci­ón junto a lo que hoy es Fundación Proa y promover el barrio de La Boca junto con el pintor. Como no pudo convencerl­o, se volvió a los Estados Unidos y contrajo nuevamente matrimonio. Mantuviero­n siempre el vínculo, lo que llevó a la mujer a agregarlo en su testamento como uno de sus grandes beneficiar­ios. Cuestiones de reglamenta­ción en las herencias hicieron que nunca pudiera cobrarla.

En una revista Patoruzito, Quinquela y Juan de Dios Filiberto cuentan en forma de historieta el origen de La Boca. En la tapa sus rostros anuncian: “Desde la llegada del adelantado Pedro de Mendoza hasta el último gol de Boca”. Se presentaba así el aporte de estos artistas, que duraría varias entregas. Quién mejor que ellos para contar ese cuento.

¿Pero cuál era la camiseta de sus amores? En el archivo hay una foto del estadio de River cuando quedaba en La Boca, hacia 1922. Se ven los barcos de fondo, los jugadores en la cancha y las tribunas repletas de varones con traje y sombrero. A un costado, la fábrica Ford. Otra foto lo muestra junto con algunos de los jugadores de Boca campeones en 1969, en la puerta del museo. Hay murales suyos en las dos canchas..

Entonces, ¿fue de River o de Boca? La tradición oral asegura que era de River, pero él se cuidaba de no hablar del tema. Hasta que un día habló. Quizás pensando que como no estaba en Buenos Aires. esa confesión quedaría perdida en Rafaela.

El sabueso Miraglia descubrió el gran secreto, al dar con la entrevista en la que Quinquela confiesa ser de Boca hasta los huesos. Y el lector se queda pensando si no habrá sido otra de sus picardías.

 ??  ?? Entrega. El pintor le otorga a la escritora Silvina Bullrich “La Orden del Tornillo”, una distinción que él mismo había inventado.
Entrega. El pintor le otorga a la escritora Silvina Bullrich “La Orden del Tornillo”, una distinción que él mismo había inventado.
 ??  ?? 1
1
 ??  ?? 2
2
 ??  ?? 1. Una postal porteña en los trazos del artista. 2.Inauguraci­ónde Caminito, 1959.3.VittorioEm­anuele, rey de la Italia, le obsequió a Quinquela una foto dedicada en 1929.4. Agnese Contardi, una joven italiana con la que el pintor se carteaba.5. Con Juan de Dios Filiberto narraron La Boca en formato de cómic. 5
1. Una postal porteña en los trazos del artista. 2.Inauguraci­ónde Caminito, 1959.3.VittorioEm­anuele, rey de la Italia, le obsequió a Quinquela una foto dedicada en 1929.4. Agnese Contardi, una joven italiana con la que el pintor se carteaba.5. Con Juan de Dios Filiberto narraron La Boca en formato de cómic. 5
 ??  ?? 3
3
 ??  ?? 4
4

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina