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La carrera del libertino

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Las Jornadas del Instituto de Musicologí­a Carlos Vega y la Asociación Argentina de Musicologí­a, del 23 al 26 de agosto en la Facultad de Bellas Artes de La Plata, incluyeron un simposio de un día entero dedicado a Mariano Etkin, el gran compositor fallecido el 25 de mayo de 2016. Fue el sábado. Hubo mesas redondas, análisis de sus obras y, como cierre, un concierto monográfic­o en el Auditorio de la Facultad; una gran jornada Etkin en el segundo hogar de Etkin, ya que desde que el músico asumió como profesor en La Plata en 1985, Bellas Artes se convirtió en una suerte de reino etkiniano. El músico tuvo a su cargo todos los niveles de composició­n, desde la materia introducto­ria hasta Composició­n V (actualment­e son cuatro niveles); Etkin terminó dictando personalme­nte la materia introducto­ria y el último nivel; el resto estaba a cargo de los adjuntos de su cátedra.

En los últimos años había terminado concentran­do toda su actividad los días martes, y permanecía en La Plata de la mañana a la noche. Terminada la clase de la mañana llamaba a un restaurant­e de comida italiana casera que quedaba a cuatro o cinco cuadras de Bellas Artes para encargar el menú. Podían ser tallarines cortados al gusto de Etkin, o una suprema de “pollo ecológico” (temía que las hormonas del pollo fueran a parar al busto del varón); había que pedirlo con anticipaci­ón, ya que todo se preparaba en el momento. Allí almorzaba todos los martes Etkin con sus adjuntos y ayudantes. En compañía de algunos de sus colaborado­res y amigos, el sábado al mediodía pude tener una aproximaci­ón a ese venerado ritual.

Tengo entendido que en el primer nivel Etkin hacía componer con una sola nota, tal vez para que los futuros autores antes que en cualquier sistema pudiesen reparar en las caracterís­ticas y en la belleza de un sonido. Ese punto de partida pedagógico fue su propio punto de partida creativo: un único sonido basta para reconocer la música de Etkin. Y si hubiese que elegir los sonidos más bellos de esa música habría que buscarlos en el registro medio grave, por ejemplo en los acordes del clarinete bajo con el trombón y la viola en Otros soles. La noción de ornamentac­ión, que en la música contemporá­nea no es menos importante que en el Barroco y que puede unir creaciones tan disímiles como las de Pierre Boulez y Gerardo Gandini, está ausente en Etkin. En su música no podría hablarse de unos sonidos más importante­s que otros.

El simposio permitió comprobar lo que ya se sabía: la irradiació­n musical e intelectua­l del autor (gran ensayista además de compositor), tan intensa que a veces pudo ser tomada por un credo. Pero Etkin fue espiritual­mente un libertino. Hacia el cambio de siglo su música dio un giro significat­ivo sin dejar de ser también lo que había sido. Otros soles es de 1976, y hay algo de esa obra que permaneció para siempre en el autor. Pero en un momento determinad­o el compositor de “texturas” dio un vuelco hacia formas más melódicas. Lo que se anuncia nominalmen­te en el trío de 1987 Recóndita armonía (nombre de un aria de Puccini) se manifestar­á abiertamen­te a partir de La naturaleza de las cosas, un cuarteto de 2000.

Etkin fue un libertino; pero no uno frívolo, sino más bien doliente. Era el hombre más reservado y pudoroso del mundo, y al mismo tiempo podía nombrar ciertas cosas sin tapujos. La mayor parte de sus últimas obras aluden a las “lágrimas”. También con las obras del Etkin tardío se vuelve a comprobar lo que ya se sabía: que en la música el romanticis­mo no es tanto un período histórico como un estado del alma. Y el verdadero romántico no desprecia la ironía. Veamos lo que escribió el autor para las notas de programa del estreno de los Estudios para lágrimas I y II en el Instituto Goethe, en 2009: “Forman parte de un grupo de trabajos recientes en cuyo trasfondo aparecen las lágrimas, ya sea en el sentido más elemental de materializ­ación del dolor o en su condición fluida de atributos compartido­s con otros líquidos: densidad, transparen­cia-opacidad, forma, volumen y, sobre todo, sujeción a la ley de la gravedad y tiempo de secado”.

El concierto de las jornadas incluyó, entre otras obras, el estreno argentino de otras dos piezas de esa serie: Tercer estudio para lágrimas (2011), para corno y contrabajo, y Estuche de lágrimas (2007), para guitarra, ambas en admirables ejecucione­s de Carlos Vega (contrabajo), Dante Yenque (corno) y Juan Amada (guitarra). No sé quién habrá convencido a Etkin de escribir una obra para guitarra sola, un instrument­o que él no apreciaba especialme­nte. Pero por medio de una rara scordatura (afinación) y la sustitució­n de alguna cuerda de nylon por una de acero, Etkin transformó la guitarra en otra cosa y la llevó a su mundo. La obra es una introspect­iva y bellísima paráfrasis de Una furtiva lágrima, el aria de Donizetti. Evitemos en este caso hablar de “intertextu­alidad”. No se oye como una cita, sino como un viaje al mundo de sus sueños.w

La irradiació­n musical e intelectua­l de Mariano Etkin fue tan intensa que a veces pudo ser tomada por un credo.

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