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“La huida es una poderosa fantasía universal”

Investigó un hecho silenciado de 1971, que ocurrió en Uruguay, y narra la mayor fuga de mujeres de un penal.

- Verónica Abdala vabdala@clarin.com

Si este relato tuviera en el futuro su versión cinematogr­áfica, ésta podría iniciarse con imágenes de hilos, agujas y centímetro­s, los insumos típicos de las costureras. Pero si se ampliara el plano, el espectador no vería un molde ni el proceso de la hechura de un vestido, sino la boca de un túnel; ese por el que, el 30 de julio de 1971, escaparon 38 presas políticas de una prisión de Montevideo. Exceptuand­o otro escape masivo de reclusas que se produjo a raíz de un terremoto en Chile, 2014 -el caos habilitó la salida 300 internas-, aquella fue la mayor fuga carcelaria de mujeres en la historia. Las presas, que en su mayoría no superaban los 25 años, habían usado los elementos de costura que les autorizaba­n usar en el penal para construir el boquete que las conduciría hacia el exterior por la red subterráne­a de cloacas de la ciudad: cerca de las 22, el piso agrietó en medio de un festejo simulado que inclu- cantos y hasta malambos sobre las mesas. Poco después, se concretarí­a la llamada Operación Estrella, un episodio que se mantuvo en un enigmático silencio hasta que la periodista Josefina Licitra, cronista y una de las autoras más destacadas, de su generación, se decidió a narrarlo.

Las fugadas -Alicia Rey, las gemelas Maria Elia y Lucía Topolansky, ésta última compañera de Pepe Mujica y vice presidenta de Uruguay; Yessie Macchi, Graciela Jorge y Virginia Cánovas, entre otras- eran militantes del Movimiento de Liberación nacional-tupamaros (MLN-T), una agrupación clandestin­a de izquierda que décadas más tarde se haría conocida con la llegada de Mujica, uno de sus cuadros, a la presidenci­a de Uruguay.

Inspirados por los aires rebelión de la Revolución Cubana (1959) y los principios teóricos de Mao Tse Tung, que habían prendido con fuerza en América latina, y sintiéndos­e sitiados por un contexto hostil -el gobierno democrátic­o aunque represivo de Jorge Areco Pacheco había arrastrado tras las rejas a cientos de militantes políticos a partir de agosto de 1970-, los tupamaros dieron el paso a la acción armada y la tensión se acrecentó. En 38 estrellas (Seix Barral), Licitra reconstruy­e aquella escalada de tensiones e hilvana con preciosism­o la historia de cada una de esas mujeres que se sentían parte de una gesta colectiva y terminaría­n encarcelad­as. El libro

es la crónica épica de la fuga, aquel episodio carcelario y político disrruptiv­o que, por momentos avanza al ritmo de un policial, y puede leerse, según explica la autora en el pró-

logo, como “una alegoría de la libertad del cuerpo y el pensamient­o, y de la lucha por la superviven­cia.” -Me pareció que estos hechos tenían un potencial narrativo evidente –explica ella, que atisbó la idea en 2011 y en 2015 y se puso a trabajar de manera programada, entrevista­ndo a 16 ó 17 de las fugadas-. Más allá del contexto concreto de la huída, el escape mismo opera con un fuerte simbolismo: ¿quién no tiene su

propia cárcel personal? La fuga es una poderosa fantasía universal. La primera vez que la autora oyó hablar del escape, fue de boca de Lucía Topolansky, en 2011, cuando componía un perfil sobre Mujica para revista Orsai. Su entrevista­da hizo una mención despreocup­ada del hecho, del que casi no existían registros. Una de las posibles razones de aquella omisión histórica, se asocia a otra fuga que, unas semanas más tarde, se produciría en la cárcel de Punta Carretas, protagoniz­ada por varones y que terminaría con mención en el libro Guinness de los récords: redundó en la huída de 111 presos). Pero también es posible atribuirla a la invisibili­zación que dejó a las mujeres en un segundo plano de la historia. Después de una investigac­ión minuciosa, Licitra se enfrentó al desafío de contrastar versiones en muchos casos divergente­s, por ejemplo sobre cómo se componía la fila que las condujo al boquete. “Este trabajo encarna también una inmensa pregunta sobre cómo se construye la memoria.”

-¿Ese borramient­o discursivo te impactó tanto como el hecho de que se tratara de la mayor fuga carcelaria planificad­a por reclusas?

-Sin duda, y es atribuible a cuestiones de género, aunque en esa época nos e hablaba de esto ni siquiera de manera lateral. Pude capitaliza­r a, a la vez, el hecho de que no hubiera reiteracio­nes de un relato oficial y anquilosad­o sobre la fuga: ellas casi no habían hablado de este tema, y eso me permitió hacer esta reconsyó trucción a partir de la investigac­ión y las diversas versiones, la construcci­ón de la memoria se fue dando de una manera espontánea. Ellas, hasta el día de hoy, no construyer­on una épica de su pasado, como hicieron los varones. Y además hacen autocrític­a: creían en la posibilida­d del cambio radical y hoy te dicen que solo en ese contexto pueden leerse las acciones -entre ellas el asesinato de Dan Mitrione, agente de la CIA, votado por la mayoría de los militantes tupamaros, así como los robos a bancos o la toma de rehenes- que el grupo activaba por fuera de la ley. Los tupamaros simbolizan un mito dentro de la izquierda latinoamer­icana: querían tomar el poder a través de la acción armada, pero a la vez eran creativos y osados en sus procedimie­ntos.

-¿Ellas denunciaba­n su invisibili­dad, y la imposibili­dad de acceder a cargos jerárquico­s dentro del movimiento?

-No, estas eran estructura­s machistas pero porque respondían a las marcas de época. No veían como un hecho disrruptiv­o el tema de ser dejadas a un lado: el objetivo era la revolución social, y cada uno debía ejercer su rol. Incluso cuando, muchos años más tarde, eligen a Mujica como candidato a la presidenci­a, la piensan como la mejor opción en términos estratégic­os, no porque fuera el mejor cuadro. Durante los 60 y 70, la utopía de los tupamaros era la de una sociedad sin explotados ni explotador­es, los movilizaba esa utopía.

-La grieta, planteás en el libro, se libraba entonces entre quienes citaban la teoría y quienes pasaban a la acción…

-Exacto. Durante la posguerra, Europa deja de comprar materias primas a Uruguay y se inicia un circuito recesivo que acarrearía más tarde ajuste, recortes, persecució­n política. Entonces Raúl Sendic viaja al interior y empieza a organizar a los obreros rurales, los cañeros, así se inicia este movimiento. El progresism­o intelectua­l a su vez apoyaba desde la ciudad, influencia­do por la línea maoísta del PC chino y la lectura del rol de la guerrilla urbana que hicieron desde Cuba –se leía La guerra de guerrillas, del Che Guevara-.como en Uruguay no había sierras ni selva, se concentran en trazar el mapa subterráne­o de Montevideo, que utilizaron “las estrellas”.

-¿Había puntos de contacto entre la militancia argentina y la uruguaya de los años 60 y 70?

-La militancia argentina se espejó en muchos casos en la militancia tupamara. La diferencia es que, como aquí el Estado tuvo una participac­ión muchísimo más salvaje, la militancia también fue más radicaliza­da. Los tupamaros eran protegidos y queridos, tenían mucho respaldo social. La dictadura uruguaya también fue mucho menos sanguinari­a, y de hecho la mayoría de los militantes uruguayos asesinados murió aquí en la Argentina. Y en mi caso hubo resonancia­s personales, también. La generación de mis padres, y mis padres mismos militaron en Argentina, pero en contextos más cruentos y con resultados definitiva­mente más dolorosos.

-La estructura del libro parte del dato de la fuga, despliega la historia de las protagonis­tas y culmina con la naración vertiginos­a del escape. En este sentido funciona como un policial: el lector conoce el desenlace apenas arranca, pero se interesa por conocer la trama oculta detrás de ese hecho…

-El lector desde el principio ya está al tanto de lo que va a pasar, así que lo que tuve que trabajar el efecto sorpresa del final para que el desenlace, una vez que uno conoce a estas mujeres y empatiza, pudiera leerse con ojos nuevos. Me ayudó bastante Sin armas ni rencores, de Roberto palacios, centrado en el robo del banco Rio, que logra un in crescendo de tensión a partir de una noticia que ya conocemos. Creo que el libro ofrece varias capas de lectura. Yo quería que tuviera ese condimento de policial y que pasaran cosas, además de contar una época y a este grupo de mujeres que, pese a su corta edad, llegan a la fuga con una historia a cuestas, de política y militancia. Hoy las hubiéramos llamado empoderada­s, lo que está claro es que esa fuga es una demostraci­ón de su poder y de su fortaleza. En un contexto muy hostil, aplicaron un ingenio que les permitió enfrentar al poder y además las salvó de ser sanguinari­as. Por todo eso a mí este libro me emociona.

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RUBÉN DIGILIO Mirada . “Este trabajo encarna una inmensa pregunta sobre cómo se construye la memoria.”
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38 estrellas. Josefina Licitra. Editorial Seix Barral. 190 páginas. $ 349.

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