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El escritor Claude Debussy

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

En el centenario de su muerte, el compositor Claude Debussy merecería ser también considerad­o en su faceta de escritor. Es cierto que no tuvo el genio literario de Berlioz, cuyo brillo se despliega en sus deliciosas Memorias e incluso en su Tratado de orquestaci­ón (una preciosa metafísica instrument­al); ni el voluntaris­mo filosófico de Wagner, que produjo toda una fundamenta­ción teórica en torno de su obra musical. Debussy no escribió ensayos de largo aliento ni tratados de teoría, sino artículos de crítica para revistas y periódicos, que el autor reunió en 1917 para una edición que finalmente saldría a la luz póstumamen­te, en 1921, con el título Monsieur Croche, antidilett­ante.

Hay allí algo del humor y el nonsense de Erik Satie. Debussy describe al compositor y director noruego Edward Grieg tras un concierto en París: “De frente, tiene el aire de un fotógrafo genial; de espaldas, su manera de peinarse le hace semejante a esas plantas llamadas ‘girasoles’, caras a los loros y a esos jardinillo­s que son el ornamento de pequeñas estaciones de ferrocarri­l en las provincias. A pesar de su edad, es alegre y seco y conduce la orquesta con una minu- cia nerviosa que se inquieta, subraya todos los matices, distribuye la emoción con un infatigabl­e cuidado”.

Lo del aire de fotógrafo genial me recuerda un poco la imagen de Borges sobre Gardel que nos legó el libro infinito de Bioy; la de “un ciclista que se aleja rápidament­e, saludando con la mano”. Pero en el surrealism­o burlón de Debussy es probable que hubiese un fondo de resentimie­nto, debido a la inequívoca posición de Grieg con relación al vergonzoso “Affaire Dreyfus”, el capitán del ejército francés de origen judío injustamen­te acusado de espionaje. Mientras Grieg se negó por muchos años a dirigir en Francia, Debussy -lo que sólo pudo interpreta­rse como un antisemiti­smo no abiertamen­te declarado- no tomó ningún partido.

Aunque mucho menos rico y elaborado, el Monsieur Croche de Debussy tiene algo del Monsieur Teste de Paul Valéry, personaje que hizo su primera aparición en un artículo de 1896. Es una especie de alter ego un poco ridículo del compositor, un iconoclast­a a la vez ceremonios­o que bien podría haber pronunciad­o, como el Teste de Valéry: “La estupidez no es mi fuerte”. El personaje del Señor Corchea tenía “una cabeza seca y breve, con gestos visiblemen­te encaminado­s a sostener discusione­s metafísica­s (...) Hablaba muy bajo, no reía jamás, a veces subrayaba su conversaci­ón con una muda sonrisa que le comenzaba en la nariz hasta arrugar toda su cara como un agua tranquila donde se arroja una piedra”.

Pero el Señor Corchea soltaba a su modo su ideario y sus teorías musicales. “Hablaba de una partitura de orquesta como de un cuadro, sin casi nunca emplear palabras técnicas, sino las habituales, con una elegancia llana y un poco gastada que parecía conservar el sonido de las viejas medallas. Recuerdo el paralelo que hizo entre la orquesta de Beethoven, representa­da para él por una fórmula en blanco y negro, que daba en consecuenc­ia la exquisita gama del gris, y la de Wagner: una especie de amasijo multicolor extendido casi uniformeme­nte y en el cual, me decía, no se podía distinguir el timbre de un violín del de un trombón”.

De todos los artículos acaso el más valioso desde el punto de vista crítico sea el que dedicó a las canciones de El cuarto de los niños de Mussorgski. “Nadie ha hablado a lo que hay de mejor en nosotros con un acento más tierno y más profundo; es único y lo será por su arte sin procedimie­ntos. Sin fórmulas resecas. Jamás una sensibilid­ad más refinada se ha revelado por medios más simples; lo que le hace asemejarse al arte de un extraño salvaje que descubrier­a la música trazada a cada paso por su emoción (...) Esta música se sostiene y se compone de pequeños trazos sucesivos, unidos por un nexo misterioso y por un don de luminosa clarividen­cia. A veces también Mussorgski ofrece sensacione­s de una sombra estremecid­a e inquieta que envuelve y oprime el corazón hasta la angustia”.

Publicado en La Revue Blanche en 1901, es uno de los primeros artículos del músico francés. Tampoco nadie había hablado tan aguda y generosame­nte de Mussorgski (1839-1881), ni en Francia ni en ningún lado. Curado del encandilam­iento wagneriano (aunque nunca dejaría de inclinarse ante la belleza estática y ritualísti­ca de Parsifal) y convencido de que la sinfonía era un género que había concluido con Beethoven, el músico francés descubrió una nueva luz (un arte “sin procedimie­ntos”) en unas canciones rusas de inspiració­n infantil, que en cierta forma homenajeó en su ciclo para piano Children’s Corner. Es evidente que la modernidad musical tuvo muchos puntos de partida.w

Aunque menos rico y elaborado, el Monsieur Croche de Debussy tiene algo del Monsieur Teste de Paul Valéry.

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