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Bach y los pianistas chinos

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Cuatro años atrás, en ocasión de su última visita al país, conversába­mos con el compositor argentino Mario Davidovsky (vive en Estados Unidos desde los años ‘60) sobre el pianista chino Lang Lang; sobre cómo un pianista tan virtuoso puede arruinar algo tan noble y en cierto modo transparen­te como una sonata de Mozart, por el simple expediente de hacer rubatos todo el tiempo. Davidovsky lo explicaba por medio de una generaliza­ción. Dijo que los chinos carecen de un cierto romanticis­mo que comienza en la música de Bach, lo que me pareció interesant­e por más de una razón; por la idea de que los arrebatos sentimenta­les de Lang Lang no guardan ninguna conexión con la experienci­a romántica, como también por la convicción de que el romanticis­mo es menos un período histórico que un estado del espíritu.

Una amiga que es además una excelente pianista considera que Lang Lang expresa el “gusto chino”. “¿Y qué sería el gusto chino?”, quise saber. “Bueno -me respondió-, esos brillos y colores que ves en el Barrio Chino”. Pero China es un territorio tan vasto que casi podría alcanzar su propia antípoda. De hecho, una de las ma- yores intérprete­s actuales (hablo tanto de intérprete­s mujeres como de hombres) de la música para teclado de Bach es china: Zhu Xiaomei. Gracias a Festivales Musicales, los argentinos pudimos escucharla en el Colón nada menos que con las Variacione­s Goldberg, el gran talismán de esa increíble pianista.

Imposible imaginar un fenómeno más opuesto al de Lang-lang. Zhu Xiao-mei nació en 1949 en Shangai. Su madre le inculcó el gusto por el piano y la joven excepciona­lmente talentosa se perfeccion­ó en el Conservato­rio de Beijing. La Revolución Cultural China la sorprendió en plena adolescenc­ia. Fue una víctima de la Revolución por partida doble: reeducada por los fortalecid­os preceptos comunistas, renegó de sus padres de gustos burgueses y permaneció seis años en un campo de trabajo en la frontera con Mongolia. Sin embargo nunca renegó del piano, e incluso en ese campo consiguió un instrument­o en el que podía practicar después del trabajo.

En 1979 el violinista Isaac Stern la conoció en China y le consiguió una beca para ir a estudiar a los Estados Unidos. En 1980 Zhu Xiao-mei se radicó en ese país y cuatro años después se estableció definitiva­mente en París, donde comenzó a deslumbrar como intérprete de Bach.

En Youtube hay un documental donde se cuenta todo eso, How Bach Defeated Mao (Cótal. mo Bach derrotó a Mao). El eje de la película es su gira de conciertos en China, la primera visita a su país después de 35 años. Bach y los chinos es un tema que recorre toda la película. “En Francia me preguntaba­n cómo una pianista china podía interpreta­r a Bach de esa manera. Yo creo que en las formas más puras y elevadas del arte no hay fronteras geográfica­s: son una propiedad espiritual del género humano”. E incluso provoca con la posibilida­d de un Bach budista. “Bach y Lao Tse están profundame­nte ligados. Para Lao Tse el agua es el elemento fundamen- Y Bach significa “arroyo”. Yo no creo que esto sea casualidad. Tocar Bach es como meditar o tomar el desayuno. Si no lo hago me siento desorienta­da. Bach significa equilibrio, elegancia, ausencia de melodrama e histrionis­mo. Su emocionali­dad es china, controlada”.

Bach podía ser “budista”, pero a pesar de todo Zhu Xiao-mei desconfiab­a un poco de los chinos. No sabía cómo sería la recepción de Bach por parte del público chino, o si ese público estaría, dice, “maduro para escuchar a Bach”. También temía eventuales hostilidad­es. Pero al mismo tiempo deseaba tocar. “Quería hacer saber a todo el mundo que mi generación todavía existe. No tuvimos cultura, no tuvimos música, hasta los diccionari­os teníamos que copiarlos a mano, pero no desapareci­mos sin dejar rastros.”

En la película ella ya casi no reconoce su Shangai natal. Todo ha cambiado. Si alguna vez los pianos estuvieron prohibidos, ahora hay legiones de pianistas jóvenes; y Lang Lang, auténtico fenómeno de masas, segurament­e sea uno de los principale­s motores de todo esto. La gira resultó un éxito colosal, pero nunca se la ve sonreír. Hay tal vez una media sonrisa cuando se encuentra con sus hermanas. “Nunca me sentí una estrella, nunca me sentí orgullosa. No conozco esos sentimient­os -dice con total sencillez-. Yo crecí de otra manera. También la Revolución Cultural formó la persona que soy hoy”.

El documental termina con la pianista tocando las Variacione­s Goldberg en la Iglesia Santo Tomás de Lepzig, frente a la tumba de Johann Sebastian Bach. Había sido su mayor anhelo, acaso el único gran anhelo en la vida adulta de la devota Zhu Xiao-mei.w

Bach podía ser “budista”, pero a pesar de todo la pianista Zhu Xiao-mei desconfiab­a un poco de los chinos.

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