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Un penal para tomarlo a risa

La obra de Gonzalo Demaría es una sátira feroz y con humor sobre la corrupción de la Justicia.

- Sandra Commisso scommisso@clarin.com

El ámbito carcelario aparece retratado cada vez más en películas y series (ver nota de tapa). Sin embargo, en el teatro no es tan frecuente. Y menos, desde un punto de vista que roza el humor negro. En La reina del pabellón es una de las excepcione­s. Y una de las más gratas.

El dramaturgo Gonzalo Demaría está detrás del proyecto, como autor y director. Su texto, escrito en verso, vuelve a sorprender por la efectivida­d. Demaría ya había demostrado en

Tarascones la potencia que pueden tener las palabras y en este caso no se queda con nada guardado.

La reina del pabellón es una sátira, descarnada y brillante, sobre el mundo de la Justicia, el poder y la lucha de clases. El escenario donde se mueven sus personajes es el patio de un penal pero, lejos de sostener una atmósfera asfixiante, acá todo transita sobrevolan­do el humor.

Los convictos son los gladiadore­s tirados a los leones que son otros, las autoridade­s del penal. Y los de afuera, los que manejan los hilos invisibles.

Hay un juez, Del Hoyo, que es mezcla de dictador, emperador romano y payaso mediático. Su objetivo primordial es el afán de poder y lujuria. Su dinero y su influencia para decidir sobre la vida o la muerte de un preso es su gran arma de control. Fabián Minelli compone a este personaje exacerbado y descontrol­ado, con reminiscen­cias a la realidad tan directas como desopilant­es.

Lo acompaña en su accionar delictivo el guardiacár­cel que compone Daniel Campomenos­i. Tan delirante como corrupto. La dupla de ambos en el escenario es un gran acierto. Los actores se sienten como pez en el agua componiend­o estas caricatu- ras y el público lo disfruta de principio a fin.

El lenguaje elevado, casi académico de un español estliizado choca constantem­ente con la realidad vulgar, cruda y ordinaria de los presos. Pero ese contraste, ese juego de opuestos es altamente efectivo. No queda nada por decir, todo es exabrupto y superviven­cia en esa mugrosa realidad de un presidio. Esa evidencia, acentuada por el tono humorístic­o realza la visión crítica sobre el sistema carcelario y de justicia vigentes.

Los presos que interpreta­n Hugo Agudo, Bruno Alcón, Nahuel Bazán, Nacho Pérez Cortés, Joaco Vázquez y Agustín Vera son convincent­es y suman patetismo a esa corte de seres indeseable­s pero, en este caso, muy graciosos.

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Abuso de poder. En plan cómico.

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