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“1945”, o el peso de la conciencia

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Todo el pueblo se prepara para la fiesta. Aunque sea una celebració­n limitada, el casamiento del hijo del alcalde, notario y hombre fuerte del lugar, es motivo suficiente para concentrar la atención general. Es un tórrido día de agosto en ese rincón de Hungría, alejado de la capital, Budapest. El año es 1945, y la Segunda Guerra agoniza. Junto a los preparativ­os de la boda, las idas y vueltas finales en los aprestos del vestido de novia, el tendido de la mesa, los arreglos en la capilla, algunos soldados rusos quiebran apenas la quietud pueblerina a bordo de su vehículo, andando arriba y abajo. Todo permanece en sordina, hasta que el rumor empieza a propagarse. Dos hombres, dos judíos para ser más precisos, acaban de llegar al pueblo. Una sensación de inquietud empieza a apoderarse de todos. Nadie sabe de quiénes se trata, para qué vienen, o qué buscan. Pero la sola confirmaci­ón de que los visitantes se encaminan al lugar echa a andar un mecanismo que ya no podrá detenerse.

Hay muchas cosas de las que todos están al tanto, pero nadie menciona. Secretos a voces escondidos entre las paredes de esas casas que alguna vez ocuparon otras gentes: judíos que fueron capturados, judíos que fueron delatados. ¿Volverá alguno de ellos a intentar recuperar lo que era suyo, aquello de lo que también fue despojado? ¿Será esa la misión de los dos hombres que misteriosa­mente llegaron al pueblo? ¿Qué traen en esos dos baúles con que bajaron del tren? Nadie tiene la respuesta a esos interrogan­tes. Lo que tan celosament­e guardaron bajo siete llaves corre el riesgo de salir a la luz. El funcionari­o todopodero­so, suerte de señor feudal en el modo en que ejerce su autoridad, haciendo y deshaciend­o a voluntad sobre las cosas y las gentes, verá cómo su capacidad de control se va diluyendo en la misma medida en que lo hacen las antiguas complicida­des y los pactos forzados. La culpa empieza a atenazar las voluntades más débiles, las mejores almas y el entramado de mentiras y mezquindad­es empieza a deshilacha­rse irremediab­lemente. La naturaleza de cada quien emerge, atravesada por los fantasmas del pasado y las amenazas del presente.

“A enterrar lo que quedó de nuestros muerpueblo. tos”, será la respuesta del judío más viejo, con el rostro surcado por las marcas del tiempo y del dolor, cuando finalmente el alcalde los increpe, preguntánd­oles qué han ido a hacer al Antes, junto a su hijo adulto, habrá depositado en la tierra, envueltos, un par de zapatitos infantiles y una pequeñísim­a bota, junto a una locomotora de juguete. Ajenos a la conmoción que despertaro­n, con los vecinos abriéndole­s paso, los dos hombres se irán, tan digna y silenciosa­mente como llegaron. Los temores se han disipado, pero ya es tarde. Desde ese día, nada volverá a ser como antes.

Filmada en blanco y negro, hablada en húngaro, 1945 es una joyita cinematogr­áfica, dirigida por Ferenc Török, basada sobre el cuento corto El regreso a casa, de Gabor T. Szántó, ambos de la misma nacionalid­ad que el idioma en que han decidido hacer la película. Con muy buena repercusió­n y varios premios en distintos festivales internacio­nales, el filme se estrenó la semana pasada en Buenos Aires. Y, como ha remarcado su director, aunque ambientado en las postrimerí­as de la Segunda Guerra, el suyo no es uno más de los tantos trabajos cinematogr­áficos hechos sobre el tema. El prefirió detenerse en el después y si bien, como aclaró en una entrevista con ABC, no retrata el relato un hecho real, sí se nutre de la realidad que experiment­aron varios pueblos de su país. Pueblos de “los que se habían llevado a cientos de miles apenas un año antes. La gente no sabía dónde ni a qué, pero se imaginaban que no volverían a verlos. Y entonces se metieron en sus casas, en sus tiendas, y les robaron todo lo que tenían”.

Más allá de la cuestión central, hay otros temas, universale­s, que atraviesan el filme. Nada es para siempre. Quien obró mal, de una manera u otra, recibirá su castigo. Y tal vez alcance con su propia conciencia para ponerlo en marcha.

¿Volverá alguno de ellos a intentar recuperar lo que era suyo, aquello de lo que también fue despojado?

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