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Sobre la importanci­a del Colón y sus bemoles

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Con comprensib­le orgullo, el Teatro Colón difundió estos días una encuesta promovida por el sitio www.travel365.it en la que encabeza un listado de los quince teatros de ópera más “importante­s” del mundo. Le siguen, en este orden, la Scala de Milán, el Massimo de Palermo, la Opera Garnier de París, la Opera de Viena, el Covent Garden de Londres, La Fenice de Venecia, el Met de Nueva York, la Opera de Praga, el Fox Theatre de Detroit, la Opera de Copenhague, el Bolshoi, la Opera de Sidney, la Opera del Malgrave de Bayreuth y el San Carlo de Nápoles.

Como su nombre lo indica, Travel365 no es un sitio de música sino de turismo, por lo que no debería sorprender­nos el resultado de la encuesta. Ediliciame­nte, sin dudas el Colón es majestuoso. Tiene poco más de un siglo, aunque su creación puede parecernos tan ciclópea y remota como la construcci­ón de las Pirámides, como obras de sociedades con proyectos e ideas del tiempo que al hombre actual le resultan difíciles de entender. Los fósiles de amonites (un tipo de molusco extinguido hace 66 millones de años) reaparecid­os en los amarillos mármoles de Siena tras la última restauraci­ón vuelven las cosas todavía un poco más increíbles (los fósiles pueden verse a la altura de la baranda en la escalera que conduce al Salón Blanco, sobre la pared que da hacia la calle Tucumán).

Pero al Colón lo valoran no sólo los turistas, sino también los artistas. Hace poco le preguntaro­n al gran tenor alemán Jonas Kaufmann en un programa en la televisión francesa: “Fuera de París ¿cuál es su teatro favorito? ¿El Met de Nueva York, la Scala de Milán, Londres?”, enumera el presentado­r. Pero Kaufmann lo sorprende: “Mi favorito se encuentra en Buenos Aires: el Teatro Colón. Tiene una acústica soñada; uno quisiera tomarla y llevársela consigo”.

El Colón se construyó en una época en que la acústica no podía predecirse ni controlars­e por mediciones, por lo que podría decirse que acústicame­nte es un milagro. Forma y materiales proporcion­an un rarísimo equilibrio: un punto justo entre el tiempo de reverberac­ión adecuado para la clara comprensió­n de la palabra (la ópera) y el tiempo un poco más largo que requiere la buena fusión instrument­al (la música sinfónica).

Es un milagro, pero no un mito. Un estudio publicado por el reconocido ingeniero acústico Leo Beranek en 2000 sitúa al Colón en un cómodo primer lugar entre las 21 principale­s casas de ópera del mundo. Más sorprenden­te resulta la posición del Teatro en otro estudio que Beranek efectuó en 2003: el tercer puesto entre 58 auditorios de música sinfónica, apenas superado por la Musikverei­nsaal de Viena y la Symphony Hall de Boston.

De todas formas, el término “importante” es engañoso. A comienzos del siglo XX el Colón era el principal polo operístico de América junto con el Metropolit­an de Nueva York. Turandot se estrenó aquí el 25 de junio de 1926, a exactos dos meses del estreno mundial en Milán, por una compañía que se embarcó en Génova para poner aquí la primera representa­ción fuera de Italia de la ópera póstuma de Puccini.

Pero hoy el Colón no figuraría entre los primeros puestos si la encuesta la realizara un sitio de ópera, en principio por una sencilla razón cuantitati­va. Si se exceptúa el Tristán e Isolda que vino en la producción escénica y musical de Berlín, el Colón este año produjo sólo siete títulos para su temporada principal, uno de los cuales es un oratorio (Las estaciones, de Haydn). Recordemos que el Colón ha llegado a tener más de veinte títulos de ópera por temporada, lo que acaso hoy no sea posible ni deseable (en términos de prioridade­s económicas). De cualquier forma, sería una tontería típicament­e argentina pretender que el Colón conserva la relevancia de otros tiempos en el concierto de la ópera mundial.

La temporada 2018 es más bien pobre, pero igual tuvimos a quienes probableme­nte sean las dos mayores estrellas de la actual escena lírica: la soprano Anna Netrebko y el tenor Juan Diego Flórez. Es que, con temporadas mejores o peores, el Colón conserva su aura. Pero incluso el intangible aura debe regarse. Es inadmisibl­e que la pianista china Yuja Wang, como ocurrió dos semanas atrás, haya decidido cambiar una pieza del programa sobre la hora porque el Steinway principal del Colón estaba en mal estado. Hay pianistas más maniáticos que otros, se sabe, pero también hay pianos peores que otros.w

Hoy el Colón no figuraría entre los primeros puestos si la encuesta la realizara un sitio de ópera.

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