Como músico, también metalero
Luego de pasar séptimo grado “raspando”, Patricio se vio de lleno con un nuevo mundo: la secundaria. “Pasé de una escuela estatal en una zona humilde al Nacional de San Isidro. Ahí había pibes que jugaban al rugby, me enseñaban latín, francés: no entendía nada de nada, no aprobé ni una materia. Sentía mucho asco por el mundo que me rodeaba”.
Castelli se sentía sapo de otro pozo. “O te buscás adaptar o cerrás la persiana y decís: ‘A esto no entro’”. El sentía que “transcurría y depositaba el cuerpo en el colegio”. Y le fue muy mal allí.
“Repetí primer año, pasé al turno tarde, repetí también. Y lo mismo a la noche, tres años y nada. Así que me echaron del colegio. Mi papá me quería asesinar, cagar a piñas, literalmente”, resume.
Patricio sentía que quería otra cosa, no encajaba, ni siquiera (se- gún dice) como una cuestión de rebeldía. Entonces su pasión por la mecánica se vio trunca y apareció otro costado artístico para desahogarse: la música. “Era re extremo, la contracara de todo lo que odiaba. Tuve algunos intentos de grupos thrash metal hasta que descubrí el death, formé Absemia, sacamos un disco, pero me terminé cansando un poco del género por ser tan conservador”.
Y luego nació Bloodparade (algo así como “desfile sangriento”), que arrancó con un death-pop y después se abrazó más hacia lo gótico y metal electro, cruzando géneros. “Y cuando me cansé de que sea innovador, me abrí. Estuve con ellos desde 2003 a 2015”.
Pero Patricio volverá por una noche con ellos: será el sábado 15 de diciembre, cuando el grupo festeje sus 15 años en Uniclub, tocando algunos temas.