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Un videoclub sobrevive y le rinde homenaje a sus socios

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Esto que se cuenta a continuaci­ón es una historia de superviven­cia que tiene cuatro patas fundamenta­les, listas para el documental que se merece: Marcos Rago es el dueño. Selva Cigorraga y Esteban Montiel, los socios más fieles. El gran fuera de foco es la familia Arata, Aurelio, su esposa y sus hijos, dueños de la propiedad donde funciona, hace casi 30 años, un videoclub exactament­e ubicado en Guatemala 4499. Uno videoclub en Palermo Soho, uno de los 15 que siguen existiendo en Capital.

Como si fuera un homenaje digno de brindis, Marcos, un poco engolado por la emoción, dirá: “Esto sólo es posible con gente como ellos”, y señala a sus socios emblemátic­os.

Esta tarde de noviembre, los dos funcionan como una parábola. Entre ambos alquilaron más de 5.000 películas.

“Y permitime mencionar a los dueños. Gracias a ellos, a su manera de saber comprender mi pasión, es posible mantener este negocio. En Palermo, encima, en el medio de un lugar donde la moda está por sobre casi todas las cosas. Esta es una esquina hermosa -continúa Marcos-, y yo estoy pagando apenas el precio de un dos ambientes sin expensas. Ya que estamos acá presentes, por favor permitime un agradecimi­ento especial a mi mujer, Battie, mi compañera, la persona que me banca en los horarios esclavos de un videoclub, la que apoya mi pasión, mi locura con su amor, pero también desde lo económico...” Puntos suspensivo­s. Marcos necesita un respiro para no quebrarse. “No te voy a decir que pongo plata de mi bolsillo -retoma-, pero hay que pilotearla… A Battie, además, la conocí en el videoclub como clienta. Fue ella la que de entrada me estimuló a poner el aire acondicion­ado. Era una socia más y pasó a ser mi socia preferida”.

La proximidad del número redondo (los 30 años) anticipa un festejo. El no quiere soltar prenda porque ahí, delante suyo, están algunos de los homenajead­os. Dos personas mayores, adultas, dos jubilados. Marcos menciona una palabra irresponsa­ble para la lógica de mercado. Habla de “lealtad”. Lo dice para describir a Selva, una señora que es la socia N°42 desde 1989.

Los clientes describen a Marcos como un hombre de 52 años que se pasó las últimas tres décadas comprando películas para alquilar con esmero de curador exquisito. Su cinefilia es tan asombrosa que, tranquilam­ente, podría haber trabajado en revistas como El Amante.

Hay que escucharlo reseñar películas para sus clientes. Selva busca la palabra exacta para definir la experienci­a y, mientras tanto, hace una reflexión. “El es capaz de decirte: esta película no es para vos”. Esteban anda por los 70. Le gusta hacerse cargo de su pertenenci­a. “Alquilo dos películas por día. Ese es mi ritmo habitual”.

Para que no se sospeche de anacronism­os, cuenta que tiene Netflix y que va semanalmen­te a ver estrenos de cine.

“El videoclub es como el peronismo, se puede reciclar, pero nunca va a desaparece­r”.

Tierra de pioneros el local llamado Black Jack. Marcos no es un “comerciant­e”. Comerciant­e. La palabra dicha al pasar ofende a Marcos al punto de borrarle la sonrisa como de un sopapo. Claro, Marcos es un tipo que ni siquiera se ha desprendid­o de sus VHS.

El increíble hallazgo fue descubiert­o por un equipo arqueológi­co del barrio que se comunicó con este diario haciendo votos para que saquemos a la luz ciertos secretos. “Lo vintage también es una actitud de vida”, comenta Esteban. La avenida Corrientes tiene dos locales importante­s en el cruce con Rodríguez Peña, pero la gran diferencia es que ellos venden, no alquilan. Esto debería ir entre comillas, porque es un dato que aporta, no sin cierta picardía, el dueño del local. Un lugar que nos cambia la foto del mundo. Sin dudas un sobrevivie­nte de la vieja topografía productiva de la ciudad. Y en plena zona fashion, donde la angustia comercial y la rotación constante impide casi todo clase de hábito y referencia. El bar Crónico y este videoclub son los únicos dos espacios no tuneados que lograron perdurar sin las exigencias de época.

Algunos, con derecho, dirán que son obstáculos librados a su voluntad. Puede ser. Igual, Marquitos, rodeado de su afectos, parece estar vivito y coleando. Les agradece a los dos socios insignia por darle de comer durante tantos años. No lo dice así. Lo dice como podría hacerlo un Don Quijote. Habla Selva, la socia vitalicia. “Marcos es un psicólogo. El conversa con la gente, aprende los gustos y es una persona sumamente agradable. Es un pescador que sabe qué es lo que me puede gustar. Yo consumo de todo. También tengo Netflix, pero Netflix a veces me defrauda”. Habla Esteban, dos alquileres diarios. “En esta videoclub, y gracias a Marcos, conocí lo que era el cine iraní. Marcos es una ventana a distintas culturas. Eso no es como Blockbuste­r. ¿Te acordás de Blockbuste­r? Pura chatarra. Tenía miedo al principio, pero me terminó gustando el cine iraní. ¡Y el cine francés, que tan lento me parecía! Marcos me habló de un actor francés que ahora lo sigo a sol y sombra, en comedias y dramas: monsieur Daniel Auteuil”. -¿Cuál es la película argentina más alquilada?

Marcos: Nueve reinas , El secreto de sus ojos y Esperando la carroza. En ese orden. -¿Cuál es la película más alquilada en estos casi 30 años?

-Dos: Jurassic Park y Titanic. Las alquilé como dos mil veces cuando aquí había unos 12 mil socios. -¿Y ahora cuántos hay?

-150, y no todos tan activos.

Marcos supo encabezar la asociación que nucleaba a todos los videocubes del país. Ahora es el vicepresid­ente honorario. Black Jack equivale, entre tanta cervecería artesanal, a una pirámide de Egipto. En los sótanos es posible dar con los huesos de VHS de Robert Redford o con una copia de Anochecer de un día agitado, el brazo del Wincofon llegando hasta el centro del disco. Para decirlo de un modo ampuloso: el hallazgo del videoclub ratifica la figura de grupos sedentario­s anteriores a la existencia monoparent­al del streaming.

En lo de Marcos, el orgullo es un valor punzante. Luces por todas partes y unas vidrieras dignas de Harrods. Hablando en voltios, el comercio más iluminado del barrio. Su sola presencia funciona como un ansiolític­o. Este humilde videoclub de barrio es un mensaje de paz ante el tecno-avasallami­ento. Marcos tiene un Gandhi en el espíritu: “Todos podemos convivir”. Y agrega que el consumo viene de lejos. “Es un invento infinito”. -¿Podés vivir sólo con el aporte de ellos?

-No tranquilam­ente –sonríe Marcos, todo un caballero español-. Gracias a mujeres como Selva se asociaron tres generacion­es de su familia. Y Esteban es una máquina que vive en estado de ficción permanente. Pregunta del millón: ¿Cuánto sale alquilar una película? “Ochenta pesos por día”. Sobre el final aprovechar­á para agradecer a los socios que no están (que no están en este momento). “A Verónica, por venir de Villa del Parque”. Y a Tony y Nair “por tener menos de 30 años y querer ser socio de un videoclub”.w

Las películas que Marcos más alquiló en las últimas tres décadas son “Jurassic Park” y “Titanic”.

 ?? DIEGO WALDMANN ?? Marcos, el dueño. Tiene 52 años y, lejos de ser un comerciant­e, es un cinéfilo. Su videoclub llegó a tener 12 mil socios. Ahora son 150.
DIEGO WALDMANN Marcos, el dueño. Tiene 52 años y, lejos de ser un comerciant­e, es un cinéfilo. Su videoclub llegó a tener 12 mil socios. Ahora son 150.

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