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“Estoy descansand­o de la argentinid­ad”

Pasó el año viajando. Rodajes en España, EE.UU y nuestro país. En 2019 lo veremos en cinco películas. 50 años de oficio resumidos en una charla desde Madrid.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Pocos recuerdan que Oscar Martínez fue Presidente de la Nación. Llegó a sentir la textura del bastón que levantó Raúl Alfonsín el 10 de diciembre de 1983. Firmó decretos, clavó suelas en la Casa Rosada, el Ministerio de Obras y Servicios Públicos y el Congreso. Un mandato más extenso que el de las 12 horas de Federico Pinedo: 13 episodios.

Ocurrió en 1999, en el mundo Pol-ka -en la miniserie El hombre-, 14 años antes del estreno de House of Cards. La historia olvidada dentro de esa otra historia indica que el mandato tan convincent­e de su personaje, Maciel, llevó a que algún sector estudiara la figura ‘martinezca’ para la jefatura de Gobierno porteño.

En las encuestas Oscar medía. El atributo sobresalie­nte que destacaban los consultado­s era la transparen­cia. Pero el señor de La tregua y Contar hasta diez no tenía sueños ministeria­les. Todavía restaban 15 años de camino para proezas actorales como levantar la Copa Volpi en el Festival de Venecia (“mejor actor” por El ciudadano ilustre) o para ser nombrado académico de número de la Academia Argentina de Letras.

Más que las letras, hoy los definen los números: 69 años, 50 como actor, 40 mil kilómetros recorridos en los últimos meses de rodajes repartidos entre la Argentina, España y los Estados Unidos. Dividido y multiplica­do. Como si se tratara de un político en campaña, veremos sus afiches empapeland­o Madrid y Buenos Aires: lo esperan cinco películas por estrenar en 2019.

Mientras acá se habla de “la verdadera final del mundo”, del Superclási­co del milenio, del partido más quijotesco de la historia del fútbol argentino, Martínez, se mantiene al margen de ese Trending Topic. Calma y diplomacia océano de por medio. Un hincha de Independie­nte ahora en Madrid que, como rara avis actoral de primer nivel, no se enoja si un periodista lo llama para una entrevista sin permiso previo de su agente de prensa.

“Me resulta excesiva esa pasión futbolera de estos días. Estoy descansand­o de toda esa argentinid­ad. Soy cero chauvinist­a”, explica. “En la Argentina me crié, me formé, me desarrollé, pero no soy de extrañar ese folclore, y no hablo del folclore musical. Llegué el 19 de septiembre y terminé ayer el rodaje de Vivir dos veces, de María Ripoll, en Valencia. A principios de año había estado rodando con Santi Amadeo en Sevilla y Marbella. El año pasado en Nueva York. La aventura de una película incluye esa otra aventura que me fascina: la de los viajes”.

Si la verdadera Patria es la infancia, la Nación de Oscar Martínez ocuparía la extensión de Villa Devoto. La calle Tinogasta, las casaquinta­s con candado a las que saltaba para comer fruta o cazar mariposas, y una escena fundaciona­l de su mundo extinguido: apenas tenía dos meses cuando sus padres fueron desahuciad­os.

Una extraña enfermedad pulmonar y un doctor que recetaba abrazos al bebé a toda hora. “Contacto físico, atención, amor ilimitado”, aconsejaba el médico. La criatura se salvó. Tal vez ese sea el germen de esa necesidad de aplauso. O la forma de cerrar el círculo: los puntos se unen siempre para atrás y cada nuevo paso sólo puede entenderse en retrospect­iva desde el jardín de la casita de los viejos.

“La necesidad de aceptación forma parte de la patología del actor”, se ríe y vía Whatsapp la carcajada se deforma.

-¿Cómo se describe la patología del actor?

-La necesidad del intérprete depende de la aceptación. Un dramaturgo puede apostar a la posteridad, pero un actor no, necesita ser visto ahora. Yo creo que hay algo previo en su cabeza, en estructura, que lo lleva a eso. Leí un librito de un psicoanali­sta, Philip Weissman, La creativida­d en el teatro, en el que refiere a historias clínicas sin dar nombres. La crisis de identidad se resolvía mediante identidade­s ajenas.

-Sos un gran autodidact­a. Dejaste a los 14 el secundario, pero no los libros…

-En los libros encontré un mundo más afín que en el comercial Hipólito Vieytes. Empecé a leer mucho cuando ingresé a la Escuela Municipal de Teatro. El lugar que ocupaba el pensamient­o por entonces es algo que se perdió. Y el maestro Juan Carlos Gené luego me abrió la cabeza y nunca más volví a ser el mismo. Me produjo una revolución. Una base sólida te ayuda para toda la vida. Aunque reconozco que no fue nada grato mi viejo. Hace más de medio siglo lo mejor que tenían los padres para dejarte era la posibilida­d de educación.

-¿Tus logros finalmente los reconcilia­ron?

-Ellos no me opusieron una resistenci­a sangrienta, pero ser actor no era una profesión honorable. No había antecedent­es familiares y para ellos era un tanto insólita mi elección. Pero un día mi viejo me trajo un suplemento marrón, creo que de La Prensa, con varias páginas dedicadas a la Escuela Municipal de Arte Dramático. Tuve mis idas y vueltas y me reconcilié y perdoné a mis padres de grande.

-¿Perdonarlo­s por qué?

-Porque como mucha gente tuve desencuent­ros importante­s y los hacía responsabl­es de muchos errores y falencias. Esperaba que fueran de un modo que no podían ser. Y pude reencontra­rme con ellos y reparar la relación. El teatro colaboró, porque me fue bien y yo pude reparar el vínculo.

Hay que remontarse a dos grandes ‘No’ que escriben el currículum de Oscar. El primero al salirse del camino del burgués promedio con el que se ilusionaba la familia. El segundo, cuando entra a Cosa juzgada, el prestigios­o ciclo del clan Stivel y se inicia con una escena mínima: apenas dice ‘no’.

A Mauricio de Relatos salvajes lo construyer­on despacito los anteriores Martínez: el que a los veintitant­os decoraba platos y los salía a vender. El que a los 21 se casó por primera vez, con Cristina, el que a los 42 reincidió con Mercedes Morán, con quien pasó la luna de miel sobre ta- blas, porque por la noche protagoniz­aban Locos de contentos, en la calle Corrientes. El que a los 62 volvió a creer en la libreta matrimonia­l con Marina Borensztei­n. Cuatro hijas de sus primeras dos relaciones y un presente a puro prestigio y amor. “El tiempo no es portador de males únicamente. Llegué a un vínculo tan sólido como maduro”.

-Se te escuchó hacer declaracio­nes políticas en los últimos años. ¿Pudo haber jugado en contra en la mirada del espectador hacia vos?

-Yo no soy militante político ni me gusta ser ‘declaracio­nista’ serial. No siento que me haya traído costos. Lamento la violencia verbal, por eso trato de no herir a quien no piensa igual. Hago un ejercicio: pensar que el otro también quiere lo mejor y piensa con buena fe. La toxicidad de allá me estaba agobiando. Abrirme una ventana de trabajo afuera me hizo bien.

 ?? FERNANDO DE LA ORDEN ?? Ex presidente. Martínez ocupó ese rol en la ficción en 1999. Eso lo llevó a medir tan bien en las encuestas que lo querían en la política.
FERNANDO DE LA ORDEN Ex presidente. Martínez ocupó ese rol en la ficción en 1999. Eso lo llevó a medir tan bien en las encuestas que lo querían en la política.

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