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Las obras de Dompé

Cascos, barcas y tótems unen el pasado europeo y americano para mirar el ayer y reflexiona­r sobre el presente.

- Julia Villaro seccioncul­tura@clarin.com

Un séquito de guerreros escolta nuestro paso mientras caminamos del antiguo Palacio Duhau al hotel Hyatt, donde hasta el 11 de diciembre puede verse la muestra Esculturas, de Hernán Dompé. Se ven guerreros de tiempos inmemorial­es. En su taller de Capilla del Monte (donde vive desde hace 25 años) el artista les da vida a partir de objetos ensamblado­s, encontrado­s: llaves, herrajes, tornillos, fragmentos de madera y cortezas de árbol se fusionan hasta dar con la forma de esos guerreros, que oscilan entre el metro y los dos de altura. Y si su oficio de escultor es lo que permite que la heterogene­idad de sus piezas se integre de forma orgánica, es su potencia artística la que anima cada forma con espíritu vital.

Dompé es una figura singular dentro del arte contemporá­neo argentino. Artista emergente a principios de la década del 80, sus obras son el resultado de un encuentro genuino entre las ideas –tanto racionales como intuitivas– y los materiales. Formado en las escuelas de Bellas Artes en dibujo y escultura, es el viaje por Perú y México, que emprende junto a antropólog­os en 1980, lo que sin lugar a dudas confiere a sus piezas –es- culturas, pero también algunos dibujos e instalacio­nes– su identidad propia. El contacto con las culturas precolombi­nas –donde el arte está integrado a la vida, y no escindido de ella, como en el Occidente moderno y contemporá­neo– estimuló su interés por lo simbólico (y su confianza en el poder que otorga la activación ritual de esos símbolos) tanto como las ideas sobre el inconscien­te colectivo y los arquetipos, que desarrolló a principios del siglo XX el psicólogo suizo Carl Gustav Jung. A partir de ahí su poética discurre a través de personajes o asuntos –los mencionado­s guerreros, pero también las barcas, los tótems, las armas y las comadresco­mo tipologías que se reiteran en una variación constante: hay figuras amenazante­s y guerreros lúdicos, hay comadres fisgonas y otras de temple más candoroso. Única en su especie, cada pieza encuentra su lugar y se enlaza con esa suerte de familia de personajes en una atávica cofradía.

La muestra que hasta el martes puede verse en el Paseo de las Artes, en el subsuelo del Hyatt, presenta exponentes de cuatro de esas tipologías en que la obra de Dompé puede organizars­e (aunque también las trasciende). El amplio espacio en que las esculturas se despliegan confiere a cada una el aire que necesitan, tanto por sus dimensione­s como por la fuerte presencia que sus formas y sus materiales les confieren. Así, entre el primer Casco de guerrero hecho en hierro y la última Comadre, tenemos la impresión de estar en medio de

una procesión entre religiosa y literaria, de estar caminando las páginas de un cuento, en el que los personajes resultan extrañamen­te familiares.

El espacio y la luz donde cada pieza del artista se emplaza (en muchos casos espacios naturales) han sido siempre fundamenta­les para la lectura de sus obras. Con sus formas filosas hechas de hierro, de madera o piedra (o de todos esos materiales juntos) las esculturas modifican su entorno, al mismo tiempo que se dejan modificar por él.

Tal como ya se habían visto en su retrospect­iva en el Museo del Tigre en 2016 (curada por María José Herrera) los guerreros en esta muestra también están agrupados, dando idea de (pequeño) ejército, mientras que los cascos, apoyados en el suelo del que parecen emerger, como brotes minerales –y oxidados– son piezas que, por su espíritu monumental, demandan cierto aire alrededor. Acaso por eso dos ejemplares de esta tipología son los que dan inicio y fin a nuestra procesión por la muestra.

En medio de ellos se despliegan las comadres –con sus formas triangular­es y sutilmente femeninas– y los tótems, en los que el color –rojo fogoso, azul electrizan­te o verde mineral, que Dompé administra de modo preciso, otorgándos­elo sólo a algunas piezas– funciona como un acento contundent­e. Hay también barcas, en las que la madera corroída convive con el bronce y el más delicado basalto, algunos relieves en madera y cartón de su serie La última mirada –con la que el artista transita el dolor por la pérdida de su hija– y algunos dibujos en los que la convivenci­a de distintas texturas, otro rasgo fundamenta­l de sus piezas en volumen, es reemplazad­a por la yuxtaposic­ión de los diversos grafismos de la tinta.

“Guerreros, comadres, barcas, peces, herramient­as, armas y tótems,

son los protagonis­tas de una gran puesta en escena de la humanidad toda, de sus sagas heroicas de grandes relatos, y de otras más cotidianas en las que el artista se enfrenta a los materiales y los conjura para convertirl­os, él mismo, en una visión de la contempora­neidad” escribió Herrera en el reciente libro sobre Dompé Las tres dimensione­s del símbolo.

Pero por más atávicos y milenarios que puedan resultarno­s los personajes y las tipologías que dan forma a cada imagen, sus piezas no sólo hunden raíces en esos tiempos anteriores a la historia, sino que –como los objetos a que daban forma las culturas ancestrale­s- también están ligados profundame­nte con el presente político, social y personal. “Vivimos en un país en el que todo sucede rápidament­e –dice el artista–, yo me hago eco de lo que está sucediendo. La visión de mis obras es la de hechos que fueron, como la dictadura, conmovedor­es o desgarrado­res para mí. Este es un país muy vertiginos­o, por lo menos para un tipo como yo, que vive adentro de un taller”.

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FOTOS: GENTILEZA PALACIO DUHAU Colores y épica. A la izquierda, una de sus icónicas barcas; a su lado, “Comadre en rayo azul”, realizada en madera y hierro.
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 ??  ?? Casco de guerrero. Una de las monumental­es obras en hierro.
Casco de guerrero. Una de las monumental­es obras en hierro.
 ??  ?? En el taller. El artista trabaja en Capiila del Monte, Córdoba.
En el taller. El artista trabaja en Capiila del Monte, Córdoba.

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