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Vitillo Ábalos se despide de los escenarios

A los 96 años, es una leyenda que esquiva la jubilación. El repaso de una auténtica vida de película.

- Eduardo Slusarczuk eslusarczu­k@clarin.com

“¡Señales de humo usábamos, cuando empezamos!”. Sentado a una silla que, cuenta, trajo desde algún lugar del mundo, Vitillo Ábalos se ríe con ganas de su ocurrencia, mira el grabador y lanza la pregunta: “¿Ya estamos actuando?”. Entonces, a la vieja usanza, dice: “Un saludo a los lectores de Clarín”.

A los 96 años, Víctor Manuel Ábalos es, posiblemen­te, una de las últimas leyendas vivas del folclore argentino, que se rehúsa a jubilarse, a pesar de que la promoción del espectácul­o que dará el 8 de diciembre en la Usina del Arte lo anuncia como su despedida de los escenarios.

“Yo siempre digo que casi será la última”, dice, y después de recordar que sigue al aire con su programa en Nacional Folklórica, los miércoles de 20 a 21, advierte: “Mientras pueda seguiré dando lo que Santiago del Estero y mi país me enseñaron...”.

Al fin y al cabo, nada muy distinto a lo que él y sus hermanos, Machingo, Adolfo, Roberto y Machaco. le dijeron a su padre cuando, en 1939, le pidieron permiso para presentar el espectácul­o “Patio provincian­o” en el Consejo de mujeres. “Al principio no se alegró; decía que no era oportuno. Pero mamá lo doblegó”. Y completa: “Nos dio permiso por cinco años, y terminamos haciéndolo durante 60”.

Dueño de una memoria prodigio- sa, Vitillo avanza en su relato poniéndole fecha a cada episodio sobresalie­nte de una trayectori­a inigualabl­e. “1941, Buenos Aires: alquilamos un local para actuar en Santa Fe y Paraná. Mamá vio el lugar y dijo: '¡Achalay!'Acababa de bautizar el lugar. En quecha, 'achalay' quiere decir algo hermoso, lindo”.

Así va, casi año por año, desgranand­o una historia increíble. Cuenta, por ejemplo, que un día Lucas Demare les pidió algo “movido, alegre” para la película La guerra gaucha, y que así nació Carnavalit­o quebradeño. Y que eso “fue un trampolín tremendo”. En 1947 armaron Achalay Huasi, un lugar donde “tocaban el dúo Martínezle­desma, el 'Mono' Villegas, los Ábalos...” -¿Todos en la misma noche? -Todo junto. Música: el arte de combinar los sonidos. Una noche llegó Discépolo. Vino con su señora, española, y un grupo de amigos; y un cliente pidió permiso para cantar Cambalache. Machingo lo acompañó en el piano. Cuando terminan, Dicépolo me llama: “Ché, pibe, este coso ama al tango, pero el tango lo odia a él”. ¡Era tremendo, Discepolín!

Vitillo sigue: “En 1951 vendimos todo para ir a Nueva York. Llegamos en barco. Actuamos en la tele, en colores... Un señor que tenía un negocio, al que le iba muy bien con la paella, nos llevó a tocar como los ‘gauchos of the pampas’. También había unos negritos que tocaban jazz”.

Y siguen los lugares, las canciones -Nostalgias santiagueñ­as, Casas más casas menos, Agitando pañuelos, Juntito al fogón- y los nombres. ¡Y qué nombres! “1966, Tokio. Habíamos pasado dos meses y 20 días girando por Japón, y el canal de televisión NHK nos hace una despedida. El programa se tituló La música nunca muere.

El hombre ríe por enésima vez, y nombra a quienes estuvieron en esa “despedida”. "El elenco, Arthur Rubinstein, un ballet de Rusia, una cantante japonesa y unos muchachito­s de flequillo... Los Beatles”.

La cantera de historias de Vitillo es inagotable, pero el tiempo se agota. Recuerda una gira por Lisboa en los '80, una visita al papa Juan Pablo II, que les preguntó si siendo cinco hermanos nunca se peleaban. “Nunca”, le dijeron.

-¿Nunca un entredicho por cuestiones artísticas o de dinero?

-Nunca. Hasta el día de hoy estoy sorprendid­o. Machingo tuvo dos hijos, Adolfo seis, Roberto, Machaco y yo, dos. Había que darles de comer a todos, y no era fácil.

¿Nunca pensó en decir basta?

-Lamentable­mente me pasó. 1997, Roberto nos dice: “Muchachos, vengan a casa mañana”. Llegamos y empezó con su relato inesperado: “Los citado para contarles y pedirles lo siguiente: Dejemos de tocar”. Se hizo un silencio. ¿Por qué? Porque la gente se acuerda de nosotros, personas muy grandes, sin muletas, sin silla de ruedas... Que sí, que no; al final nos convenció, y se terminó. Al otro año, extrañaba tanto, que armé El patio de Vitillo Abalos.

-Ahora, de nuevo dicen que se termina. Supongamos que es cierto que el concierto del sábado es el último. ¿A qué piensa dedicarse cuando ya no toque más?

-¡A ser joven!w

“En 1951 vendimos todo para ir a Nueva York. Llegamos en barco y actuamos en la tele”.

 ?? FERNANDO DE LA ORDEN ?? Vitillo. En 1939, con su hermanos, le pidieron permiso al padre para tocar. Los dejó, pero sólo por 5 años...
FERNANDO DE LA ORDEN Vitillo. En 1939, con su hermanos, le pidieron permiso al padre para tocar. Los dejó, pero sólo por 5 años...

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