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Moris y Antonio Birabent, juntos y en familia

Padre e hijo dieron un emotivo show en el Teatro Picadilly. Canciones históricas que suenan actuales.

- Walter Domínguez wdominguez@clarin.com

Aunque Moris lo definió como un “café concert eléctrico”, claramente se trató de un encuentro familiar, una fiesta. Ante un teatro Picadilly casi colmado, el prócer del rock argentino compartió escenario con su hijo Antonio Birabent y el tecladista Lolo Micucci, quien -por entendimie­nto musical, afectivo y por los tantísimos años que lleva tocando con ambos- se definió como parte de la familia, y tiene toda la razón.

La idea era que padre e hijo desplegara­n cada uno su repertorio y se juntaran para hacer las composicio­nes de Familia canción, el álbum que editaron en 2011. Hubo parte de eso, pero en realidad lo que sucedió en la noche del jueves 6 fue muchísimo más: un show que quedará en el recuerdo de todos los que allí estuvimos, por las melodías y por la emoción.

Birabent hijo abrió con dos temas de su último trabajo, Oficio juglar, en el que les puso música a ocho poetas bonaerense­s. Las canciones fueron Cuando cae la noche -poema de Abelardo Castillo- y ¿Por qué no mandas? -de Almafuerte-. La buena sensación es que se apropió de las poesías para hacerlas naturalmen­te suyas. Y así fluyen.

Enseguida subió Moris, jóvenes 76 años, pinta de crooner criollo, su consabida “voz de varón”, para regalarnos la historia de Nocturno de princesa, un tema suyo con el que les enseñó a cantar rock en castellano a los españoles. Pionero del género en la Argentina, en su exilio madrileño se empecinó en hacer rock con sus propias palabras en un país aún dominado por bandas que cantaban en inglés. Ganó la batalla y dejó legado.

En escena, Moris parece inmanejabl­e, pero tanto Antonio como Lolo lo saben llevar. Hay textos dispersos por todo el escenario, que leerán padre o hijo, discutiend­o amablement­e sobre quién fue el que escribió cuál. Hay una mirada paternal de Antonio hacia Moris (y sí, los hijos en algún momento terminan siendo padres de sus padres) cuando este no decide qué canción cantar primero, si Pato trabaja en una carnicería o Tengo cuarenta millones (vaya opciones). Hay risas cuando comparten públicamen­te la secuencia de acordes de varias de las canciones (do, mi, la menor, fa) que forman parte de temas como El oso y Antonio cree traer en sus genes, pero Moris le dice que lo sacó de los boleristas. “Ah, ¿no era tuya?”, bromea el hijo.

Hay mucha armonizaci­ón a tres voces y mucha improvisac­ión. Alguna canzonetta napolitana -aplicada precisamen­te a El oso-, un par de rocanroles -Tutti Frutti y Zapatos de gamuza azul- y la decisión repentina de cantar O Sole mío (“en re”, avisa Moris para recibir un “no gano para sustos” de Micucci, que todos festejamos). Mucho tema cantado a dúo, con padre e hijo alternándo­se la primera voz mientras el otro hace coros o percusión sobre la guitarra.

Se habla de hippies, de guerras nucleares, de rebeldes (canta Rebelde, la primera canción del rock argentino, que él escribió junto a Pajarito Zaguri y es anterior a La balsa). Y los tópicos que fueron novedosos en los años ’60 son actuales en estos días. Lo dice Ayer nomás y es como si lo dijera hoy: “Salí a la calle y vi la gente, ya todo es gris y sin sentido. La gente vive sin creer”.

El show se termina con el “Sha na na nananá” de El oso cantado a capela por todo el teatro. Moris dijo que no sabía si luego de esto iba a volver a tocar en público. Por cómo parece haberse divertido, creemos que sí lo hará. Si la elección fuera nuestra, nadie tiene ninguna duda de que es un artista imprescind­ible, parte de nuestra memoria y nuestros sueños.

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FOTO PRENSA Está en los genes. Antonio Birabent y Moris, unidos por el gesto.

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