Clasicismo fuera de norma
Paul Lewis (piano) Programa Obras de Haydn, Beethoven y Brahms Sala CCK, Sala Argentina, jueves 6
El inglés Paul Lewis es uno de los pianistas más singulares que se hayan oído en mucho tiempo. Tocó por primera vez en Buenos Aires, el jueves en el CCK, con uno de los cuatro programas Haydn-beethoven-brahms que viene haciendo por distintos teatros del mundo. Son distintas combinaciones de estos tres autores, con la idea de oposiciones y conexiones entre ellos. Los hace casi sin intervalos, apenas con una brevísima salida del escenario después de cada obra, de modo que la unidad o la idea del programa quede más firme; al menos así lo hizo en la Sala Argentina del CCK, de maravillosa acústica y especialmente apropiada para un programa de piano solo.
Lewis abrió con una interpretación exquisitamente sutil de las Siete fantasías op. 116 de Brahms, para seguir con Sonata N° 6 hob: 20 en Do menor de Haydn, una especie de Jano bifronte entre el pasado y el futuro. El allegro de esta pieza temprana tiene las proporciones de la sonata clásica y el bellísimo movimiento lento conserva un fondo muy bachiano, tanto en la ornamentación de las melodías como en la línea de los bajos. Es extraordinario como Lewis hace crecer la respiración melódica sin perder un instante el pulso y la medida.
Las Siete bagatelas op. 33 de Beethoven que se oyeron a continuación fueron un punto especialmente alto del programa. Es evidente que Lewis heredó de su maestro Brendel la idea de que la música tiene aspectos humorísticos, y que probablemente Haydn y Beethoven introdujeron en la música instrumental cierto humor que antes de ellos solo estaba en la ópera . Y el final de la segunda bagatela, con esas repeticiones casi cómicas que parecen prenunciar el delirante final de la Octava sinfonía, sería un buen ejemplo de eso, aunque no el único. Lo que otros pianistas consciente o inconscientemente tenderían a suavizar, Lewis lo pone de relieve, tanto con el toque y la dinámica del piano como con mínimos gestos de perplejidad en el rostro, como si se preguntara: ¿esto es realmente así? A Lewis es fascinante verlo además de oírlo.
El concierto cerró con la última sonata compuesta por Haydn, la N° 62 en Mi bemol mayor hob: 52. Si el humor de Beethoven está en los gestos, el de Haydn es de otro tipo; radica menos en los gestos que en lo inesperado; sobre todo en lo inesperado de ciertos cambios armónicos. Ya el sólo hecho de que el segundo movimiento de una sonata en mi bemol mayor esté en mi mayor, en lugar del relativo menor o de alguna tonalidad vecina, es algo que sale completamente de la regla. Pero para Haydn lo vecino podía estar justamente en ese salto de medio tono, y en un punto no hay mayor vecindad que el semitono. No es necesario que el oyente sea consciente de los cambios armónicos para sentirlos, no sólo de un movimiento a otro sino, más todavía, los que ocurren dentro de cada movimiento, muy especialmente en el Allegro inicial de esta Sonata.
Lewis se mueve en el corazón del clasicismo sin ningún fanatismo clasicista. No obedece los signos de repetición tal como hoy -historicismo mediante- es la norma. Lewis no forma parte de ninguna escuela; parece inmerso en una investigación expresiva y psicológica sumamente original. Tras las ovaciones vino el bis, que cambió un poco el idioma y a la vez volvió a la tonalidad del comienzo, desvío y a la vez recapitulación: una bellísima interpretación del Alegretto en Do menor de Schubert, otro de sus músicos de cabecera. Paul Lewis es un músico de tal magnetismo que durante el concierto (a sala llena) no voló una mosca ni se oyó una tos ni el papel de un caramelo.w