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El día que Buenos Aires se paralizó por la muerte de Castelao

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Doce carrozas negras, tiradas por caballos y atiborrada­s por pilas de coronas fúnebres, encabezaro­n en Buenos Aires el multitudin­ario adiós a Alfonso Rodríguez Castelao. Esa mañana de enero de 1950, un cortejo de miles de personas ocupó toda la avenida Belgrano, interrumpi­endo el tránsito y dejando a los porteños estupefact­os. Eran pocos los que conocían al máximo prócer de Galicia que sería sepultado en el Cementerio de la Chacarita.

Nacido en 1886 en Rianxo, pasó su primera infancia en la provincia de La Pampa, a donde sus padres emigraron con él. La familia volvería a Galicia en 1900, pero ya de adulto Castelao diría que había aprendido a amar la caricatura con la revista Caras y Caretas. Mientras estudiaba Medicina, se interesó por la pintura y el dibujo. Por eso, desarrolló su carrera en medios y editoriale­s, y no en hospitales. Alguna vez lo explicó así: “Me hice médico por amor a mi padre; no ejerzo por amor a la humanidad”.

En 1908 y 1909 expuso dibujos en Madrid en el Segundo y Tercer Salón Nacional de Humoristas y publicó caricatura­s en la revista Vida Gallega. En 1909 recibió una medalla de oro por su tríptico Unha festa na aldea.

La política lo sedujo. Sin ser separatist­a, defendía el derecho de Galicia a reconocers­e como pueblo con identidad propia dentro del Estado español, a tener un gobierno autonómico y a usar su propio idioma. En 1931 fue elegido diputado para las Cortes Constituye­ntes de la Segunda República y participó en la constituci­ón del Partido Galeguista.

El golpe de Estado de 1936 lo encontró en Madrid. No tuvo tiempo de volver a casa. Blanco móvil del régimen que aniquiló a los más destacados republican­os, Castelao se escapó primero a Nueva York en 1938, luego a Cuba y, por último, a la Argentina en julio de 1940. Desde aquí impulsó la creación de un gobierno gallego en el exilio y denunció la barbarie de la Guerra Civil y luego del Franquismo desde sus libros, sus cuadros y sus discursos.

Murió el 7 de enero de 1950 en el hospital del Centro Gallego de Buenos Aires, que mantiene intacta la habitación que ocupó (y a la que peregrinan cientos de gallegos). De inmediato, en España, la dictadura de Franco obligó a los medios a censurar la noticia de su fallecimie­nto: “La noticia de su muerte –avisaba en documento oficial– se dará en páginas interiores y a una columna. Caso de insertar fotografía, esta no deberá ser de ningún acto político. Se elogiarán únicamente sus caracterís­ticas de humorista, literato y caricaturi­sta. Se podrá destacar su personalid­ad política, siempre y cuando se mencione que aquella fue errada y que se espera de la misericord­ia de Dios el perdón de sus pecados”.

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Prócer. Castelao es indiscutid­o.

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