Acostumbrados a una ebullición sin fin
Hace años que la sociedad argentina se encuentra escindida en el plano político, a raíz de los profundos desacuerdos que dividen en dos las aguas. Pero, en términos culturales, históricos, hasta deportivos, ¿no cabe pensar que éste es, por naturaleza y en definitiva, un país en el que nos canibalizamos los unos a los otros; un país que puede definirse en términos de sus rivalidades siempre a la orden del día, casi una marca de identidad? Y si no, pensemos: allá lejos y hace tiempo, Ford versus Chevrolet, River versus Boca, peronistas versus radicales, bilardistas versus menottistas y el más reciente “K” o “anti K”. Si hay mundial de fútbol, o se habla de Messi, lo mismo: no hay grises, se está en contra o se está a favor.
La Argentina es, además, este país en que muchas veces reina el desprecio por las ideas de quienes no coinciden con nosotros y hay muchos –demasiados, si uno se vuelve repentinamente pesimista o realista– que incluso en redes sociales como Twitter –donde las riñas políticas y las acusaciones son permanentes y hasta violentas– confunden la convivencia en sociedad con el “morir o matar”.
Si los enfrentamientos binarios –que muchas veces alcanzan niveles de violencia inesperados, en una mesa familiar, en una reunión de amigos– se cuelan en todos los ámbitos, ¿estaremos imposibilitados de pensar más allá del “ellos versus nosotros”? Una pensaría que hemos naturalizado un escenario en permanente ebullición.
En qué punto definitivo de nuestra historia habremos traicionado como comunidad aquella suerte de plegaria gauchesca del Martín Fierro de Hernández, dirigida a este territorio en el que las guerras internas ahora prescinden de las armas pero siguen siendo virulentas y simbólicas –“Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera/ tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea / porque si entre ellos se pelean los devoran los de afuera”– acaso nadie lo sepa. Pero aquí estamos. ¿Desunidos y dominados? Preguntas para empezar –o volver– a pensar.
Si la división se mete en todo: ¿será posible pensar más allá de ‘ellos contra nosotros’?