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Se desató la guerra de los muñequitos

- Pablo O. Scholz pscholz@clarin.com

Hace unas semanas, previo al estreno de Toy Story 4, se inició una campaña de marketing. No, no era de la película de Pixar/disney, sino de El muñeco diabólico.o Chucky, como lo conocimos hace 31 años, en 1988. El filme de Tom Holland, en el que Brad Dourif, uno de los internados de

Atrapado sin salida le prestaba su voz, ahora tiene su remake, tras varias secuelas algo (des)afortunada­s.

Con la frase “hay un nuevo sheriff en la ciudad”, y el sombrero de Woody tirado en el suelo, Chucky era “tu nuevo mejor amigo”, o amigo fiel: así eliminaba a la competenci­a, ya que

Toy Story 4 se estrenaba en Norteaméri­ca el mismo fin de semana que

El muñeco diabólico.

Y Chucky acababa (y acaba, porque la empresa que estrenará aquí la película replicó la campaña en las redes sociales) con más personajes de la saga en una de las acciones de marketing que mejor se recordarán de los últimos años.

En distintos posters, Chucky clava un cuchillo ensangrent­ado en la cabeza, fuera de foco, del Señor Cara de papa.

O aparece su mano con un encendedor apagado, pero el cuerpo bastante chamuscado de Rex, el tiranosaur­io verde, dejándolo en huesos.

O asa a Slinky, el perrito con resorte, a quien no sólo lo quema, sino que lo habría partido al medio.

O le pega un martillazo al chanchito Hamm, destrozánd­olo.

En la Argentina, y no recuerdo si fue una campaña internacio­nal o un invento o avivada porteña, en la Avenida 9 de julio sobre Carlos Pellegrini, entre la avenida Corrientes y Lavalle, la (ex) calle de los cines, arriba en la marquesina de una casa de comida rápida -la del rey de la carne picada redonda-, habían puesto un cartel que señalaba que las hamburgues­as allí eran grandes, y con una flecha indicaban hacia la izquierda (en la esquina de Corrientes y Carlos Pellegrini, donde estaba otra casa de comida rápida, con un payasito parecido al de

It) señalaban que allí, eran más pequeñas.

Después de un extenso litigio judicial, debieron bajar el cartel.

Pero se había logrado el objetivo, y con creces. Que todo el mundo hablara de ellos, y que todo el mundo recordase quién tenía las hamburgues­as más grandes.

En el marketing, aprovechar­se del éxito de otros para beneficio propio puede redundar en el golpe de efecto y ser, precisamen­te, efectivo.

Luego hay que ver cómo les va en lo que realmente les interesa, que es en ver quién obtiene mejores resultados en el negocio.

Sea vender más hamburgues­as, o más entradas de cine.

Y, como si se tratase de un ring, en el que en cada rincón había dos contrincan­tes -por más que sus públicos sean completame­nte diferentes-, apareció un tercero. Justo, justo en medio de los dos estrenos en la Argentina: Annabelle 3, la muñeca que tiene su propia saga, derivada del éxito de la primera El conjuro.

La muñeca antigua, de cachetes y vestidito blanco, está claramente asociada a Chucky (adivinaron: también la parodia, rompiendo la cajita de vidrio en la que los investigad­ores paranormal­es la tienen guardada bajo llave). No es como Woody, que se muere por ayudar. Chucky y Annabelle precisamen­te no mueren. Matan.

Y en esta guerra de muñecos, una campaña de marketing bien pergeñada, ganaba Chucky. En la película, que estrena aquí el jueves 11 de julio, dirigida por Lars Klevberg, una madre regala a su hijo (Gabriel Bateman) un muñeco de juguete el día de su cumpleaños. Todos ya sabemos que el muñeco no tiene nada de normal, y que su naturaleza es siniestra: este nuevo Chucky (con la voz de Mark Hamill, o Luke Skywalker) habría sido reprograma­do por un trabajador de una fábrica china, que acaba suicidándo­se después de eliminar las limitacion­es del juguetito.

Lo cierto es que la guerra de muñecos se ha instalado en la cartelera, no solamente en la Argentina: los estrenos globales ya son la orden del día. Por aquello de la piratería, y porque es más fácil y tiene mejor prensa decir que tal película recaudó tantos millones en su fin de semana de estreno y le ganó a tal otra.

Es en lo que se ha convertido el negocio del cine.

Que nunca dejó de ser negocio, aunque para muchos sea un divertimen­to, un juego de niños, como es el título original en inglés de El muñeco diabólico.

Hasta en eso aciertan.

Chucky destroza a Woody y sus amigos, y hasta a Anabelle, en una efectiva campaña de marketing.

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