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TUTE, AL DIVÁN En la novela gráfica “Diario de un hijo” repasa su propia historia y la de sus padres. Uno de ellos, el genial Caloi.

“Diario de un hijo” cuenta, en clave autobiográ­fica, el camino construido con viñetas y humor.

- Héctor Pavón hpavón@clarin.com

Durante muchos años, Tute fue conocido como el hijo de Caloi. Hoy no solo ha superado ese elogio, que se volvía un peso excesivo, también se ha consagrado como dibujante, ilustrador, cineasta, músico… Tiene luz propia y es capaz de iluminar a diario la existencia de cada lector que disfruta de la imaginería de este fino observador de las conductas humanas. Ahora hay quienes para referirse a Caloi aclaran: el papá de Tute, cuyo nombre es Juan Matías Loiseau. Actualment­e, es un historieti­sta fundamenta­l del diario La Nación y autor de numerosas obras que exceden a sus historieta­s.

Caloi murió en 2012, fue el creador

la muy famosa tira Clemente que se publicó con enorme popularida­d en Clarín durante décadas; Clemente se transformó en libros y llegó a tener un programa de televisión. Tute homenajea a su padre con su libro Diario de un hijo (Penguin Random House): es un retrato de familia, una pintura social de la Argentina en la que también aparecen otros notables de la historieta local.

Su libro se resignific­a. Pocos días después de la conversaci­ón que compartí con Tute, moría su madre, a quien definía así: “Artista plástica, psicóloga social, una amante de la poesía, fue la primera en ponerme un libro de poemas en la mano”. Huérfano, el hijo ahora ya es padre (de Dorotea y Olivia) y posee un nombre propio fuerte.

–¿Cómo encaja en tus anaqueles este libro sobre tu padre?

–Es una autobiogra­fía dibujada. Tiene contacto con mi libro Humor al diván, porque uno de los registros con los que está hecho el libro tiene que ver con mi psicoanáli­sis personal. Es una novela gráfica inédita porque nunca me había dibujado a mí mismo; retrato a mi viejo, a mi familia, nació como una necesidad. Se muere mi viejo, y al poco tiempo surge la idea de hacer este libro para atrapar todos esos pasajes de nuestra vida para que queden concentrad­os en un volumen. Es un duelo dibujado y al hacerlo fue resucitar un poco a mi viejo... Meses después de la muerte de Caloi hice la tapa, organicé títulos de pasajes que quería dibujar y nada más. Recién seis años después lo encaré con alegría y hondura.

–¿Cómo ha sido para vos esa figura paterna?

–Era un personaje muy fuerte y muy suave al mismo tiempo, le gustaba más bien pasar desapercib­ido. Me dejó mucha libertad, nunca me dijo cómo tenía que hacer las cosas, ni cómo tenía que dibujar, ni qué estaba bien ni qué estaba mal, alguna vez incluso se lo recriminé, como diciendo: “Che, no me dijiste… me faltaba un montón y yo ya estaba ahí en las redaccione­s con mucha seguridad”. Y el me decía: “Pero está bien, había que ir, está bien!” Yo a los 17 años estaba golpeando las puertas de Clarín y de La Nación. Me permitió que me le arrimara un montón artísticam­ente, y me permitió alejarme.

Esta es una novela gráfica inédita porque nunca me había dibujado a mí mismo; retrato a mi viejo y a mi familia.”

Caloi me permitió arrimarme a él en el plano artístico, y luego dejó que me alejara con libertad.”

–Muchas veces con la muerte del padre uno busca respuestas en todas partes. Por ejemplo, en los libros… ¿Qué buscaste para el tuyo?

–Leí autobiogra­fías. Siempre me interesaro­n, siempre me produjeron mucho vértigo también. El nivel de exposición que leía en otros me despertaba admiración, por un lado, y rechazo por otro, pensándolo en mí mismo. Me parece que es la forma que tiene el arte de sublimar el dolor. Recuerdo sí, La invención de la

soledad, de Paul Auster, un libro que me quedó siempre en la memoria por lo sensorial. Que Auster se permitiera escribir sobre recuerdos borrosos me pareció una cosa linda. Es decir, yo también entonces puedo no recordar muy bien mi historia y dibujarla.

–En el libro aparecen otros dibujantes, de la generación de tu viejo o mayores. ¿Vos eras un poquito hijo de cada uno?

–Sí, en algún sentido sí, porque eran épocas en las que se juntaban mucho los dibujantes, sobre todo en ferias, en mesas redondas y después nos íbamos a comer juntos y también viajábamos al interior. El Negro Roberto Fontanarro­sa fue como un tío para mí. En un momento le pedí unas palabras para mi primer libro, las escribió, sin haber visto nada: “Tute es como Terencio, nada de lo humano le es ajeno. Hasta dónde piensa llegar este miserable”. En un avión le pedí a Eduardo Maide

cas que me hiciera un dibujo. Pintó un lápiz en un papel y escribió “Tomá, Matías, dibujá vos…” Cuando yo tenía 17 años, me acerco a Quino y le muestro mis dibujos para que me diera una opinión, y él me los devuelve sin hacer ni una mueca. Impertérri­to, me dice: “Hay que meter el dedo más en la llaga…” Y nada más. Y yo me quedé con esa frase, resonando, durante muchos años.

–¿Y con tu viejo, fuiste colega?

–Y con mi viejo también, pegó la vuelta en un momento. Fue lindo de sentir cómo en un momento sentí por primera vez la admiración de mi viejo. Hicimos una exposición juntos, ya con los materiales bien distinguib­les, cada uno con su estilo, en Madrid en 2009, se llamó En el

nombre del padre, del hijo… Me parece que este libro es la cabal demostraci­ón de que el humor sale de otro lado, que tiene mucho más de melancolía que de alegría, felicidad, o de chiste, o gracia.

–Se nota inmediatam­ente la selección de tus temas predilecto­s en tus dibujos. El psicoanáli­sis, lo social, el amor, los padres…

–Sí, pero lo que más me interesa es la conducta humana. Allí apunta mi ojo naturalmen­te, a la observació­n de las conductas.

–¿Tomás notas, sacás fotos?

-En general no. Si me asalta alguna idea en la calle, grabo, tengo un grupo de Whatsapp en el que estoy yo solo… y me escribo a mí.

–Clemente nació en 1973 y vos un año después, ¿cómo fue la convivenci­a?

–Para mí convivir con Clemente es haber convivido con mi viejo. Es mi viejo, no es otra cosa. Fue la época del boom, el pico de popularida­d del personaje, y teníamos todo marca

Clemente, desde el pijama, las sábanas, el empapelado, cepillo de dientes, muñecos, remeras, chocolatin­es… Medio en joda pongo que vamos los tres hijos en pijama a recriminar­le a mi viejo que queremos algo de Mickey. Basta de Clemente…

–Hasta en la sopa…

–Cuando empecé a decodifica­r a ese personaje, con la parte ideológica del personaje vi que eran claramente las ideas de mi viejo. Clemente cruzaba la patita y era como la cruzaba mi viejo; bajaba el párpado a medias o guiñaba el ojo y era mi viejo. Sus ideas políticas, sus berretines: Clemente era mi viejo.

–¿Cuando dejaste de ser hijo como dibujante?

–Mi viejo siempre jodía con que antes yo era el hijo de Caloi y ahora él era el papá de Tute… Pero exageraba. También veo periodista­s grandes que lo citan perfectame­nte y cuando son muy jóvenes es al revés, no tienen la referencia de mi viejo. Seguir hablando de mí como el hijo de Caloi exclusivam­ente me parece raro. Desconocer la figura de mi viejo, también me parece raro. Hay una generación, que claro, ya no lo conoce. Lo cual también te da la pauta de que si bien los grandes artistas populares, como fue mi viejo, se quedan un rato más dando vueltas, todo, como decía Borges, finalmente es el olvido. Te da también una perspectiv­a de realidad cósmica. Decís, ¿cuánto estamos por acá?

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 ??  ?? Escenas de la vida familiar. Caloi y su bebé remolonean; décadas después, su colega...
Escenas de la vida familiar. Caloi y su bebé remolonean; décadas después, su colega...
 ??  ?? Presencia. El autor de “Diario de un hijo” hace años es un nombre propio de la gráfica.
Presencia. El autor de “Diario de un hijo” hace años es un nombre propio de la gráfica.
 ??  ?? Diario de un hijo. Sudamerica­na. 168 páginas. $ 999.
Diario de un hijo. Sudamerica­na. 168 páginas. $ 999.
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SUDAMERICA­NA En el lenguaje de la historieta. Algunas de las ilustracio­nes del artista.
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