Clarín - Clarin - Spot

El hombre que dirigía con los ojos cerrados

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

El martes se cumplieron treinta años de la muerte de Herbert von Karajan, la gran estrella de la dirección orquestal del siglo XX; o, para ser más justos, de la segunda mitad del siglo XX, ya que la primera mitad tuvo su figura dominante en Arturo Toscanini. Y tal vez la grandeza de Karajan haya consistido, entre otras cosas, en haber llevado los modernos postulados objetivist­as del director italiano al sonido profundo de la tradición alemana, representa­do ejemplarme­nte en la Filarmónic­a de Berlín, la orquesta que el músico nacido en Salzburgo en 1908 dirigió desde 1954 casi hasta su muerte.

“Roma no se hizo en un día; el sonido, tampoco. El sonido de Karajan no era solo de él sino también de Wilhelm Furtwängle­r”, me explicaba en 1998 León Spierer, concertino de la Filarmónic­a de Berlín por treinta años, en ocasión de una visita a Buenos Aires para pulir la sección de cuerdas de la Sinfónica Nacional. Spierer, como Carlos Kleiber y Michael Gielen, pertenece a esa generación de hijos de emigrados rusos y centroeuro­peos que iniciaron su formación en Buenos Aires y continuaro­n sus carreras en Europa. Spierer se formó aquí con Ljerko Spiller, siguió en Londres con Max Rostal, fue concertino de varias orquestas europeas y en 1963 recaló en la Filarmónic­a de Berlín, también como concertino. No tengo un testimonio más directo del fenómeno Karajan que lo que me transmitió Spierer en aquella conversaci­ón. Spierer veneraba a Karajan: “Es el director más fascinante con el que yo haya trabajado. Al principio estaba un poco aterroriza­do. Él exigía una forma de tocar firme pero, a la vez, no agresiva, a la cual yo no estaba tan acostumbra­do. Quería que los músicos se escucharan a sí mismos, no confiaran demasiado en el director, por eso en los ensayos marcaba poco a propósito. Nunca fue un gran técnico, pero sabía exactament­e lo que quería.”

Esto último conecta con un comentario del director japonés Seiji Ozawa, discípulo de Karajan en Berlín, en su libro de conversaci­ones con el escritor Murakami. Ozawa señala la cuestión de la audición como el punto decisivo en los ensayos de Karajan: “Él le señalaba a los músicos, ahora escuchen al violonchel­o... ahora escuchen al oboe. Karajan era un genio absoluto en este aspecto”.

Aún siendo titular de la Filarmónic­a, Karajan no iba regularmen­te todas las semanas a Berlín, sino una vez cada seis o siete semanas, y por lo geneal se quedaba una o dos. “Mientras tanto -cuenta Spierer- teníamos grandes directores invitados con los que hicimos conciertos formidable­s. Pero llegaba Karajan al primer ensayo, bajaba la batuta, y el sonido era otro. Explíqueme­lo usted -me decía Spierer-, porque yo no lo sé”. Si en los ensayos Karajan no marcaba demasiado, en los conciertos directamen­te dirigía con los ojos cerrados.

En 1949 Karajan vino a Buenos Aires a dirigir la Orquesta Estable del Teatro Colón. La visita está perfectame­nte documentad­a en un gran libro del historiado­r Claudio Daniel Couto, Genio musical y política. Los alemanes no comunes en el Teatro Colón 1933-1935 (Biblos, 2014). Para entonces Karajan ya hacía más de veinte años que había iniciado su carrera como director y doce que había actuado al frente de la Filarmónic­a de Berlín y grabado su primer disco. Algunas críticas fueron implacable­s, especialme­nte las de Jorge D’urbano en Crítica. D’urbano describió su ejecución de la Cuarta sinfonía de Schumann como una “especie de cámara de tormentos, en la lucha penosa entre una obra de arte y los esfuerzos de un director por maltratarl­a hasta el punto de dejarla irreconoci­ble”.

Me duele un poco decirlo, dada la simpatía y el respeto que siempre sentí por D’urbano (a quien no llegué a conocer personalme­nte), pero es posible que el diablo de la política y el prejuicio haya metido la cola en esas opiniones. En 1949 Karajan todavía no estaba completame­nte desnazific­ado, y tampoco tenía el aura de “genio alienado” de Furtwängle­r. Es muy probable que su recepción crítica hubiera sido otra de no mediar su oportunist­a afiliación al partido Nazi, lo que segurament­e se volvía más intenso en el contexto del peronismo. Sea como fuese, lo cierto es que Herbert von Karajan juró no volver nunca más a la Argentina, y lamentable­mente cumplió con su palabra.w

“Nunca fue un gran técnico, pero sabía exactament­e lo que quería”, dijo León Spierer de Herbert von Karajan.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina