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Arman una “librería solidaria” en pleno barrio de Recoleta

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Clonazepam y gestión solidaria. Tal vez estos sean dos de los remedios más usados. Por un lado, ansiolític­o, sedante. Por el otro, Día del Homeless, emotivo partido despedida a Rodrigo Mora, etc. Una de las grandes virtudes del comerciant­e en general es que el rubro librería, desde siempre, simboliza un costado romántico de la actividad mercantil. A los vendedores de bulones, por ejemplo, debe caerles bien compartir el mismo sector con libreros, gente acaso un poco bohemia y culta o notable, mas nunca del todo popular.

El escritor Fernando Sorrentino, cercano a los 80, asegura que en nuestro país leer siempre fue “medio raro”. Por Libertad casi Juncal, pleno Recoleta (U$S 3.500 el metro cuadrado), armaron una librería solidaria. A simple vista equivale a un comedor en Barrio Parque. El cartel aparece anexado a un local llamado 5 Esquinas. Se lee: Biblioteca solidaria. Intercambi­o literario. Llevate un libro y trae uno tuyo. Ayudando leemos todos. Trueque en la zona de Recoleta. Mil ideas al respecto...

-Buenas tardes, soy un periodista del diario Clarín. Perdón, ¿de qué se trata esto?

La señora responsabl­e dice llamarse Analuz: 28 años a cargo de una librería que modificó sus planes en 2018. -La gente que lee libros se nos está muriendo. Esa es la verdad.

-¿Y la gente que lee e-books?

-Los libros nunca vas a desaparece­r del todo. Pero los lectores de libros no son precisamen­te jóvenes.

Una filtración en el techo, ejemplares mojados. La iniciativa corrió por cuenta de un inconvenie­nte de plomería. La estantería inédita en el negocio, algo improvisad­o y pasajero, creció y ya hace un año que podés llevarte un libro con la condición de dejar otro.

Ligerament­e extravagan­te, la novedad se expandió como un guión chismoso y es objeto de visitas y donaciones.

“Al principio nos decían... ¡qué bueno! ¡Algo gratis!”, cuenta Analuz.

Lo que en Palermo Soho podría funcionar como una instalació­n de arte, en Recoleta es – como diría el logo de este diario: un toque de atención. Salimos a la calle para preguntar qué otro negocio solidario hay por acá y nos responden “Jé”.

Analuz Mercado cuenta que acaba de irse una persona que vino con el siguiente planteo: ¿Me puedo llevar este libro y la semana que viene le traigo otro? “Sí, por supuesto”, respondió Analuz, bendita tu eres...

¿Pero ella es muy copada o nadie duda de la honestidad de quien se interesa en esta clase de objeto? Un librero de Montparnas­se, en París, confesó que los ejemplares de saldo puestos en las cajas de la vereda están para ser robados. Cozarinsky, en Los libros y la calle, asegura que nadie acepta esa tácita invitación.

“Una mujer trajo libros que no usaba, otro señor, un divino, acercó varias cajas. Así comenzó a darse algo muy loco. Una doble libre

“Una mujer trajo libros que no usaba; otro señor, un divino, trajo unas cajas, y así empezó a darse algo muy loco...”

ría, la que vende y la del truque”. Las sensacione­s de Analuz se mezclan como todo lo que pasa puertas adentro. ¿Y si un modelo se impone a otro y dejaran de vender? ¿No temen el riesgo? “Una cosa retroalime­nta a la otra. En una interviene la plata y en la otra, no”. Para ella es muy simple. “Pero estamos en la Argentina, viste. Ojo, no nos olvidemos de ese detalle”, agrega como quien dice: a ver si nos entendemos.

“La energía de la librería solidaria la maneja la gente. Quiero decir que pasan cosas. El otro día paró un camión, bajó un tipo y se agarró todos los libros que pudo. ‘Ey, ¡¿qué estás haciendo?!’ Hay gente que nos roba”.

¿Pero qué sería una librería solidaria? Una librería común para lectores comunes que en algun momento -en algún estante, en una vidriera, en un mueble- abandona su trama comercial para inventar el intercambi­o. Esto se vende, esto se canjea. Los límites, hay que decirlo, se vuelven un tanto difusos y tanto Analuz como su hijo Bautista juegan al equívoco y puede que cuele un Julian Barnes de moda entre los ejemplares de trueque donde sabemos de un Fernández Díaz, de parte de las Obras completas de Freud, de una Biblia, de Pessoa, libros de cocina, best sellers, policiales negros, una biografía de Da Vinci...

-¿Todo?

-Todo, todo me robaron. -¿El tipo que bajó del camión...?

-No, otro. Más de un robo sufrió la solidaria. Decidimos sellar los libros. Les ponemos “Librería 5 Esquinas” por todas partes. -¿Eso los protege?

-Creo que sí. Pero te cuento algo lindo: un hombre que estaba muy bien económicam­ente, un vecino adulto, pasó a tener una jubilación no tan buena. A partir de entonces sólo me compraba un libro al mes. Cuando impusimos la solidaria me contó algo de su vida: “Yo soy insomne y dosificaba la lectura para que me durase. Con el canje nunca tengo menos de tres libros en la mesita de luz... Ahora puedo desvelarme tranquilo”.

Pasás un martes y por casualidad ves el local intuyendo un panorama sombrío. Liquidació­n de stock por cierre.

Analuz: “Nada qué ver, no quiero ser pedante, pero nos va muy bien”.

Si se trata de libros funciona un código de noblezas un poco ingenuas: el maravillos­o olor a papel. La literatura como pasaporte a una vida mejor. Eso de que el amor a la lectura es algo que se aprende, pero no se enseña. O en clave revolucion­aria, el libro como acto de resistenci­a al rebaño.

-¿Que pensás de las campañas de promoción de lectura?

-Que son un fracaso porque no son sinceras. Hay que ser concientes de que el libro no es competenci­a. Con los chicos hay que tomarse un trabajo, no es algo espontáneo.

-¿No?

-¡Por favor!, no embromemos.

Entran, preguntan, confunden, canjean, compran. Esta es la dinámica. “Mi sueño es que nos copien”, retoma Analuz. ¿Perdón? “En serio, yo sería la mujer más feliz del mundo si nos copiaran, si hubiera más librerías solidarias y no fuéramos la única que existe”.

La única no es: en Colegiales hay otra librería loca, donde lo único que se entiende, lo único convencion­al del negocio ubicado en Jorge Newbery al 2400, es un cartel con nombre: El Arca de Noé. Iris Demirtsian tiene un local cuyos libros se venden, se alquilan o se regalan. Parecido a lo que pasa en este caso, en Colegiales no vas a entender nada a menos que te amigues con la curiosidad.

Iris llegó a tener alrededor de 1.200 socios. Empezó con los alquileres de libros en el ‘92. Alquileres por 48 horas o más, tipo videoclub. Lo de aceptar donaciones, sin descartar la venta, apareció más tarde. Intentó un negocio tradiciona­l que ha ido mutando. Desde hace años hace lo imposible por salvar su librería.

Pero volviendo a Recoleta, ¿la solidarida­d barrial en esta zona de cuadras salvadas es un valor agregado o es una afrenta?

“Hay muchos venezolano­s que no tienen libros para dejar y se los llevan para devolverlo­s dos o tres días después. Creo que se sienten acompañado­s y felices de no gastar lo que quizá no tienen. Un chico joven que trabajaba en la cocina de un hotel cinco estrellas se quedó sin laburo y arrancó a vender libros a la canasta en la zona de Plaza Francia. Cada ejemplar, 50 pesos. Me lo contó antes de explicarme que me había robado cuatro libros porque se quedó sin material para él. Y me lo confesó porque había venido a traerme otros cuatro libros”.w

 ?? ANDRES D’ELIA ?? No muerden. “Biblioteca solidaria. Intercambi­o literario. Llevate un libro y traé uno tuyo. Ayudando leemos todos”, anuncia un cartel.
ANDRES D’ELIA No muerden. “Biblioteca solidaria. Intercambi­o literario. Llevate un libro y traé uno tuyo. Ayudando leemos todos”, anuncia un cartel.

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