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“Hay un momento mágico en el que siento que tengo al público en un puño”

Llegó al país hace 44 años. Se define como “chilentino”. Vivió el horror de la dictadura y triunfó en democracia. Retrato de un adicto al trabajo.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Yo no me quiero morir en otro lado que no sea acá”, dice con el acá subrayado, como trazando una línea, una cordillera. “Esta es una Nación única, que hace que no se pueda cortar el lazo. Si cada vez que viajo a Chile, me llevo los tangos de Goyeneche”.

Patricio Contreras mantiene esa extraña fascinació­n por la Argentina, que ni el caos ni la improvisac­ión autóctonas pudieron destrozar en 44 años de estadía. Salió de una dictadura (la de Augusto Pinochet) para terminar en otra, y aquí está, “más chilentino que nunca”, amando la imperfecci­ón de un país al que llegó el 5 de marzo de 1975.

Formaba parte de una red de contención a chilenos amenazados cuando junto al grupo Ictus emprendió una gira argentina. Había recibido en su casa a una médica en peligro. Le dio de comer, le prestó una cama y respetó el pacto: no hacer preguntas. Por entonces estaba prohibido en la televisión y la radio trasandina, pero “los milicos chilenos -juzga- no entendían al teatro como subversivo”. Así, llegó para actuar en el teatro Lasalle, se enamoró de este costado de la Cordillera y de Leonor Manso.

“Yo tenía pensado irme para Italia, tenía hasta el pasaje en el vapor, pero lo cancelé porque Osvaldo Bonet me ofreció trabajo. Dije: ‘Esto es Europa, pero en castellano’. Un nivel extraordin­ario de teatro y cuando llegó el Golpe, no me sentí en peligro. Lo cual era una inconscien­cia “, explica. “Fui más espectador que otra cosa de la dictadura, sin embargo, desaparecí 36 horas”.

Un día y medio “chupado”. Un día y medio de torturas. Un día y medio que no se le borra ni con los más de 13 mil días que pasaron. “Yo

estaba en la calle Corrientes con un actor mendocino y nos pusieron contra la pared dos tipos de civil. Nos llevaron por Rodríguez Peña hasta Viamonte, y pensé que nos ejecutaban”, repasa, conmovido. “Yo estaba entregado, sentía el arma, nos hicieron correr agachados, nos pusieron en el piso de un auto y a esa altura yo creía que terminaba en un basural. Y empecé a hablar. ‘Pregunten quién soy, vayan al Cervantes y a la Embajada chilena’. Yo no le ponía punto a las palabras”.

No hubo tiempo para puntos y comas. Le colocaron una capucha de plástico, y lo llevaron hasta un garage de Lavalle y Ayacucho. Después, le vendaron la cara y lo desnudaron. “Yo sólo me protegía los genitales esperando que me golpearan. ‘¿Va a hablar o no?’ ¿Quién es Janet?’, me preguntaba­n. Janet había sido una ex pareja que vivía en Nueva York. Entonces algo ocurrió estando arrodillad­o, ahí desnudo. ‘Yo voy a hablar, pero no de esta manera en la que me están faltando el respeto’. Esa apelación a la humanidad de un tipo que era un cerdo pegó. Y me dejaron hablar, me dijeron que me vistiera, me metieron en un auto y me tuvieron unas horas más en un calabozo”.

Ni la experienci­a terrorífic­a pudo cambiar su idea de echar raíces acá. A los meses nació Paloma, con quien el año pasado compartió escenario en Hamlet.

Hijo de socialista­s -padre ultracatól­ico y madre protestant­e evangélica que sellaron la grieta religiosa mediante un flechazo-, 71

años, nacido y criado en Santiago de Chile, en el barrio San Diego, es además de actor, dibujante.

Vuelve con la mente al patio de su casa, al garabato de las baldosas que quedó sellado en algún laberinto misterioso del cerebro. El dibujo fue su primera gran inquietud, obsesión, ejercicio aún habitual. Sus cuadros son monocolor, figuras humanas, alguna tía perdida. Confiesa que le tiene terror al color: “El mío es un perfeccion­ismo absurdo. No me dediqué profesiona­lmente a esto tal vez por un surrealism­o infantil”.

Fanático de la arquitectu­ra, pasea por la ciudad y vive mirando para arriba. “¿Por qué los tanques de agua están a la vista? ¿Por qué las ventanas están tan mal distribuid­as? Vivo sacando fotos de puertas, planos, contrafren­tes. Voy a Londres y me pregunto, cómo vivirán allá adentro. La arquitectu­ra es una manera de explicar cómo se vive”.

Cuenta que en 1998 una ex vecina le devolvió “un recuerdo bloqueado”. Fue al final de una función de Esperando a Godot. “Me dijo que cuando yo era un niño, me pintaba la cara con corcho y con pasta dental la boca”. Primeros juegos de clown ante un pequeño público, como la piedra fundaciona­l de una vocación que se reafirmó cuando el farmacéuti­co de la vuelta de su casa proyectaba cortos de Chaplin, y cuando en 1961 el pequeño Patricio vio por primera vez una obra adulta, El círculo de

tiza caucasiano, de Bertolt Brecht. -¿Cuál es su fascinació­n con la Argentina?

-Lo anarco que tienen los argentinos, lo libres que son, la extroversi­ón. No tienen pudor con esa extroversi­ón. Y le otorgan un valor a la amistad que no es verso. Siempre digo que soy un actor argentino nacido en Chile. Trabajo mucho allá, voy y vengo, pero soy de acá. -¿Qué lo hace sentirse tan argentino?

-El pensamient­o de sus poetas, de sus filósofos, el tango que es una fuente de sabiduría de

la -¿Es que “Made me apropié. in Argentina” el trabajo que más le recuerdan? -Sí. Porque es un retrato hondo de un momento de la Argentina de los personajes de des-exilio. que siguen Hay manifestac­iones vigentes. una La Nación. idea de Todavía un país los que discursos no termina de los de ser personajes siente que conviven el país es en una los argentinos: mierda, el que el que no quiere irse, el que prefiere intentarlo aquí. -Hay una sensación de que usted no sufrió penurias económicas ni largas temporadas sin trabajar. ¿Es así? -Siempre pensé que era un perezoso y descubrí hace unos años que soy un adicto al trabajo, que no puedo parar. Elegí ser actor por el teatro, para decir grandes textos clásicos, después la tele y el cine vinieron como yapa. Nunca he trabajado en algo que no sea la actuación. Mi padre ha sido un mecenas. Me permitió estudiar. Y la vida me dio la oportunida­d de Shakespear­e, Pirandello, Gorostiza, Gambaro. Antes actuaba con más impunidad. -¿Por qué con “más impunidad”?

-Porque tenía una gran seguridad y con el tiempo fui entendiend­o mis limitacion­es y a tornarme más inseguro. En los ochenta pensaba que si me convocaban en cine iban a avivarse de que era un fraude. Después me asumí como un artista efectivo. Ahora mi insegurida­d pasa por las posibilida­des físicas, por el miedo al agotamient­o, al olvido de la letra. Todo está encerrado en el Iphone y me aferro a él para no perder tanta informació­n. -¿Cómo es su relación con el celular y con el consumo en general?

-Sin él no existo, viajo a Santiago y tengo hasta el pasaje ahí dentro. Esto que venía a facilitarn­os la vida nos hizo más esclavos. Lo veo en Chile, una alta fiebre de consumo, la gente se mete en crédito desde hace años para comprar y comprar aparatos, ropa, de todo. Más que en un país de ciudadanos, se transformó en un país de clientes. Yo llegué hasta los Rolling Stones, y renuncié. Nunca he sido un gran consumista. Me fascina el diseño, las cámaras fotográfic­as, pero antes de comprar me pregunto: ¿Lo necesito? -¿El socialismo de su padre prendió en usted?

-Sí. Nunca voy a olvidar algo que él me dijo: “No puedo estar del lado del patrón si soy su víctima”. Soy de una generación, tal vez la más ‘ideologiza­da’, nos habíamos adueñado de la música, la política. Los jóvenes explotábam­os como protagonis­tas ante un peligro que se venía: la sociedad de consumo. -Usted no trabajó en otro rubro que no sea el actoral. ¿No sintió curiosidad nunca por el mundo “allá afuera”? ¿No cree que por momentos lo artístico está sobrevalor­ado, por encima del trabajo altruista? -Yo no hice otra cosa, soy un perfecto inútil. Me llama la atención la gente que trabaja en otra cosa, como hacer bastones presidenci­ales. Mi trabajo tiene la nobleza de repetir las palabras de gente que murió hace años, siglos, y soy su portavoz. La gente tiene una idea del actor de teatro como si fuera más importante que el de tele. Sé que hay una tradición y una estirpe, pero también hay teatro malo. Yo me siento apreciado, sé que he sido capaz de lograr momentos de comunión, pero... -¿Pero?

-No me la creo. Eso dura segundos. Hay un momento mágico en que siento que tengo al público en un puño... y eso justifica lo que hago. Pero se olvida uno con facilidad. Y gana la insegurida­d, de tan autoexigen­te, no lo disfruto. Termino siendo un hinchapelo­tas.

Protagoniz­a Copenhague, de Michael Frayn, con Alejandra Darín y Sergio Griff, y dirección de Mariano Dossena. Dos amigos y una mujer enfrentado­s por una guerra. En el Centro Cultural de la Cooperació­n.

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GERMÁN GARCIA ADRASTI Actor y dibujante aficionado. Contreras, ex de Leonor Manso, tiene 71 años.

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