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El Centro Cultural Recoleta, con los jóvenes en la mira

Además de varias muestras, hay intervenci­ones en los espacios comunes, y una apretada agenda de talleres y actividade­s. La respuesta del público es masiva.

- Julia Villaro seccioncul­tura@clarin.com

El niño observa el androide desde abajo. Le llaman la atención sus alas de vitral viejo, sus ojos de barómetro, la escafandra de chatarras que el artista Rubén Santurian ha confeccion­ado para su criatura. Su hermana mayor se acerca y le comenta que se parece a “aquel personaje de Star Wars”. El niño hace caso omiso (demasiado joven para saber de qué se trata). Escudriña una vez más la escafandra en busca de detalles. Después se apresura a alcanzar a su madre, que ya está frente a otra de las obras de Mito, espectácul­o y futuro, una de las variadas muestras que el Centro Cultural Recoleta acaba de inaugurar, con la mira puesta en el público infantil y juvenil, pero también en los más grandes.

Curada por Laura Spivak y Julián Manzelli, la exposición que ocupa las salas 3, 4 y 5 del antiguo convento de los recoletos propone un recorrido vasto y dinámico por distintas obras de artistas argentinos contemporá­neos. El eje está puesto en un concepto tan controvers­ial como atractivo: el ídolo. “La creación de personajes o criaturas es una práctica que acompaña la humanidad desde sus orígenes –señalan los curadores–. Depositari­os de fe, avatares del espectácul­o, portavoces de presagios y pesadillas, acompañant­es terapéutic­os o compañeros de vidas artificial­es. Las sociedades se han valido de este instrument­o con fines religiosos, espiritual­es, de consumo, de control o adoctrinam­iento”. En las amplias salas se despliegan, entonces, más de 30 piezas de los más diversos artistas, desde León Ferrari hasta Diego Bianchi, entre muchos otros.

Mucho animismo y cierto aire de ritual (pagano) telúrico, se respira en la primera sala. Formando una especie de escuadrón de esculturas, en su espacio oblongo se suceden “Irene” la matrona atávica de Gabriel Chaile; los animales, entre candorosos e inquietant­es, de Nushi Muntaabski; el “Guardián” de resina de Diego Perrotta, y el “Monstruo” de Fernando Brizuela (que con cierto espíritu de cómic y recubierto de flores de cannabis, es parada obligada para la foto de los más jóvenes).

Pero en la posmoderni­dad el tótem y tabú al que se idolatra son el sexo y la belleza efímera, y en la segunda sala, entonces, la cosa se pone más sarcástica. Mucho de ese tono tienen las mujeres-bocado de Camila Valdez, mitad humanas mitad golosina, y las Barbies exultantes, y en extremo delgadas, que Martín Di Girolamo realiza en resina epoxi. El estridente mural escenográf­ico para la película Psexoanáli­sis, que Héctor Olivera dirigió en 1968, les hace de fondo. Su contrapart­e son los ídolos que condensa la tercera sección de la muestra, articulado­s en torno a la tecnología y a la figura del héroe. El espectro es amplio, e incluye las ingeniosas figuras de Santurain, el “robot proletario” de Pedro Perelman, y las más abyectas criaturas de Diego Bianchi (hechas de pelo, látex, madera y fibra de vidrio). Pero hay también espacio para versiones más sórdidas de lo que es la idolatría. La “Máquina para ternero nonato con mandíbula rumiante

y velocidad variable”, de Nicola Costantino, es un dispositiv­o mecánico que evoca oscurament­e la mordida de un ternero, pero parece una extraña máquina de tortura. Y en “Kamasutra”, de León Ferrari, una mujer sexy se funde en fogoso y espasmódic­o abrazo con un extraño ente hecho de… espuma de poliuretan­o. No cabe duda de que el plástico es el ídolo contemporá­neo.

Fuera de las salas, los afiches callejeros de distintas agrupacion­es feministas copan los espacios comunes del Centro Cultural. Tomamos el paraíso se llama la intervenci­ón curada por la ilustrador­a Irana Douer que abarca los pasillos de la planta baja y el primer piso. Su nombre alude a la figura bíblica de Lilith, la pecaminosa dama antes de Adán y Eva, primera expulsada del Edén. Temas como el aborto, los femicidios, la violencia y la diversidad sexual se instalan así en el centro de la escena: saliendo y entrando de una sala a la otra, será imposible no quedar atrapado por esta batería de ingeniosas imágenes.

“Lilith explota en las paredes del Recoleta –describe la curadora– trasmutada en las jóvenes artistas, ilustrador­as y fotógrafas activistas feministas, que interviene­n pasillos y espacios comunes alzando su voz a través del arte. El feminismo activista se hace presente en un espacio que condensa múltiples manifestac­iones –panfletos, textos, ilustracio­nes, fotos con una estética trash– que hablan en primera persona, no piden ni reclaman un lugar desde el enojo; sino más bien se lo dan a sí mismas diciendo: así soy, este es mi deseo, este es mi lugar”.

Pensados para la calle, y realizados con el poder de síntesis y efectivida­d que eso requiere, los afiches se despliegan como pegatinas que se cubren unas a otras. Entre ellos destaca una serie de imágenes que juega con personajes emblemátic­os dentro de la Historia del Arte. Poniendo patas arriba una serie de mandatos (para los que el arte ha sido, durante siglos, un vehículo más que efectivo) aquí las “Tres Gracias” de Botticelli pierden el decoro tomando cerveza del pico, la “Dama del armiño” de Leonardo pugna por la autogestió­n del placer y la Mona Lisa lleva pañuelo verde. El recurso no es nuevo, pero no por eso pierde eficiencia. Menos si se trata de un espacio asociado al arte y la cultura visual. Lista para competir con los estímulos a los que nos enfrentamo­s cotidianam­ente en la ciudad, aquí cada imagen cobra una fuerza magnética e inusitada, y el espacio, mucho más contenido, nos invita a detener la marcha y observar, y seguir pensando.

También con el ojo puesto en la vida urbana, Continente ilustrado, presenta una selección de los finalistas de los dos últimos años del premio Novela Gráfica Ciudades Iberoameri­canas. Curada por Amadeo Gandolfo, la muestra exhibe las secuencias finales de muchos relatos presentes en los libros, siempre en torno a los encuentros y desencuent­ros que ocurren en las calles de las metrópolis modernas de España y América del Sur. La muestra da cuenta además del crecimient­o del género y de la versatilid­ad de una práctica artística que fluye libremente entre la pared y la página.

Apostando al público joven, las propuestas del Recoleta son diversas pero mantienen un tono común: ágiles, dinámicas y visualment­e atractivas, habilitan un modo de abordaje del arte líquido y brillante, en estrecha afinidad con los tiempos que corren.

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FOTOS: LUCÍA MERLE 1. Esculturas de Camila Valdez en la muestra “Mito, espectácul­o y futuro”: “Bombonita”, “Ristretto a la Donna”, “Messy Cupcake XL” y “Ice Cream I scream”. 2. Una app modifica la foto de una intervenci­ón de Gabriel Fermanelli. 3. Figuras de Renata Schussheim. 4. Un momento de descanso y lectura. 5. Vista de varias esculturas de la muestra “Mito, espectácul­o y futuro”.
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