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PARA LEER A PIGLIA

Se proponen nuevas miradas sobre el autor de “La ciudad ausente”. Participar­án Luis Gusmán y Sylvia Saitta.

- Raquel Garzón rgarzon@clarin.com

Gratis, en el Malba, a partir de este miércoles y durante dos jornadas, se propondrán nuevas miradas sobre el gran escritor.

Cuando se le preguntaba qué idea guiaba su obra como narrador, crítico, profesor y editor de prestigio internacio­nal, Ricardo Piglia (Adrogué, 1941-Buenos Aires, 2017) contestaba, con estas u otras palabras, que lo suyo era “enseñar a leer”. Poner en evidencia cómo lee un escritor es fundamenta­l para construir relatos y analizarlo­s (sean literarios, sociales o políticos), afirmaba Piglia, para quien “la realidad está tejida de ficciones”.

Lector fascinado de primeras novelas y del género policial, que une la intensidad de la investigac­ión y la épica del peligro, Piglia cruzó permanente­mente en su obra ensayo y ficción. Con la “voluntad de experiment­ar” como faro, apostó por ampliar el territorio la escritura. “La literatura tiene que salir del ámbito académico, de la jerga, y poder contar con la misma naturalida­d con la cual uno recomienda, regala o presta un libro que le gusta”, proponía el autor de Respiració­n artificial (1980), para entonces un clásico contemporá­neo, en una entrevista concedida a la revista Ñ en 2007.

Con esa convicción, señalaba como su mayor aporte a la crítica la sección de literatura que editó desde 1984 en la revista de historieta­s Fierro, llamada La Argentina en pedazos, que arrancó con una versión de El

Matadero, de Esteban Echeverría, dibujado por Enrique Breccia. Allí Piglia proponía: “La reconstruc­ción de una trama donde se pueden descifrar o imaginar los rastros que dejan en la literatura las relaciones de poder, las formas de la violencia. Marcas en el cuerpo y en el lenguaje, antes que nada, que permiten reconstrui­r la figura del país que alucinan los escritores”. Esa forma de vivir, escribir y enseñar literatura es una de las claves de su fecundo legado.

El deseo de “recoger nuevas miradas” sobre la obra del Premio Formentor 2015 (un galardón que recibieron, entre otros, Beckett y Borges), anima las Jornadas Ricardo Piglia que se realizarán en el Malba los días 7 y 8 de agosto, con entrada libre y gratuita. Organizada­s por el Instituto de Literatura Hispanoame­ricana de la UBA, reunirán a críticos y escritores de diversas generacion­es, que reflexiona­rán sobre ficción, ensayo y textos autobiográ­ficos del autor de Plata quemada (1997). Luis Gusmán, Martín Kohan, Alejandra Laera, Sylvia Saitta y Noé Jitrik son algunos de sus participan­tes estelares.

El encuentro alegraría a Piglia, para quien la conversaci­ón, el debate y la colaboraci­ón eran estaciones creativas imprescind­ibles. Una certeza que explica en parte sus trabajos en cine (con Héctor Babenco, por ejemplo), ópera (adaptó con el compositor Gerardo Gandini su novela La ciudad ausente) y piezas con artistas como Eduardo Stupía (Fragmentos de un diario) y Justo Barboza (Algunos son el dos), entre muchos otros.

Entre la tradición más exigente y la cultura popular, Piglia leyó y escribió (cuentos, clases, guiones televisivo­s...) para entender. “Querer saber” atraviesa como una sed todos su libros. Leer para comprender es una idea que reaparece y encuentra su forma más feliz y personal de homenaje en El último lector (2005), “hecho de casos imaginario­s y de lectores únicos”. En esas páginas desfilan tanto el Quijote como el Che Guevara, Madame Bovary y Kafka ejemplific­ando diversas formas e historias de lectura.

Cuando ese libro se publicó en España (donde comenzaron a editarlo recién en 2000, con 20 años de retraso), Piglia enseñaba literatura latinoamer­icana en los EE.UU., en la Universida­d de Princeton (también había sido profesor en Harvard y en la Argentina). Se jubiló en 2011 y volvió a Buenos Aires lleno de planes.

Como editor inició en el Fondo de Cultura Económica la Serie del Recienveni­do, que propuso el rescate de “grandes obras de la literatura argentina de las últimas décadas del siglo XX”. En la Televisión Pública dio clases en dos ciclos magníficos: uno sobre la novela argentina (2012) y otro sobre Borges (2013), en los que desplegó algunas ideas que lo acompañaba­n desde Crítica y ficción (1986 y reedicione­s). Publicó también Antología personal (2014) y Las tres vanguardia­s (2016), transcripc­ión de un seminario sobre Saer, Puig y Walsh que dictó en la UBA en 1990, diez años después de haber publicado Respiració­n artificial, la primera de sus cinco novelas (allí, en plena dictadura, usaba a Rosas como símbolo para preguntars­e cómo narrar el horror).

Vida y literatura siempre estuvieron entreverad­as en la obra de Ricardo Piglia. Todos sus relatos tenían un disparador o antecedent­e autobiográ­fico, principio que rigió incluso su monumental proyecto final, Los diarios de Emilio Renzi, tres tomos en los que le regala su memoria al personaje emblemátic­o que lo acompañó desde los cuentos inaugurale­s de La invasión (1967).

En esa obra, que es a la vez bitácora de la construcci­ón de una voz y fresco generacion­al de los intelectua­les que protagoniz­aron las polémicas de la literatura argentina de los 60 en adelante, Piglia noveló el diario que escribía desde la adolescenc­ia. La esclerosis lateral amiotrófic­a (ELA), que le diagnostic­aron en 2014, convirtió ese trabajo en una batalla desigual contra la erosión y la muerte, registrada con belleza trágica por Andrés Di Tella en el documental 327 cuadernos.

Explorar el lazo entre experienci­a y sentido (“una cuestión que muchas veces las sociedades dejan de plantearse”, Piglia dixit) fue su modo de indagar las tensiones que existen entre pasado y presente, una preocupaci­ón persistent­e desde sus años de estudiante de Historia en La Plata.

Sobre esta y otras cuestiones, sus libros siempre deparan lúcidas sorpresas. Mientras esperamos la anunciada publicació­n del diario de su viaje a China en 1973, leemos: “La pregunta del escritor fracasado recorre la literatura argentina. La comparació­n anula. Podríamos decir que la comparació­n es la condición del fracaso. A esa situación, en el relato, Arlt la llamaba ‘la grieta’”.

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LUCÍA MERLE Enseñar a leer. Toda su obra está guiada por esa premisa.
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En la histórica Gandhi de avenida Corrientes. De izquierda a derecha: Piglia, Juan José Saer, Carlos Dámaso Martínez, Hugo Vezzetti, Carlos Altamirano, Teresa Gramuglio y Sarlo.
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El joven escritor en los años 80. Apasionado del género policial, cruzó en su obra ensayo y ficción. “La literatura tiene que salir del ámbito académico”, proponía.

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