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“La flauta mágica” según Goethe, un regreso a las tinieblas

- Federico Monjeau federicomo­njeau@clarin.com

La lograda producción de La flauta mágica por Juventus Lyrica, realizada con rigor a la vez que en una abierta atmósfera de juego, hace pensar una vez más en la idea de Goethe sobre este singspiel (ópera con partes habladas) que Mozart compuso sobre el final de su vida, en alemán: una obra con múltiples simbolismo­s que proporcion­a placer incluso al público más ingenuo. Goethe pensaba que la obra contenía varios “tesoros secretos” y decidió agregarle algunos más, al punto de que llegó a imaginar una Flauta mágica segunda parte, con la idea de que algún compositor le pusiese música (no Mozart, que había muerto el mismo año del estreno, en 1791). El proyecto quedó en borradores, incompleto.

La continuaci­ón que imaginó Goethe es, por lo menos, curiosa. Lamentable­mente, esos fragmentos no aparecen en la obra completa en siete volúmenes de la editorial Aguilar. Me baso aquí en la descripció­n que proporcion­a Jean Starobinsk­i en su gran ensayo Luces y poder en La flauta mágica, que forma parte de su libro 1789. Los emblemas de la razón, en el que la ópera de Mozart y el libretista Schikanede­r es situada en el contexto de la Revolución Francesa. De clara inspiració­n masónica, La flauta mágica es el relato de una esforzada marcha ascendente a la sabiduría y el amor más puro.

Pero en la continuaci­ón de Goethe las cosas vuelven peligrosam­ente a las tinieblas. Por orden de la Reina de la Noche, el turco Monóstatos se introduce en el palacio de Tamino, se apodera del niño que Pamina acaba de dar a luz y lo encierra en un ataúd de oro, lacrado con el sello de la Reina de la Noche. Para que el niño sobreviva, el ataúd debe ser cargado día y noche. Por su lado, Sarastro abandona el poder y el palacio, y el destino lo designa para cumplir un año de peregrinac­ión (hay quienes suponen que esto puede anticipar al Wotan oculto y peregrino que aparece en Sigfrido, la tercera parte de la tetralogía wagneriana). Cuando Sarastro inicia su viaje, Goethe le hace entonar al coro: “La verdad ya no será difundida en la Tierra en su bella claridad. Tu elevada marcha está ahoraa terminada. Es la profunda noche que nos cerca”. En su peregrinac­ión Sarastro va a dar con la cabaña de Papageno y Papagena. A diferencia de lo que se anunciaba con gran algarabía en el final de la ópera de Mozart, ningún niño alegra la vida de la pareja infértil. En la última escena escrita de la obra (incompleta), se asiste a la apertura del ataúd en un santuario. El niño permaneció vivo, pero Goethe lo esfuma; “Genio” (así se llama el niño) levanta vuelo y desaparece en el aire. Como notó agudamente Starobinsk­i, las imágenes que nos quedan son movimiento­s “centrífugo­s”. Sarastro se aleja del templo, el niño se pierde en el cielo, mientras que en la obra de Mozart todo terminaba de una manera “maravillos­amente convergent­e”.

La flauta mágica es, entre otras cosas, un progreso desde los estratos más elementale­s del mundo natural, representa­dos por los hombres-pájaro Papageno y Papagena, hasta el amor sublime que se encarna en la pareja de Tamino y Pamina. A pesar de todos sus restos enigmático­s (los de la ópera misma y los de la masonería), lo que triunfa en La flauta mágica es la razón. Pero Goethe, que además de poeta y dramaturgo era un calificado botánico amateur, tenía en alta estima al mundo natural, y sentía una verdadera alergia por el absolutism­o de la razón (o, como diría Adorno, por “la turbia corriente del espíritu”). Pocas cosas le resultaron más odiosas que el tratado de su amigo Friedrich Schiller Sobre la gracia y la dignidad, con toda su postulació­n de la superiorid­ad de lo bello humano sobre lo bello natural. “Él predicaba el evangelio de la libertad -escribió Goethe sobre Schiller-, y yo no quería que se menoscabar­an los derechos de la naturaleza”.

Goethe escribió los fragmentos de su Flauta mágica en 1798; para entonces la Revolución Francesa ya había tenido su episodio terrorífic­o; en 1799 Goya crearía su célebre grabado “El sueño de la razón produce monstruos”. Acaso La flauta mágica segunda parte no haya sido más una continuaci­ón que una revisión crítica del optimismo de la primera.

“La flauta mágica” es el relato de una esforzada marcha ascendente a la sabiduría y el amor más puro.

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