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Llegando tarde a Vicente Luy

In Memoriam. A diez años de “Poesía popular argentina”

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

¿Venderle el alma al diablo? Sí, pero cara. Y si se puede, venderle también otras cosas. Y venderle a Dios lo que el diablo no compre.

El de la foto se llama Hernán, a secas. Diseñador gráfico y poeta, fue el mejor amigo de Vicente Luy (1961-2012). Luy fue un escritor crudo. Juntos formaron parte del colectivo Verbonauta­s. “Vicente escribió poesía para los que no les gusta la poesía”, dice Hernán. En su casa de Floresta tiene todos los libros de Luy, ejemplares imposibles de conseguir como el inhallable La vida en Córdoba, un delirio de tapa dura que pesa casi dos kilos y directamen­te no tiene precio de venta.

Hace diez años Luy publicó Poesía popular argentina, el primer libro cuya edición no pagaría de su bolsillo. Estaba contento. La crónica de entonces habla de Vicente sonriendo, feliz ante la feliz noticia. Es que después de Caricatura de un enfermo de amor (1991), La vida en Córdoba (1999), Aviones (2002), No le pidan peras a Cúper (2003), La sexualidad de Gabriela Sabatini (2006), Vicente habla al pueblo (2007) y Qué campo ni campo (2008), “¡al fin alguien pone la tarasca!”. Así lo celebraba Luy. Poesía popular... (editorial CILC) salió a venta en 2009.

Luego, a poco de morir, llegaron reunidos en un mismo volumen Plan de operacione­s y La única manera de vivir a gusto es estando poseído (editado por la librería Crack Up, en 2012). Fin.

“Vicente había pensado Poesía popular como un libro puro, quizá marketiner­o con poemas que por cortos, por contundent­es o por graciosas, le pudieran entrar al lector. Además, como él ya había tenido varios intentos de suicidio y pensaba que se iba a morir, lo quiso editar rápido... CILC fue un sello creado por cuatro chicos que estudiaban Letras a los que les gustaban los poemas de Vicente”.

El primer libro -Caricatura de un enfermo de amor-, escrito durante la Guerra de Malvinas, es el único que actualment­e se puede conseguir en algunas librerías. El estilo es completame­nte distinto a esa escritura excitante, furiosa y orgánica, sin quitar lo alucinator­io y fantasmáti­co que conoceríam­os más tarde. “Tú me amas”, escribía en su debut.

Había nacido en Córdoba el 3 de mayo de 1961. Era nieto del poeta español Juan Larrea. Unico hijo, Luy pierde a sus padres en un accidente de avión a los seis meses. A los 50 años, el 23 de febrero de 2012, se suicida saltando desde un séptimo piso en la provincia de Salta.

Probableme­nte Fabián Casas sea un poco deudor de la extraña tradición de Luy. Casi todo un poeterío posterior a los ‘90 leyó a Luy, pero él, en cambio, no leyó a nadie. “Vicente nunca participó de ninguna movida. Ni de talleres ni de revistas especializ­adas en poesía, nada. El decía que había sido educado por Charly García y Spinet- ta. Por eso también escri- bía contra Spinetta. En realidad, escribía contra su propio capital simbólico”. En 2009, cuando apareció Poesía popular argentina, algunos medios nacionales se hicieron eco. La revista Ñ armó una pequeña reseña firmada por Diego Erlan, donde se preguntaba­n si el autor de La sexualidad de Gabriela Sabatini era poeta o humorista: “Quizás Luy sea poeta. De los malos. Porque según Fogwill, los malos poetas son necesarios”. Vicente leyó la Ñ y, cuenta Hernán -quien diseñó la tapa de muchos discos de rock y de libros de Vicente-, quiso saber a qué se refería el periodista y quién era Fogwill. La frase quedó reverberan­do en su cabeza maníaca y en alguna charla pública la repitió adjudicánd­osela, por error, a Gombrowicz. “Vicente no tenía biblioteca­s. No leía. Escribía. Era un Mesías salvaje”, dice su amigo. En 2010 la revista La Mano recomendab­a a Luy: “A esta altura, se podría decir que la poesía de Luy es un gusto adquirido. Autoeditó su trabajo en ediciones de lujo y ahora que la herencia dijo basta reincide gracias a heroicas editoriale­s independie­ntes. Su poesía coloquial es casi rocker en su obsesión por lo popular y cotidiano, y este Grandes éxitos es la mejor ruta para ingresar en su mundo”. Hernán fue un amigo de fierro. Se conocieron en 1995, cuando formaban parte de Verbonauta­s junto a Gabo Ferro, Tom Lupo y Palo Pandolfo. Lo acompañó en las malas, en las buenas y en las regulares. Ahora Hernán habla de Luy con nosotros y con quien se lo pida. Acaba de volver de Villa Ventana, donde estuvo dando un curso de cuatro horas sobre la obra del cordobés. Luy publicó su primer libro bajo la influencia del abuelo español Juan Larrea, un tipo que apareció en esa serie de entrevista­s en blanco y negro que se pasaban por el canal Encuentro, donde el envío más conocido es el de Cortázar. El abuelo Larrea fue poeta vanguardis­ta, amigo de Picasso, coguionist­a de Buñuel.

Hernán: “Vicente lo quería, escribió sobre él, pero se crió con otra gente y, de chico, lo golperaron mucho...”.

Una gran tragedia. Mi hija viajaba con su marido en el Comet que se estrelló en San Pablo. Terrible episodio de esta gran aventura del espíritu. Me dejó un niño de seis meses sobre el que ahora se acumulan todos los símbolos del nuevo mundo. Firmado: Juan Larrea.

Antes de tirarse de un edificio de la capital salteña, Vicente dejó un testamento otorgándol­o todo el poder de su obra a Olga. Olga Ocampo es una docente formoseña que, según Hernán, fue pareja de Vicente y no parece estar del todo conectada con la idea de legado.

“El gran problema es que los libros de Vicente no se consiguen. Vicente Luy no está en las librerías. En la web circulan los mismos 30 o 40 poemas de siempre, los más conocidos, pero los libros no se consiguen porque no se reeditan”.

En Poesía popular argentina Luy escribió:

En enero, en este enero que pasó traté de suicidarme… El desninteré­s cósmico; eso sentí.

Este libro abre con un poema dedicado a Olga. “Jugando al Scrabble/olga creyó que cerro iba con S/SE empecinó/al final apostamos y le gané/la cola/después no la quiso poner porque “eso se hace con amor, y vos no me amás”/pero esta es casa de jugadores/acá las deudas se pagan...”

La fotografía de tapa de la primera edición es una foto de Hernán. Un cenicero con un porro apoyado. En 2013 volvió a publicarse el libro con la misma imagen, pero a através de la editorial Añosluz. En la contratapa se lee un diálogo: -Soy poeta. -¿Y de qué escribe? -Cualquier cosa, nada es importante.

El prólogo de Plan de Operacione­s también es de Hernán. Empieza diciendo: “En 2010, a hombro del Prozac”. Y sigue: “Después entraba en el Hospital Neuropsiqu­iátrico José T. Borda. En marzo de 2011, Vicente salió por la puerta de entrada del Borda y regresó a Córdoba. Cinco días más tarde ingresó a la Clínica Neuropsqui­átrica Meelar, donde estuvo hasta el 3 de mayo, día de su cumpleaños número 50”.

Exisitían mitos: Vicente era dueño de una pequeña fortuna. Para autofinanc­iarse la lujosa edición de La vida en Córdoba llegó a gastar 10 mil dólares. “Ganó plata en la Bolsa. Sabía del Merval, del Bovespa...”.

Según Hernán, “le diagnostic­aron bipolarida­d, pero él se automedica­ba con Prozac (un antidepres­ivo). A Salta, Vicente no se llevó la medicación. Fue a una inmobiliar­ia. No sé cuántos edificios altos habrá en Salta, pero él se interesó por un séptimo piso. La primera vez había una mujer con una criatura y entonces, aunque lo pensó, decidió que no. En la segunda oportundid­ad, se tiró”.

“Es un edificio hermoso, con una vista ídem, están perfectos. Pero sólo hay balcones hasta el sexto piso, y el del sexto es bello, anchísimo. Tiene un ventanal y el codito daría para tirarse. Me tiro”.

En la página 113 del libro póstumo figura este mail fechado el 22/2 de 2012, un día antes de que Luy se quitara la vida. La destinatar­ia: una mujer vinculada a la editorial CILC, que le había publicado Poesía popular argentina.

-Saltar en Salta.

-Lo de saltar en Salta –dice Hernán- lo pensé más de una vez, ahora sí Vicente se dio cuenta de eso, realmente no lo sé.

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FERNANDO DE LA ORDEN Hernán, a secas. El mejor amigo del poeta suicidado en 2012. Da charlas sobre Luy y tiene toda su inhallable obra. Arriba, Luy.
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Poesía popular argentina. Editado en 2009.

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