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Federico Monjeau.

- Federico Monjeau federicomo­njeau@clarin.com

A poco de estar en esta ciudad uno se da cuenta de que la Sinfónica de Montreal, la mayor orquesta de Canadá y una de las mejores de América del Norte, es algo más que una orquesta. Es una especie de Ministerio de la música de la provincia de Quebec, cuya relación con la comunidad excede por mucho lo que suelen ofrecer las orquestas en estas latitudes, incluso también en Europa. Aunque sólo un poco más de un tercio de su presupuest­o es cubierto por el Estado; el resto proviene casi por partes iguales de sponsors privados y venta de entradas. Un buen equilibrio, sin duda.

El Festival de verano de la Sinfónica de Montreal, que se concentra en tres o cuatro días de febril actividad, es tan solo una pequeña muestra. La Sinfónica, que realiza unos 150 conciertos por año, destina cuatro programas al público infantil. Aunque especialme­nte accesibles, son conciertos pagos, que forman parte de los distintos abonos de la orquesta. Pero además de los niños que asisten solos o con sus padres por medio del abono, cada uno de estos programas recibe un público adicional de siete mil alumnos de distintas escuelas de Quebec.

Todo eso lo organiza el Departamen­to de Educación de la Orquesta, que manejan tres personas. Antes de cada programa se envía a la dirección de la escuela una guía de lo que se va a escuchar, y además un pequeño grupo de músicos de la orquesta se acerca a cada escuela a la manera de una introducci­ón al programa. No se trata solo de obras como Pedro y el Lobo de Prokofiev o El aprendiz de brujo de Dukas, me explica la directora de programaci­ón Marianne Perron (que es quien define los contenidos y los detalles de la temporada completa de la Orquesta de acuerdo con los lineamient­os de Kent Nagano, el director titular desde 2006 que deja su cargo en 2020); sino de las grandes obras del repertorio clásico e incluso del contemporá­neo. “Muchas veces los niños reciben con más placer que los adultos obras de Iannis Xenakis, por ejemplo”, me comenta Perron.

Este aceitado y estrecho lazo con la comunidad segurament­e sea un rasgo caracterís­tico de las institucio­nes culturales de América del Norte, pero es muy probable que se haya acentuado con Kent Nagano.

La Sinfónica de Montreal se fundó en 1934. Tuvo sus grandes directores, empezando por Wilfrid Pelletier y siguiendo por Igor Markevitch, Zubin Mehta, Franz-paul Decker (uno de los más asiduos directores invitados que tuvo el Teatro Colón en la década de 1980) y Rafael Fruehbeck de Burgos. Pero el que le imprimió el giro que la llevó al actual status fue sin duda Charles Dutoit. El músico suizo la tomó en 1977 y tres años después estaba firmando contratos de largo plazo con Decca, además de llevar la Orquesta de gira por todas partes del mundo (incluida la Argentina). En 1984 la Sinfónica de Montreal obtuvo el Disco de Platino por la grabación del Bolero de Ravel, que llegó a vender 100 mil copias sólo en Canadá.

Dutoit la dirigió nada menos que durante 25 años. La dejó en 2002; la Orquesta quedó boyando hasta que Nagano la tomó a su cargo en 2006. Nacido en 1951 en California, nieto de trabajador­es agrícolas japoneses emigrados hacia fines del siglo XIX a la Costa Oeste, iniciado en el piano por su madre a partir de los cuatro años, Kent Nagano le imprimió a la Orquesta un alto nivel técnico y una amplitud de repertorio mucho mayor que cualquiera de los directores anteriores (en 2018 la Sinfónica de Montreal abrió la 98° edición del Festival de Salzburgo con La

Pasión según San Lucas de Krzysztof Penderecki). También bajo la gestión de Nagano se dispuso la regla de encargar todos los años cuatro nuevas composicio­nes a autores canadiense­s, que obviamente la Orquesta estrena y paga. La visión a futuro de la Sinfónica de Montreal no se limita al tema de la formación de un público y la educación, sino que alcanza además a la creación musical misma.w

Con Kent Nagano se instaló la regla de encargar todos los años cuatro nuevas obras a autores canadiense­s.

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