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De estrella porno a militante feminista

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Nació como Linda Boreman y murió como Linda Marchiano. En el medio fue Linda Lovelace, como la conoció el mundo, aunque la denominaci­ón que la consagró fue Garganta profunda, el título de la emblemátic­a película que fue para ella, a un tiempo, pasaporte al estrellato y condena. Tan impensada y enorme fue la repercusió­n que hasta The New York Times lo reflejó en sus páginas; de salas de filmes condiciona­dos pasó al circuito comercial para ser vista hasta, dicen, por Jackie Kennedy, recaudó US$ 600 millones después de haber costado apenas US$ 47 mil, e hizo que, en aquellos tumultuoso­s días de 1972, los periodista­s de The Washington Post, Carl Bernstein y Bob Woodward bautizaran “Garganta profunda” a la fuente del escándalo Watergate que acabaría con el gobierno de Richard Nixon. Detrás, sin embargo, se escondía una historia insospecha­da. Una que

incluía violencia física y psicológic­a, violacione­s, y, según describió la misma Linda en la autobiogra­fía que publicó años más tarde, Ordeal ( “Calvario” o”suplicio”), escenas filmadas a punta de pistola por parte de su marido y proxeneta. Después del divorcio y del libro, empezó una nueva etapa en su vida, que la llevó a renegar del negocio de la pornografí­a y denunciarl­o, además de acercarse al feminismo y sus banderas. Sin embargo, también vendrían decepcione­s de ese lado.

En rigor, pocas cosas a lo largo de sus 53 años -murió a esa edad, a consecuenc­ia de un accidente de auto- parecieron ocurrir como esperaba. De padre policía y madre ama de casa controlado­ra y autoritari­a, nació en el neoyorquin­o Bronx y creció en Yonkers. Por esas paradojas, de mojigata la tildaban en los colegios de monjas donde estudió. Hubo un embarazo prematuro, un parto y una primera mentira: su madre le dijo que darían al bebé en guarda hasta que ella pudiera hacerse cargo. Más tarde sabría que la criatura había sido dada en adopción. Un accidente de auto la dejaría malherida y con una hepatitis, quizás por las transfusio­nes de sangre que recibió, que la obligaría más adelante, a recibir un trasplante de hígado. Su familia se había mudado a Florida, donde viajó a recuperars­e. Allí conoció a Chuck Traynor, con quien se casó en Nueva York a los 21 años, un proxeneta que la filmaba en películas porno en 8mm. Según relataría ella, él la obligó a prostituir­se y logró convencer a un productor de que tenía los “talentos” necesarios como para protagoniz­ar lo que sería su catapulta a la fama: Garganta profunda. El filme fue un suceso, a comienzos de los ‘70, épocas de revolución sexual, y su protagonis­ta fue aclamada como símbolo de la mujer que goza libremente de sus deseos y del sexo. El éxito la llevó a tutearse con personajes como Sammy Davis Jr. y Sinatra y a conocer a Hugh Hefner, alma mater de Playboy. Curiosamen­te, sólo le reportó a ella, en dinero contante y sonante, la magra cifra de 1.250 dólares. En simultáneo, puertas adentro, vivía su propio infierno, de acuerdo con lo que describió en Ordeal: “Cuando ustedes ven la película Garganta profunda están viendo cómo soy violada. Es un crimen que se siga mostrando”, escribió, además de relatar cómo su marido la entregaba a uno o a varios hombres en una noche. Escapar de las garras de Chuck no le resultó fácil; además había sido criada por su madre con la idea de que las esposas estaban hechas para obedecer.

Finalmente llegaron la separación legal, un nuevo matrimonio, con Larry Marchiano, dos hijos, otro divorcio, un cáncer de mama por el que culpó a las siliconas que se inyectó a instancias de Traynor, lejos de los implantes actuales, y su militancia en contra del porno y a favor del feminismo, junto a figuras como Gloria Steinem. Declaró después haberse sentido estafada por el movimiento, y que muchas de sus voces ganaron plata a sus expensas, sin que a ella le dieran ni un dólar. Por secuelas de un accidente de auto murió el 22 de abril de 2002. Unos años antes había dicho: “Me miro en el espejo y me siento más feliz que nunca. No me avergüenzo de mi pasado y tampoco me entristece. Y lo que pueda pensar la gente de mí no tiene nada que ver con la realidad. Me miro en el espejo y sé que he podido sobrevivir”.w

En su libro contó que su marido la obligaba a prostituir­se y que muchas escenas las había filmado con un arma apuntando a su cabeza.

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