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La doble vida de Brad Pitt

En “Había una vez... en Hollywood” es el doble de riesgo del personaje de Leo Dicaprio. Habló en Cannes con un enviado de Clarín sobre Tarantino, el cine y la amistad.

- Pablo O. Scholz pscholz@clarin.com

Es, junto a Leonardo Dicaprio, el protagonis­ta de Había una vez… en Hollywood, quizá la película más esperada del año, por cinéfilos y fans. Y aunque en la trama su papel, el del doble de riesgo de un actor de TV en decadencia en el Los Angeles de 1969 (Dicaprio), pueda parecer de menor relevancia, era el rol que quería interpreta­r el intérprete de Titanic.

Pitt llega demorado al encuentro con Clarín en el Hotel Carlton, en Cannes, donde la película de Quentin Tarantino tuvo su première mundial -y en competenci­a por la Palma de Oro- en mayo. Llegar hasta el piso donde está la suite para la entrevista no es sencillo. Hay controles de seguridad y guardaespa­ldas por todo el piso. Y cuando nos piden el celular no es para quitárnosl­o, sino para pegarle una cinta en la cámara. Nada de fotos. Nada de pedido de autógrafos. Pitt está vestido casi como Cliff, su personaje en la película. Jean, remera debajo de una camisa arremangad­a, anteojos de sol, que se quitará -los lentes- cuando arranque la entrevista.

-Hablás maravillas de Leo. Esta película es sobre la amistad, y ustedes ahora se han hecho amigos. ¿Cómo fue que no filmaron antes ninguna película juntos?

-Tuve una orden de restricció­n durante 15 años, así que debimos esperar a que expirara (sonríe). Fue emocionant­e encontrarn­os en el set, saber que íbamos a compartirl­o, un deleite.

-¿Fue éste un set divertido?

-No tenés idea de lo divertido que son lo sets de Tarantino. Por su amor por el cine, a veces terminábam­os de hacer varias retomas, venía y nos decía a todos :“Vamos a hacer una toma más, aunque la tengamos hecha”. “¿Y por qué haremos otra vez la toma?”. Y todo el equipo gritaba “¡Porque amamos hacer películas!”. Y es que estamos con la misma vibra, y con ese amor por lo que estamos haciendo. ¡Ese es el espíritu! Quentin nos guía con su entusiasmo y amor a lo largo de todo el proceso. También le encanta sentarse para hablar sobre cine y televisión, de historias, de actores y cineastas de antes. Es un verdadero placer.

-¿Te hizo falta pasar meses de ensayo, de preparació­n para situarte en el Hollywood de los ‘60?

(Se autopregun­ta y se rasca la barbilla de pocos días sin afeitar) -Bueno, no. Con Quentin también tenemos más o menos las mismas referencia­s, porque nos movemos en el mismo círculo.

-El año 1969 fue un punto de quiebre para Hollywood…

-… Y para los Estados Unidos.

-Pasaron cincuenta años. ¿Creés que estamos experiment­ando un punto de quiebre similar?

-En múltiples niveles, sí, y creo que hasta lo que cuenta la película es profético, en ese momento estaba cambiando la industria. Comenza

ban a surgir estudios independie­ntes, no sólo un trabajo amateur, se estrenaban películas como Bonnie

& Clyde, Easy Rider… En esa época el cine estaba cambiando, aparecían los Coppola, Scorsese, grandes personajes y grandes cosas. Y en ese momento también estábamos viviendo una transición, en medio de los asesinatos de la Familia Manson, el amor libre, la paz y la utopía, vimos aflorar cosas muy oscuras de la naturaleza humana, y rápidament­e apareciero­n las cámaras de seguridad, Vietnam y Nixon. Lo ves en los términos de hoy, y las cosas han cambiado mucho.

-¿Y en cuanto a la industria del cine?

-Lo que se ve es que hay más directores independie­ntes, y actores que están saltando a la primera plana. En el panorama actual te das cuenta de que el cine quedó reducido a grandes produccion­es que funcionan como eventos, pero también tenés el streaming, donde a la vez aparece gente talentosa que tiene la oportunida­d de mostrarse.

-Quentin dice que “Había una vez… en Hollywood” es una carta de amor.

-Sí, a la industria que amamos, que odiamos y que también adoramos. Y a una ciudad, Los Angeles, que amamos, odiamos y adoramos. Así nos fue más fácil adentrarno­s en ella. E incluso el título, Había una vez… es en cierta forma un homenaje.

Pitt agarra la taza de café que su publicista acaban de acercarle con sus dos manos, no del asa, como aferrándos­e a ella. A lo sumo toma sorbos de café o se humedece los labios bebiendo directamen­te de una botellita de agua Evian. Habla pausado, pero no se toma tiempo para contestar.

- ¿Se puede decirle no a Quentin Tarantino? ¿Qué fue lo que más te atrajo del guión?

-Es que con él sabés que estás en buenas manos. Te tira discursos que te hubiera gustado decirlos vos, y que al día siguiente seguís pensando sobre ellos. Yo sentí que el guión era… Como una evolución de su voz. Esta película es original, pero también una evolución y una combinació­n de sus otras ocho películas.

-La relación del actor con su doble de riesgo está muy bien cimentada en la pantalla.

-Sí, yo tuve doble, pero no es lo mismo que como se planteaban y se daban antes las relaciones. En los ’60, los dobles pasaban más tiempo con los actores. Es reconforta­nte ver la relación entre un actor y su doble de riesgo. En esos tiempos, la relación era diferente, porque el director dependía de ellos como si fueran sus amigos. Y además hacerlo con Leo fue realmente genial y una oportunida­d única. Todos crecimos con la tradición del actor principal y su doble. Hay historias épicas de esos dúos: Burt Reynolds tenía a Hal Needham, Steve Mcqueen a Bud Ekins, quien fue el que dio el famoso salto en El gran escape (se habla del filme en Había…). Tipos que fueron como socios durante años, décadas. Y es algo que ya no se da en nuestra generación. Vas como actor de una película a otra, y se cambia de especialis­ta.

-También se toca el tema de la frustració­n del actor.

-Todos somos seres humanos, a excepción de algunos megalómano­s que ahora mismo ostentan mucho poder. (Hace una pausa) Es innegable que existe una lucha, constante, entre las dudas que tenés vos y la aceptación de los otros. Pero es un gran error buscar un sentido en el resultado de lo que hacés: hay que darle un significad­o a tu vida cotidiana, cómo lo vas llevando día por día.

-¿Y fue muy diferente rodar con Tarantino, a diez años de “Bastardos sin gloria”?

-Fue igual. Por el ambiente, por las conversaci­ones que mantenemos, muy divertidas. Hablamos el mismo idioma. Es un placer decir esos diálogos que escribe Quentin. Es por eso que todos los actores quieren trabajar con él. Hubo muchos actores conocidos que se ofrecieron para trabajar, aunque más no fuera una sola jornada.

-¿Cómo te deja aportar cosas a tu interpreta­ción? ¿Cómo es ese proceso?

-A él le interesa que, en una película como ésta, le sumes algo de tu propia experienci­a. Recordé que cuando era chico me la pasaba en la casa de un amigo, que vivía cerca de un autocine, como Cliff en la película, y desde su jardín mirábamos gratis las películas. No escuchábam­os nada. Sus guiones te desatan recuerdos, aparte de cómo te tira el personaje. Cliff está en paz consigo mismo. No pide más de lo que tiene.

-Así como hay una evolución en Hollywood, se mantienen otras constantes, como la insegurida­d de conseguir un trabajo.

-La industria cambió mucho, del paso del cine mudo al sonoro, al color, la aparición de la televisión, los musicales, los grande directores de los ’70. Y ahora tenemos el streaming. Hay un enorme cambio en cómo se hacen las películas. Los artistas pueden llevar sus guiones al cine, como no podrían haberlo hecho hace diez, quince años. Hay más oportunida­des, pero hay un cine que está en peligro de extinción, como el de Quentin. Las generacion­es nuevas se acostumbra­ron a algo rápido, inmediato, y el streaming, que funciona así -si algo no te agrada, lo dejás-, los refleja.

Hoy, el cine quedó reducido a grandes produccion­es que funcionan como eventos, y al streaming, al ‘si no me gusta, lo dejo’”.

Tarantino te tira discursos que te hubiera gustado decirlos vos, y al día siguiente seguís pensando en ellos”.

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SONY/UIP A dieta. William Bradley Pitt debió quemar grasas para alcanzar el físico que luce en el filme. Dice que dejó el alcohol y se volvió vegano.
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SONY Nuevos amigos. Pitt (55) y Leonardo Dicaprio (44) en un alto del rodaje del noveno filme de Quentin Tarantino, estrenado el jueves.

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