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El regreso de Pablo Reyero

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

La película Paso San Ignacio es incómoda, un tanto inaccesibl­e y con un estilo algo apagado, donde el color dominante sería el gris piedra de la topografía. “Un documental árido”, lo define Pablo Reyero, su director. Es curioso, todas las piezas están ahí, bien a la vista, encajan unas con otras, pero la sensación es la de un paisaje que toma la voz para narrar la vida de sus pobladores.

La zona en cuestión está en los libros de historia y tiene que ver con José de San Martín y Ceferino Namuncurá. Un enclave mapuche, filmado a lo largo de cinco años, donde las convencion­es del género documental están perfectame­nte claras: la voz que manda es la de los protagonis­tas, cero música y un realizador que, sin bajar línea, observa la vida cotidiana de los descendien­tes directos del gran cacique Juan Calfucurá, un líder espiritual, político y guerrero de la Nación Mapuche, cuyo padre fue guía del general San Martín en el Cruce de los Andes.

La historia muestra que entre 1834 y 1878 la tribu de Calfucurá habitó las pampas, controland­o las Salinas Grandes y un corredor milenario entre los océanos Pacífico y Atlántico por donde se arrearon millones de cabezas de ganado. Durante la Conquista del Desierto, los integrante­s de la tribu quedaron asentados en el estratégic­o Paso San Ignacio, junto a la precordill­era neuquina.

“Fue una decisión construir el relato de esta manera, y que sus voces sean protagonis­tas sin que haya intervenci­ón de un autor o de un narrador en off (...). En cuanto al espectador, habrá quien se deje llevar y habrá quien se quede afuera. Eso es un poco inevitable en una una película que se hace con un estilo definido. En mis películas anteriores, La cruz del sur (2003) y Dársena Sur (1998), también hubo quienes las amaron y quienes las odiaron”.

-¿Te llevó cinco años hacerla?

-Empecé a investigar en 2013. Fue muy complicado filmar en Paso San Ignacio. Iba cuando podía, en medio de las rutinas laborales, de vacaciones o haciéndome alguna escapada. La filmación llevó cinco semanas repartidas en tres viajes. Filmamos sin luz, sin agua, sin teléfono celular, sin señal, viviendo en carpa...

-Leí que que la historia del filme tiene un correlato familiar...

-Se ve que hubo cruces de cultura porque el color del iris de los ojos de las mujeres salineras es particular y es el mismo que tenía mi vieja y el que encontré en las mujeres que ahora viven en Paso San Ignacio. Desde chiquito escuchaba estas historias y eso me motivó a querer contar cómo vive esta gente hoy.

-¿Qué fue de vos en todos estos años? Recuerdo que te postularon a un premio importante en el Festival de Cannes de 2003, pero después te perdimos un poco de vista.

-En 2008 hice un documental que se llamó Angeles caídos y en 2006 entré a trabajar en la TV Pública, como correspons­able del área de cine. Estuve ahí hasta 2018. Fue mucho laburo porque era programar cine, documental­es y, en algunos casos, hasta producir y dirigir. Paralelame­nte, quise hacer proyectos de ficción que, por distintas razones, no cuajaron. Es difícil hacer cine si no tenés un multimedio detrás.

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Reyero. Le tomó 5 años el filme.

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