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Un cuento chino: el restorán que acepta una reserva por día

Rara experienci­a gastronómi­ca en un lugar único

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

La fiaca del tímido señor Juan, dueño de un restorán que no tiene nombre, derivó en una idea que ni siquiera él sabe que puede resultar inédita en esta ciudad. No lo sabe y tampoco parece muy interesado en la novedad. “Estoy cansado, quiero trabajar poco”, suelta escapándol­e a cualquier intento de vanguardia.

Por estas páginas, hace cosa de un año, pasó una china peronista, feminista y autora de la primera novela escrita en lengua castellana. Bueno, resulta que Lu Xia, que tradujo una biografía de Cristina Kirchner y localmente es conocida como Eva, por su admirada Eva Duarte de Perón, reservó este lugar de Villa Urquiza para festejar no el lanzamient­o de una novela nueva, no una traducción de su primer opus, sino el hecho de “haber encontrado el tono” para lo que será su segundo libro.

Festejar “el tono”: los chinos son seres bastante especiales y afectos a comer afuera ante cualquier estímulo. Se mueven siempre en sus grandes ligas. Sostienen que Buenos Aires tiene más comida china que parrillas.

Uno, dos, tres, cua... Ingenuamen­te tratamos de contar los negocios que recordamos del Barrio Chino y nos dicen -los chinos de la mesaque los lugares de ahí están “muy argentiniz­ados”. No encontrás un solo asiático que sepa qué son los “arrolladit­os primavera”. Y cuando les nombrás el tradiciona­l chop-suey se ríen con vergüenza. “Chop suey, sobras de otras comidas”.

La cita por “el tono hallado” se hizo el domingo pasado, fecha para nada casual que coincidía con el Día del Niño: parece que será una novela sobre “maternidad­es distintas”, adelanta la autora sin más de tres páginas escritas y mientras los invitados preparan un brindis con agua mineral y té rojo. Es raro el lugar. No queda en el barrio prototípic­o, sino en la tranquila cuadra de Céspedes al 3900. La reserva data de otoño. La autora se comunicó con varias personas queriendo saber qué pensábamos hacer dos meses después. Por supuesto que nadie entendió muy bien a qué se refería y ahí mismo ella, aprovechan­do el agobio de la consulta, arremetió con el compromiso:

“Reserven el mediodía del 18 de agosto”, ordenaba desde el Whatsapp. Emoji de beso. El motivo -lo del “tono”- remataba el texto. Vinculada al mundo de la política, los negocios, las traduccion­es y la literatura, la autora pensó que el llamativo festejo debía cubrirlo un periodista. Cursó la invitación correspond­iente adelantand­o la particular­idad del restorán donde no hay carta, el cocinero sirve lo que se le antoja y debe avisarse con considerab­le anticipaci­ón porque sólo se permite una reserde va. Al parecer, este restorán chino es un secreto a voces, pero a voces en mandarín.

Llegamos sin entender que eso era un restorán. Nada, cosas que pasan últimamame­nte: hemos leído hasta el infinito que cada vez son más los chefs que optan por la modalidad de negocios inadvertid­os y que el mundo gastronómi­co suele renovar con frecuencia las tendencias y los estilos. Ni nos proecupamo­s por las apariencia­s. En la calle Céspedes no están nada tentados por la elegancia cool, cajetilla ni ninguna otra. Consideram­os al único mozo que hay y tampoco observamos ese gesto vivo híper diligente de los restós exclusivos. Nada de reflejos rápidos ni que se incline sobre el cliente con excesivo aplomo.

Esto no es un living pintoresco. Es un salón tres plantas al que se llega por escalera. A simple vista podrían entrar más mesas que en el Pippo de Montevideo. Tampoco es un ambiente calmo,porque el señor Juan debe tener un carácter bárbaro y de entrada los gritos se escuchan desde la cocina.

¿Están peleando? No, hay que hablar fuerte porque las hornallas industrial­es hacen mucho barullo.

La opción dista del concepto gourmet. En búsqueda de calidez, alguien saca fotos cerca de ventanal encantado, por donde se mete un paisaje de Cézanne. Vengas solo o acompañado. Sean dos o 12, el precio es único: 18 mil pesos que pueden conversars­e. Pero sin vino, sin gaseosa y con pan (lactal).

El sueño extravagan­te de cerrar las puertas de un restorán no bien uno está adentro, ese deliro de estrellas como Sinatra o los hermanos Gallagher, se hace posible cuando nosotros vemos, con nuestros propios ojos, cómo se da vuelta la llave del lugar apenas ingresamos.

El señor Juan cocina lo que se le antoja. Su actitud es tan insobornab­le como caprichosa. Este mediodía, mariscos.

Diríase que la doctrina que impera es la de la comida por la comida misma. Juan imagina un apetito excesivo y al final del almuerzo quedan cinco platos sin probar que irán a parar a viandas que nos llevamos a modo de souvenir.

Nade dice ni mu. La condición es esa. Venir a comer su comida. La comida del señor Juan. Comida estrictame­nte de la cocina cantonesa, de la gastronomí­a de Taiwán, etc.

Nos comportamo­s como parias de este universo y llevamos adelante el numerito con notas de impacienci­a no exentas de imbecilida­d:

¿Cómo se llama en castellano este plato? ¿Y éste?¿ Y este otro?

La maníaca intención queda de lado cuando, al tercer intento, nos miran sin comprender el torpe coraje del periodista invitado a disfrutar de un almuerzo distinto.

Argentina le dio la bienvenida al señor Juan con la hiperinfla­ción. Le habían dicho que con cien dólares se vivía fantástico en este país. Después se fue quedando con la promesa del uno a uno hasta 2020.

“Como cualquiera de ustedes, las pase todas”, dice traducido por Eva. Se puede comer hasta explotar. Se puede fumar. Lo de sentirse como en casa es absolutame­nte cierto. Podés hablar fuerte, ir y venir por el salón. Entonados por el té rojo, las carcajadas de ópera se escuchan desde el baño. El señor Juan no se mete. Nos deja hacer. -Me lo habían dicho: si sabés cocinar, tenés el trabajo asegurado en este país. Tuve un restorán en Barrio Chino, uno de los primeros en la zona, y lo cerré durante la híperinfla­ción porque me robaban dos veces por semana.

Después de esa aventura pensó volverse a China, pero la idea de un supermerca­do lo sedujo por un tiempo. Luego cerró porque era “un trabajo muy arduo” y extrañaba la cocina. De nuevo pensó en su país, pero la idea de un restorán para pocos -exclusivo y chinísimo en su concepción- sigue reteniéndo­lo por estos lados.

-¿Siempre está abierto?

-Siempre que hay reserva, abro. Acostumbro abrir.

Alguien propone un libro sobre la cocina de Juan y la idea provoca otra brindis de té rojo y agua mineral.

Por alguna razón, el almuerzo sale menos de lo previsto.

“No somos tan formales como parecemos”, sonríe quien invita. Ni postre ni café ni una bocha de helado. No se destapa ni una gaseosa. Los chinos no piden ni se quejan. Tampoco entienden lo que quiere decir eso de alargar el tiempo en una sobremesa.

El salario mínimo de un argentino durará exactament­e una hora cinco minutos de comida oriental.

No hay carta. El cocinero sirve lo que quiere y para conseguir lugar hay que llamar con considerab­le anticipaci­ón.

 ?? FOTO GENTILEZA DE ANIA LU ?? Precio único. Por dos personas o por doce, el restorán cobra 18.000 pesos, pero el monto se puede conversar.
FOTO GENTILEZA DE ANIA LU Precio único. Por dos personas o por doce, el restorán cobra 18.000 pesos, pero el monto se puede conversar.

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